Estamos en semana de difuntos. En Valencia, a la jornada de hoy la llamamos “El dia de les animetes”.
De las almas tenemos un buen recuerdo y, si somos creyentes, les deseamos una Eternidad de Gloria. Si somos agnósticos o descreídos, pues a las animitas las llevamos en el corazón.
¿Y a Francisco Franco? En el mejor de los casos, Francisco Franco es un alma en pena. Carga con su ataúd, según la ilustración de Eduardo Luzzatti para Cartelera Turia: creo que no acaba de descansar en paz.
Es cierto que quiso librar a España del Infierno ateo y, por ello, persiguió y reprimió con saña, aunque a la postre sin mucho éxito.
A pesar de los muertos que son imputables a su Régimen político, no consiguió extirpar el mal del Novecientos.
El franquismo fue un régimen militar, propiamente castrense o pretoriano. Lo dirigía un General, un Jefe de los Ejércitos que era al mismo tiempo Jefe del Estado con el título de Generalísimo o Caudillo.
Al Jefe se le rendía culto: había ganado una Guerra Civil, una Cruzada contra la antiEspaña y contra los enemigos de la fe, que venían a ser la misma cosa. Su inspiración era, pues, religiosa: más concretamente, nacional-católica.
El pronunciamiento militar de Francisco Franco, llamado Alzamiento Nacional, dio lugar a la Guerra Civil, como consecuencia de su fracaso inicial. Si hubo contienda fue por no haber alcanzado rápidamente sus objetivos.
Ese alzamiento era tradicional y moderno. Primero, era una asonada típica del militarismo español: de la tradición que se remonta al siglo XIX.
Segundo, era un movimiento de inspiración fascista, característica de la Europa de los años treinta del Novecientos.
La España que Franco se propuso rehacer –la España de la que quería extirpar el marxismo y el liberalismo, la democracia y el parlamentarismo– era un país aquejado por una grave crisis económica.
Era un país alterado por crisis sociales duramente reprimidas y de consecuencias violentas.
Era un país que había librado batallas militares (en África) o afrontado amenazas revolucionarias (1934).
Los fascismos se presentaron en su momento como una solución tajante a los males de la modernidad: el principal de ellos, la presencia de las masas siempre levantiscas o potencialmente violentas.
Pero a la vez los movimientos fascistas hicieron uso de la técnica moderna, de la movilización intensa y extensa de la población, de la represión, de la dominación ideológica y de la socialización política.
En los regímenes de Benito Mussolini o de Adolf Hitler, el partido y el Estado se confunden. Es por eso por lo que el totalitarismo –según la doctrina mussoliniana– tiende a eliminar las instituciones mediadoras.
El objetivo es acoplar enteramente la sociedad al Estado, cuya encarnación serán el Duce y luego el Führer.
En la base del Régimen de Franco había un pequeño partido o movimiento de corte igualmente fascista y había equivalencias o similitudes con los regímenes totalitarios.
Pero en el franquismo el Régimen y el Partido no eran lo mismo. El sistema nacía de una Guerra Civil y, por tanto, nacía de una coalición de fuerzas combatientes y políticas que más tarde tendrán diferente predominio: el falangismo, el carlismo, el Opus Dei y, por supuesto, los propios militares.
Será un régimen duradero. Durará gracias a la circunstancia estratégica que lo beneficiaba, particularmente la lucha occidental contra el expansionismo soviético.
Y evolucionará del totalitarismo de corte fascista al autoritarismo iliberal, del sistema fascista de partido único a la dictadura unipersonal de pluralismo político limitado, muy limitado.
Pero lo que no dejará de ser el franquismo es un sistema represivo, antidemocrático, como otras dictaduras de origen fascista.
El régimen del Caudillo añadirá el elemento religioso, propiamente reaccionario: ese catolicismo ultramontano que había bendecido su movimiento.
El régimen de Franco fue un sistema políticamente desastroso, una profunda grieta en la historia española de la que aún hoy no nos hemos repuesto por entero.
Y, por entero, el Generalísimo no descansa en paz: aún se le ve con el ataúd a cuestas, penando por su causa. A veces los villanos tienen su merecido…