Estoy consultando y repasando las obras de don José María Aznar. Leo y escucho (en formato de audiolibro cuando están disponibles) todos los volúmenes que ha publicado para hacerme una idea aproximada y documentada de su doctrina y su evolución.
Escribo conscientemente: doctrina. En política, doctrinario se dice de quien afirma tener ideas y de quien sobre todo se afirma en esas ideas como base exclusiva o preferente de su acción. Contra ello advertía recientemente don Mariano Rajoy.
El señor Aznar, que dice valorar mucho el sentido común, el sentido práctico e incluso el pragmatismo, es un defensor de eso: de las ideas. En algún pasaje de su última obra, lo afirma con expresión tajante: “yo creo firmemente —como siempre he creído— en el valor de las ideas. De hecho, creo que las ideas son cada vez más importantes…”
¿Cómo deberíamos interpretar una declaración de este tenor? Si es la afirmación obvia que parece ser, entonces dicha confesión resulta irrelevante, pues cualquiera podría suscribirla sin mayor problema.
En ese caso sería una afirmación grandilocuente y hasta huera: no puede ser negada. ¿Alguien puede imaginar a una persona sensata diciendo que no cree en absoluto en el valor de las ideas?
Pero esas frases quizá hueras (calificación que no descarto) no agotan todas sus posibilidades hermenéuticas. La confesión de don José María Aznar da para mucho.
En realidad, cuando dice creer firmemente en el valor de las ideas estaría afirmando que éstas mueven el mundo, que éstas lo cambian, que no hay resistencia real que no podamos vencer si defendemos una doctrina que juzgamos buena o legítima.
Si éste es el caso, la afirmación del señor Aznar es propia de un doctrinario y con ello podríamos vérnoslas con un idealista.
Podríamos vérnoslas con un reformista portador de las mejores causas o, incluso, con un fanático dispuesto a aplicar su receta moral y siempre decidido a vencer cualquier obstáculo a pesar de los daños que su acción ocasione.
¿Es este último el auténtico señor Aznar? Por supuesto, nada puede descartarse de quien todavía no pertenece a las clases pasivas y por tanto aún puede sorprendernos.
Pero como la persona que escribe y publica libros es un exmandatario que no pudo cumplir entera y radicalmente su programa, entonces hemos de pensar que estamos ante un fanático reprimido.
O quizá que estamos ante un soñador e idealista que ignora la realidad de sus propias acciones, de las acciones que lo han precedido y que lo han significado y marcado.
Sin duda, ciertas medidas y provisiones de los Gabinetes del Presidente don José María Aznar fueron tozudas y sesgadas, de un doctrinarismo explícito, aplicadas con una beligerancia áspera y creciente (sobre todo cuando se sabía amparado por una mayoría absoluta parlamentaria).
Pero el examen pericial de esos Gobiernos, de la acción de esos Gobiernos, demuestra que primaron más los intereses que las pasiones, que primaron más los beneficios concretos y materiales que el mercado de futuros bienintencionados y morales.
Por tanto, su doctrinarismo se habría dejado en estado latente cuando gobernaba o, en todo caso, se habría nutrido y se habría reafirmado cuando abandona la política activa para convertirse en un pensador.
Digo bien: en un pensador. No sólo cuenta su experiencia. Cuenta su idea, la que ha ido labrando en su gabinete o fundación (FAES). Es, por tanto, portador de una idea, además de relator de su experiencia.
Ésa es el ejemplo que pone cuando acierta o dice que acierta. Y aquélla, la idea, es la doctrina que elabora y concibe como intelectual político sin responsabilidades ejecutivas.
La idea que postula como pensador sin ataduras ni peajes que pagar a la realidad, sin cesiones que hacer al principio de realidad.
Ahora, sí, ahora podría permitirse ser un doctrinario puro con utopías liberales que alcanzar. En realidad, una vez abandonado el Gobierno, el señor Aznar sería un utopista.
Sería un utopista hacedor de realidades de papel, un pensador —ya digo— que tendría una idea por la que porfíar en todos los foros y, para lo que a mí me interesa, en todos sus libros.
Punto y aparte.
Quienes me conocen ya no se extrañan de mi fidelidad al señor Aznar, fidelidad lectora. Mi acercamiento al expresidente no es de ahora mismo.
Llevo años leyendo con fruición y sorpresa la idea que tiene o que dice tener.
Llevo años deleitándome con sus aseveraciones y admoniciones, las que destina al público lector, ese destinatario al que reparte su saber a manos llenas.
Llevo años analizando el estilo con que enuncia la idea: la idea que sí, que dice tener (aunque él la ponga en plural).
Llevo años estudiando sus recursos retóricos, su prosa siempre asertiva y de mucha grandilocuencia.
A veces en clave de broma, los amigos me dicen que hay algo tóxico o patológico en mi relación con don José María Aznar. Que sólo un placer morboso puede justificar que lea y relea páginas del expresidente.
No sé. Me interesan mucho esas páginas, justo aquellas en donde el señor Aznar, el intelectual, denuncia los males del presente, afirma su liderazgo mundial y clama por la vuelta al orden y la normalidad: signifique esto lo que signifique.
Sin embargo, no es únicamente un placer morboso (si de tal cosa se trata) lo que me anima.
En mí hay también un interés intelectual y académico, y ahora ya mismo una premura. En breve plazo pronunciaré la conferencia de clausura de un Congreso.
Se trata del Congreso Internacional ‘Utopías reaccionarías de nuestro tiempo’, cuya dirección corre a cargo de Encarna García y la secretaría a cargo de Josep Escrig. Es una actividad que se celebrará del 26 al 28 de febrero y al que aún pueden inscribirse ustedes si así lo desean.
Es un Congreso de mucho relieve que organizan la Universitat de València y la UIMP de Valencia y que va a contar con participantes de mucho postín, académicos de Europa y América. Les iré dando cuenta de lo que se avecina.
Valga, pues, este post sobre el señor Aznar como adelanto y apenas un bocado de mayores manjares intelectuales.
http://www.uimp.es/sedes/valencia.html?view=article&id=5528:utopias
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Fotografía de José María Aznar, Telecinco.