El primer cuento que Jorge Luis Borges le publicó a Julio Cortázar llevaba por título ‘Casa tomada’ (1946). El joven aún inédito se lo llevó con el fin de verlo editado en la revista que por entonces dirigía el autor de Ficciones.
Borges lo leyó complacido y gracias a ese gesto de generosidad inteligente empezó una carrera literaria, la de Cortázar. Y de paso se confirmó que los grandes ignoran lo que es la envidia, el rencor, los celos.
Es un relato aparentemente sencillo. Dos personas habitan una residencia de grandes dimensiones. Es acogedora, nada inhóspita.
Son dos hermanos ya creciditos, ya machuchos. Llevan una existencia previsible y casi matrimonial: una teje y el otro lee. Viven de rentas.
Eso es así, esa existencia confortable con rutinas predecibles, hasta que sospechan que su hogar está siendo invadido.
Hay un ala —donde está la biblioteca, por ejemplo— a la que ya no podrán ni querrán acceder. Es ominosa la presencia.
La hermana, de nombre Irene, seguirá disponiendo de lana. Continuará tejiendo. Pero el varón deberá conformarse con revisar la colección de sellos (“de estampillas” que reunió su padre).
Las referencias culturales que pueden rastrearse en dicho cuento son múltiples: desde el cuarto encerrado hasta la habitación oscura, pasando por la invasión de extraños, esa gente ajena que viene a doblegarnos, a sojuzgarnos. Y, por supuesto, Penélope, la dama que teje y espera. Etcétera.
Ya digo: los habitantes de ‘Casa tomada’ son un hermano y una hermana que han sobrepasado los cuarenta. Viven solos, ajenos al mundo exterior.
Y residen cómodamente en esa finca antigua y espaciosa en la que se agolpan los recuerdos familiares y los restos de la propia infancia. ¿Qué es lo que ahora está pasando?
En aquel inmueble pueden habitar hasta ocho personas sin mayor tropiezo, sin estorbarse, según confiesa el narrador en primera persona.
Es él, el hermano varón, cuyo nombre nunca sabremos, quien habla y evoca para nosotros. La casa la mantienen aseada, limpia: antes y después de la intrusión.
Almuerzan, como está mandado, al mediodía: con una puntualidad que ambos no rompen. Les gusta comer así, en silencio, en el silencio de una casa ajena al mundo externo.
Tienen una buena puerta que aísla las dos alas de dicho espacio, auténtico roble macizo. Todo transcurre con normalidad, con la normalidad con que dos chiflados pueden vivir…, hasta que sienten esa presencia. ¿Chiflados?
Es una presencia indistinguible y a la vez amenazante que va acotando la casa hasta hacerla pequeña e irrespirable. Por fin se encierran, ambos sin escape. O sí.
Ya no hay nada que hacer, nada de lo que huir. O sí. La casa acogedora y nutricia ha dejado de serlo. El mundo no está acabado: hay futuro sin paraíso y sin tutela, sin defensa.
He releído muchas veces este cuento que, sin duda, no es el mejor de Cortázar. Ahora lo he vuelto a leer, lo he parafraseado, lo he resumido para ustedes y lo he amputado y estropeado.
Ya lo advirtió Borges: “nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar; cada texto consta de determinadas palabras en un determinado orden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo precioso se ha perdido”.
Sin duda lo he echado a perder al tomarlo, al invadir como un intruso ese texto. Me salva la esperanza de que, ahora sí, ustedes lo lean. Con la ‘Casa tomada’ se acabaron las certidumbres, las seguridades:
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Ilustración: Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, vistos por Eulogia Merle.
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https://mrpoecrafthyde.files.wordpress.com/2016/05/cortc3a1zar-julio-casa-tomada.pdf