Justo Serna, Cartelera Turia, 28 de junio al 4 de julio de 2019.
Ocurrió en junio de 2016: el Reino Unido se disponía a abandonar la Unión Europea. Los resultados lo confirmaron para su desgracia y la nuestra.
Sabemos que no les va a resultar fácil dejar la Europa cultural a la que pertenecen. A pesar de sus insularidades, los británicos no podrán deshacerse del Continente.
Y nosotros no podremos renunciar a esos europeos que nacieron allí. Entre otros, Locke, Dickens, Stevenson, Conan Doyle.
Han pasado tres años y aún no hemos asimilado tan desastrosa noticia. Los Estados cultivan lo que Freud llamó el narcisismo de las pequeñas diferencias.
En Gran Bretaña las cultivaban con esmero, pero hasta hace poco era más una excentricidad simpática: ahora estos toscos narcisistas lo han alentado hasta el paroxismo.
La insularidad, el odio a Bruselas, la tradición del inglés nacido libre y otras excusas las han propalado los partidarios del Brexit… La gente vota por experiencia y por expectativa. Y por las mentiras.

Cuando me enteré de los resultados, ese mismo día leí y releí a Ralf Dahrendorf. Este angloalemán siempre me ha sido una prescripción muy saludable que me he administrado durante años.
Dahrendorf era un político y un politólogo, pero era sobre todo un lector de filosofía, de filología, de sociología. Y autor de libros enérgicos.
El que leí aquellos días de junio fue La libertad a prueba. Los intelectuales frente a la tentación totalitaria, publicado en 2009, el mismo año de su muerte.
Era un pensador que vivió el liberalismo sin tentaciones sectarias. Fue alemán e inglés y supo hacer compatible su nacimiento y el destino europeo por el que finalmente optó: Gran Bretaña.
En ese libro, el autor celebra el coraje de algunos pensadores europeos, libres, virtuosos, erasmistas: el de quienes supieron defender la propia opinión; el de quienes supieron escuchar; el de quienes supieron hacer autocrítica; el de quienes supieron observar con compromiso y distancia.
Los pensadores libres no se sienten fuertes por pertenecer a una cofradía más o menos multitudinaria. Pueden vivir en soledad.
Alguien así es “capaz de no dejarse apartar del propio rumbo aun en el caso de que uno se quede solo, estar dispuesto a vivir con las contradicciones y los conflictos del mundo humano, tener la disciplina de un espectador comprometido” con la razón.
Hoy, años después, con un punto de rabia, releeré páginas de un gran inglés nacido alemán. Leeré en voz alta, bien alta, a Sir Ralf Dahrendorf.