La observación interior de Antonio Muñoz Molina
En la faja que ciñe la última obra de Antonio Muñoz Molina hay una leyenda. Es un texto literal. Quiero decir, un fragmento del propio autor.
Sirve para justificar y bien, muy bien, el libro: Un andar solitario entre la gente (2018). Dice así:
”Me gusta la literatura que me trastorna y me embriaga como vino o música, que me saca de mí, que me fuerza a leerla en voz alta y a favorecer su contagio, que me explica el mundo y me pone en pie de guerra con el mundo y me refugia de él y me revela con la misma vehemencia todo su horror y toda su belleza”.
Parece obvio, pero no lo es. Parece un recurso meramente mercantil, pero no lo es. Trastornarse y embriagarse son dos actividades humanas con efectos secundarios. ¿Hay algo que valga la pena que no provoque consecuencias?
Las obras, las obras grandes y chiquititas, te arrebatan. Te arrebatan en el doble sentido de la expresión: por un lado, te conmueven y sacuden; por otro, te roban tu interior, se apoderan de ti hasta quebrar las evidencias. Incluso.
Ahora comprendo a qué se debe mi fidelidad: mi fidelidad a la escritura de Muñoz Molina. A poco que leo lo que escribe suscribo de principio a fin lo que apunta el autor y, por supuesto, ese aserto o reclamo comercial que sirve de faja, de paratexto.
Suscribo, sí, esa idea de la literatura que te cambia, que te horada: esa idea que en buena medida yo confirmé leyendo la obra de Muñoz Molina, sus ficciones, pero también la prosa rítmica, la prosodia exacta, del autor.
Tras una primera lectura vuelvo ahora a Un andar solitarito entre la gente y corroboro la dicha de la sintaxis precisa, alejada totalmente de la prosa sonajero o de la frase cipotuda.
Me esperan horas y horas de aprendizaje y felicidad. Ser todo ojos, ser todo oídos, ceñirte a la impresión sensorial, a la fraseología que inunda vallas y anuncios publicitarios. Eres paseante y mero observador.
“Perderse a sí mismo. Si uno se ha encontrado a sí mismo, debe saber perderse de vez en cuando y luego volverse a encontrar…”, dice Friedrich Nietzsche en El caminante y su sombra (1879).
Releo al filósofo para ambientarme. En esta obra, el alemán comienza a expresarse ya como “espíritu libre”. Empieza a pronunciarse como un ser sin pertenencias, sin las esclavitudes morales: como un individuo que no teme perderse.
En la vida, todo son amenazas, incluso él mismo o su sombra. La de Nietzsche, la de Muñoz Molina, la de nuestro vecino del Metro. Son amenazas o fuente de inspiración y cavilación.
Absorber el sonido o el ruido, el ‘flatus vocis’, la cháchara contemporánea y cotidiana. Eso pretende el narrador que idea Muñoz Molina, el narrador de esta obra.
‘Un andar solitario entre la gente’ es un viaje que, imagino, será una derrota o un derrotero al fin de sí mismo, una recostrucción de los trozos abandonados por la multitud: casquetes y desechos.
Y, sí, repito: lo supongo aventurándose en un viaje al final de un yo que es voz y expresión, urdimbre de experiencias y cálculo interior. No es lirismo fradulento. Es frase recia. Disfruto.
Me inclino por la literatura que me exalta, que me provoca desvaríos. Pero también que me atempera. Me inclino por la creación que me obliga a examinarme y que, a la vez, me saca de mí mismo, ese personaje tan previsible, tan nimio. Busco un sosias.
Quién como él.
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Diseño de la cubierta: Miguel Sánchez Lindo.