Michael Ignatieff y Julián Casanova.Conversación en Budapest 

He leído con mucho interés la conversación que mantuvieron Michael Ignatieff y Julián Casanova en Budapest un día del pasado mes de octubre. 

Ambos se encuentran en la Central European University. El primero ha sido nombrado recientemente rector de dicha Universidad; el segundo se encuentra allí ejerciendo de profesor visitante en una estancia académica de un cuatrimestre.Julián Casanova renueva cada año dicha docencia. Imagino que el grado de satisfacción es muy alto, cosa que justifica su regreso a Budapest cada mes de septiembre. Punto y aparte.

La conversación aparece publicada en Babelia bajo la rúbrica de Pensamiento y, sin duda, merece la pena leerla para reflexionar sobre ella. El País, últimamente tan denostado por sus arbitrismos despóticos y por sus arbitrariedades editoriales, nos procura algunos momentos de dicha. 

El de Ignatieff y Casanova es un encuentro en las alturas, en las alturas intelectuales, y es una reflexión sobre lo que nos sucede en el mundo sublunar, en la Tierra: en esta Europa que pierde el Norte y que se desencaja entre aspavientos y movimientos populistas y entre el descrédito y la debilidad de su sistema político. 

Ambos interlocutores hablan de los intelectuales, del papel didáctico que pueden desempeñar. No se trata ya de ejecer de mandarines, sino de comprometerse con la democracia y con el realismo. No basta con ansiar el paraíso. Ni siquiera es deseable. Es más: la idea de sociedad perfecta es muy dañina y ha provocado grandes y desastrosas consecuencias que Ignatieff y Casanova conocen bien.  

Es preferible el reformismo, el reformismo histórico, de quienes conocen el pasado y por ello desean contribuir a su desarrollo. La democracia representativa tiene serias averías y, sin duda, no es un sistema intocable. Hay mucho que reformar, entre otras cosas para combatir mejor la desigualdad y la corrupción, miserias que desacreditan la figura y la función del político y que tantos efectos perversos produce. 

Los intelectuales no deben despreciar con arrogancia a quienes ejercen la política profesional. Que nuestros representantes no sean pensadores (ni sutiles filósofos) no los hace zotes. Hay entre los políticos honrados que cumplen con tino su papel un sentido práctico y un sentido pragmático que son imprescindibles para el buen gobierno. 

La vida es corta, prácticamente milagrosa, llena de amenazas: el Estado social que reconoce derechos y que establece, fija y legitima un entorno hospitalario es la institución que hace llevadera esa existencia acosada. 

Por supuesto, no es admisible un sistema en que dicho Estado se solape sobre la sociedad hasta absorberla y neutralizarla. Las élites que emprendieran dicha operación serían culpables de tiranía. El Estado totalitario lleva a la práctica y hasta el paroxismo ese mal gobierno. La experiencia europea del Novecientos es el ejemplo más calamitoso de dicha política.

El consenso socialdemócrata de posguerra con la democracia cristiana, aquel que dio lugar a la implantación del Estado del Bienestar, fue su antídoto y su superación. Pero dicho acuerdo está en crisis desde hace décadas, como está en quiebra su legitimación, el discurso que lo cimenta. ¿Acaso porque no es válido? No. El libertarismo de derechas y la crisis fiscal del Estado han minado una parte de sus fundamentos.

Ignatieff y Casanova no nos dan respuestas concretas a cada una de las miserias que nos aquejan. Pero da gusto leerles para confirmar una vez más que la responsabilidad, el conocimiento y el buen juicio son virtudes que pueden compartir intelectuales y políticos. Además de la honestidad, claro, de la que los grandes pensadores o filósofos no siempre están sobrados. 

La responsabilidad, el conocimiento y el buen juicio son siempre preferibles a las arbitrariedades, a las tentaciones arbitristas, a las metas populistas y al liquidacionismo. ¿Liquidacionismo? Sí, esa idea tan perniciosa y tan extendida entre algunos círculos según la cual, como todo funciona malamente, es adecuado acelerar el caos o la llegada del Apocalipsis.

Felicito a Julián Casanova por sus tareas reformadoras y docentes y felicito a Ignatieff: sin duda, uno de los tipos más sensatos y sutiles que la Academia nos ha dado en las últimas décadas. 

Lástima que las limitaciones de Babelia y de la prensa acelerada abrevien irreparablemente unas conversaciones que, seguro, tuvieron más tiempo de reflexión y cavilación, más desarrollo. Aquí leemos pensamiento de altura. Pero sólo el que cabe en una plana de periódico.

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