No me culpen

«El muchacho, pronto trastornado, tuvo un infancia sin amor y con graves carencias emocionales», puede leerse en el folio primero del expediente.

Ya había alcanzado los 38 años cuando se conoció la tragedia. Con esa edad había dejado de ser joven, pues.

Cuando lo consulté, el expediente quiero decir, tuve que pedir autorización a la superioridad. Las fuentes muy raramente salen del depósito y siempre bajo la supervisión del Custodio Mayor.

Con permiso especial del Sr. Director se procede a fotocopiar, escanear o fotografiar escasísima documentación. Eso sí: sin que papelotes o retratos puedan ser retirados del Centro.

Lo primero que me llamó la atención de aquel historial no fue el grueso fajo de celulosa que formaba el legajo. Lo que sorprendía era la sucesión de imágenes, postales, retratos y viñetas que contenía el atadijo.

Conté hasta trescientas fotografías de vírgenes, de cantantes, de celebridades y, cómo no, del muchacho mismo con distintas edades y variadas fisonomías. Siempre con ese rostro aniñado.

Me detuve de entrada en un retrato policial que le habían hecho a los treinta y tantos. Es decir, hacia 1988. Quedé fuertemente impresionado.

Tenía perilla de villano, rostro malencarado, alguna entrada, un pelo entrecano mal cortado y poco favorecedor y un pendiente en su oreja derecha.

El cabello ralo se le veía sucio, yo diría que aceitoso y la impresión general era de poca higiene. Bien es verdad que no hay foto policial en que alguien salga favorecido.

Lo normal es tener un aspecto de facineroso o de broncas apenas contenido.

Tengo experiencia viendo retratos y puedo decir que frente a lo que pudiera pensarse la policía nos saca cara de arrogantes, no de modosos.

El muchacho aún se mantenía delgado en dicha instantánea. Eso sí: con mucha dificultad, pues según pude leer en un informe del endocrino que lo trató tenía tendencia a la obesidad.

Claro que las dietas que regularmente seguía no ayudaban. Según había confesado al médico que lo diagnosticó en el Centro durante su primera estancia por orden judicial, le gustaban el tocino, los garbanzos, la panceta rancia, los callos madrileños y, atención, los caracoles moros y el yogur de fresa.

Como anotó el doctor en sus papeles, «no consigo comprender qué tienen en común esos alimentos. Me los ha enumerado en este orden».

Todo es raro visto de cerca, todo se nos antoja una incongruencia si no vemos inmediatamente su vecindad, su razón de ser.

En un informe policial fechado cuando tenía veintisiete años, el joven había declarado que le gustaban Pablo Abraira, Bruce Springsteen, Lou Reed, la Velvet Underground y Bob Dylan.

¿Quién puede entender eso? ¿Y por qué había revelado sus gustos musicales a los custodios? Tal vez, esa confesión tenía que ver con los atracos que por entonces cometía en comandita.

Él capitaneaba una banda de maleantes que se había especializado en radiocasetes y tiendas de discos. Hoy resulta chocante algo así, pero a finales de los setenta proliferaban esos aparatos y dichos comercios.

La foto que pude examinar más tarde, correspondiente a 1982, es muy distinta a la primera y más antigua que he descrito.

El muchacho lleva el pelo largo con ondas, con semblante desfasado de rumbero. O mejor: tal vez con un aspecto general parecido al de Camilo Sesto o al de Las Grecas.

En dicho retrato no da impresión de suciedad, sino de atildamiento: una camisa de seda o de raso con hombreras, entalladísima y abierta hasta el cuarto botón, pantalones de tergal ceñidos, marcando paquete y luego acampanados.

Los zapatos, con preceptiva plataforma, apenas se le ven ocultos por los largos camales. En la instantánea está resultón y hasta atractivo, aunque se le aprecia un aura anacrónica, fuera de tiempo.

Anestesiados y prácticamente envenenados los inhumó en un bancal urbanizable de Torre En Conill. Para eso excavó un agujero de cuatro metros de profundidad.

Nadie que contemple ese retrato puede imaginar o adivinar que acababa de enterrar a sus padres. Literalmente. Los enterró en vida, con vida, quiero decir.

Allí los echó tras haberlos llevado en su Renaul 5 Turbo, una joya de la automoción. No he conseguido averiguar cómo se había hecho con ese bólido.

Cuando años después, en 1989, unos operarios de la Urbanización tropezaron con los cuerpos, pudo hallarse también un tesoro, un tesoro bien dispuesto dentro de una caja de plástico.

El Sr. Juez ordenó la exhumación de los restos, rescatándose igualmente el conjunto de pertenencias que el muchacho había depositado junto a sus padres.

¿A qué me refiero? Enumero esas pertenencias:

-varias cintas de cassette (entre ellas, una de Camilo Sesto y otra de Pablo Abraira);

-una bolsa con distintas figuritas del Belén;

-una copia en VHS de la película ‘From Here to Eternity’;

-un saquito con pólvora humedecida y balines;

-y un fajo de dinero por valor de trescientas mil pesetas en billetes de mil.

Había además dos papeles manuscritos desleídos, prácticamente ilegibles. Uno era una carta de despedida con el reconocimiento de su crimen. El otro papel contenía la letra de una canción.

Por razones que se ignoran, la justicia nunca reveló, en la fase del sumario o después, el título y el autor de dicha canción. Y éste es sólo uno de los asuntos capitales que aún quedan por conocerse.

Al muchacho se le perdió la pista tras el descubrimiento de la fosa. Cierta prensa y algunas autoridades especularon muchísimo sobre las causas del crimen, sobre la maldad humana, sobre el desecho de la juventud perdida.

Yo, sin embargo, quise pensar a la contra suponiendo unos afectos desbordados, unas pasiones apenas controladas, un amor no correspondido.

Sí, ya sé que todo esto suena melodramático, pero es que vivimos así… Algo de amor había, sin duda, en este crimen ritual. Nadie me creyó, pero así lo sostuve en la crónica que publiqué en la revista ‘Pronto’. Lo titulé: ‘Pólvora mojada’.

Aquí mismo adjunto una fotocopia por si alguien quiere informarse. Lo escribí con erudición tras muchas indagaciones.

Creo que de todas las que he publicado es la pieza periodística de la que estoy más satisfecho. Ustedes pueden corroborarlo cuando la lean.

Por favor, no me culpen.

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