Landero, Luis Landero: normalmente en cuanto cae una novela suya en mis manos no tardo nada en empezarla. Por razones que ignoro, La vida negociable (2017) aún no la he leído.
La tengo en papel, la tengo en ebook y, sin embargo, todavía no me abandonado a su disfrute. Sé que me procurará disfrute, lo sé.
Soy lector habitual de este gran novelista: por ello le dediqué un capítulo muy sentido en mi libro La imaginación histórica. Ensayos sobre novelistas españoles contemporáneos (2012).
Y sé que La vida negociable me procurará dicha cuando la lea porque Marisa Begué me la ha recomendado una y mil veces. Ya casi es una broma entre nosotros.
Si en alguna de nuestras conversaciones por alguna razón sale su nombre, el de Landero, mi amiga me pregunta sorprendidísima: “¿aún no te has leído La vida negociable?» Yo respondo torpemente, casi balbuceando. “Pues no, todavía no”, respondo con un creciente sentido de culpa.
Y, claro, no sé qué decirle, no sé darle alguna buena o poderosa razón que me justifique. Ella sabe de mi inmenso aprecio por Landero y esa estimación hace más incomprensible mi ceguera, mi pereza o mi descuido. Balbuceo, ya digo.
Por todo lo anterior, precisamente, me sorprende que hoy, que hoy mismo, 5 de marzo de 2019, y sin mayor dilación me haya rendido inmediatamente a Lluvia fina (2019), la nueva novela de Luis Landero, que me ha suministrado Lola Samper, de la Librería Gaia. Con estas prisas me sorprendo a mí mismo…
Para explicarme, permítanme recurrir a Paradiso (1966), de José Lezama Lima. En dicha novela, uno de sus personajes es el Coronel.
Entre otras cosas, el Coronel era un virtuoso de los libros y tenía ciertas manías lectoras. En su biblioteca, que reunía volúmenes de mucho aprecio, las novedades debían esperar unos años antes de ser disfrutadas por el propietario.
Según nos dice el narrador, el Coronel detestaba a “esas gentes concretas, rotundas, que apenas compran un libro, lo leen de inmediato por la noche”.
Frente a estos seres urgentes (o devorados por la premura), el Coronel se veía orgullosamente lento y culto. A su juicio, las novedades debían aguardar su maceración.
Este libro, recién publicado, “ese libro de las personas más cultas”, ya dispuesto en la estantería, tendría que “esperar dos o tres años para ser leído”. Eso nos revela el narrador.
Sin duda, yo no soy como dicho personaje, como el Coronel, una de esas personas tan cultas que demoran la lectura de una novedad dos o tres años. Procuro ser concreto y rotundo.
Una vez, sólo una vez, me ha pasado con Landero, con un volumen de Landero (el dejarlo ahí, provisionalmente cerrado). Pero ahora y hoy…, no.
Hoy soy una más de “esas gentes concretas, rotundas, que apenas compran un libro, lo leen de inmediato por la noche”.
O ni siquiera eso. No he aguardado hasta la noche. Lo he empezado justo al mediodía. A plena luz.
La prosa de Landero es diurna, de una claridad que no admite demoras. Eso lo sabíamos y eso nos lo recuerda Nuria Azancot en su entrevista para El Cultural.
¿Para qué retrasar el placer? Pues eso: que no demoraré por más tiempo La vida negociable. Si vuelvo a hacerlo, no sabré cómo justificarme.