Podría escribirse una historia del siglo XX y de los siglos anteriores a partir de frases memorables.
Son oraciones que fueron pronunciadas en momentos especiales (o no), pero que al final acabaron por ser lapidarias o hímnicas, rodeadas (o no) de banda sonora.
Son frases que por alguna razón o por contexto o por sus múltiples significados acabaron por hacerse célebres, fórmulas que identifican.
Que estimulan.
Que activan.
Expresan, con pocas palabras, un deseo, una expectativa o una experiencia que afecta no sólo a una persona.
De hecho, afectan a naciones enteras o a grupos que luchan con orgullo por sus derechos o por su reconocimiento.
Punto y aparte.
En el repertorio de canciones que Frank Sinatra se vio obligado a repetir en las últimas décadas de su vida había una, un estándar, que él detestaba particularmente.
Detestaba la pieza, pero sus rendimientos fueron inmensos. Fue el tema que mayor celebridad le dio en los últimos años de su vida.
Me refiero a la canción My Way (1968), A mi manera.
¿Cuál es la filosofía de esta canción?
My Way justifica o defiende las decisiones individuales que uno toma a pesar de los posibles errores que haya podido cometer a lo largo de una vida.
Es una filosofía razonable y con su punto de cinismo.
Le gustara o no, Sinatra quedó inevitablemente vinculado a ese título, My Way, que le hizo doblemente famoso en todo el mundo, incluso entre quienes ignoraban el excelso repertorio del crooner.
Él no fue su compositor, sino Paul Anka.
La historia es muy conocida.
Cuenta la leyenda que, estando en París a la altura de 1968, Paul Anka oyó una canción francesa de mucho sentimiento: Comme d’habitude.
Era una pieza que había sido compuesta en 1967 por Claude François y Jacques Revaux con letra de Giles Thibault.
Anka quedó prendado. Se aseguró los derechos de la canción para su productora norteamericana y sin más olvidó el botín.
Un día, poco tiempo después, Paul Anka se encontró con Frank Sinatra. Éste le confesó que estaba cansado del mundo espectáculo y que quería retirarse.
La gente del rock lo había desplazado y los años del Rat Pack lo habían envejecido. Eso sí, tras una vida de desenfreno, whisky y amistad.
Estamos hablando de finales de los años sesenta. Fue entonces, justo entonces, cuando Paul Anka se acordó de la canción francesa de la que había adquirido los derechos.
Cambió algo la melodía e, inspirándose en lo que Sinatra acababa de decirle, comenzó a reescribir la letra en inglés.
¿Cuál era su filosofía?
Un hombre, ya en la última parte de su vida, mira escépticamente lo que ha sido la existencia.
Revisa sus circunstancias, valora sus decisiones y, con orgullo gamberro y luciferino, dice no arrepentirse de nada.
Anka le ofrece la canción a Sinatra.
A finales de 1968, Frank ya está grabando My Way.
No pasó mucho tiempo antes de que dicha pieza se convirtiera en el himno del propio Sinatra, aunque llegara a odiar la canción.
Y no pasó mucho tiempo antes de que esa pieza llegara a convertirse en el himno de muchos seres humanos.
De aquellos que no se arrepienten, de aquellos que viven y que asumen con coraje, con audacia y algo de cinismo sus propias decisiones.
Punto y aparte.
Donald J. Trump se ha despedido a los sones de dicha pieza y yo he sentido un repeluzno.
Sinatra fue un tipo admirable y peligroso. Fue solidario en la campaña de John F. Kennedy prestándole High Hopes (1959), la canción que abría la expectativa, la esperanza de una Nueva Frontera, de un mejor devenir.
Y Sinatra fue al final un republicano de orden.
Que Trump se retire temporalmente con My Way nos resulta insultante e incómodo a muchos, a muchos que adoramos a Sinatra.
Creo que Frank habría detestado aún más la pieza.
Mientras sonaba la canción, el exmandatario pronunció unas palabras, algunas de cuyas frases quedarán para la historia. ¿Cuáles? Entre ellas, la mejor es ésta:
“We will be back in some form”.
Es una amenaza y una esperanza. Es una observación y una meta.
Les traduzco y les abrevio rápida y menesterosamente lo que Trump dijo a sus acérrimos seguidores y, por extensión, a sus adversarios.
“Gracias, muchas gracias. Muchas gracias. Les amamos y lo digo de todo corazón”, empieza.
“Han sido cuatro años increíbles, hemos logrado mucho juntos”, añade.
“Quiero agradecer a toda mi familia, a los amigos, al personal y a tantas otras personas por estar aquí”, por resistir.
“Quiero agradecerles su esfuerzo, su arduo trabajo”, añade.
Parafraseo… La gente no tiene ni idea de lo duro que ha sido este trabajo. Ignora lo duro que ha trabajado esta gente para acompañarme. Parafraseó.
“Podrían haber tenido una vida mucho más fácil”, pero no. “Simplemente… decidieron hacerlo por mí realizando un trabajo fantástico”.
“Hemos logrado muchas cosas”, insiste con orgullo.
Y, de grado o a la fuerza, añade:
“Nuestra primera dama ha sido mujer de gracia sin par, de mucha belleza y mucha dignidad. Y ha sido tan popular entre la gente, tan popular entre la gente…”
“De hecho, cariño, ¿te gustaría decir algunas palabras, por favor?”, afirma dirigiéndose y comprometiendo a su esposa.
Melania Trump intervendrá pronunciando unas palabras escuetas.
“¿Qué más se puede decir, verdad?”, apostilla Trump. “Pero lo que hemos hecho —-es verdad, cariño, ha sido un gran trabajo–, lo que hemos hecho ha sido asombroso, se mire como se mire”.
A partir de ese momento, Trump comienza a enumerar algunos de sus logros con citas y referencias… dudosas.
Se refiere a la Space Force, a los veterinarios, al recorte de impuestos.
“De hecho”, añade con prosa campanuda, “ha sido el recorte de impuestos y la reforma más grande en la historia de nuestro país”.
Luego sólo lamentará la incidencia del “virus chino”.
“Las cifras de trabajo han sido absolutamente increíbles”, señala.
“Cuando comenzamos, si no hubiéramos sido afectados por la pandemia, habríamos tenido cifras que nunca se hubieran visto”, dice hipotética, fantasiosamente.
“Aun así”, insiste, “nuestras cifras son las mejores de la historia”.
“Hicimos algo que realmente se considera un milagro médico, pues así lo llaman: un milagro. Y ese milagro fue la vacuna”, añade atribuyéndose el mérito.
“Conseguimos desarrollar la vacuna en nueve meses en lugar de nueve años o cinco años o diez años o más tiempo”, justifica.
“Sólo puedo decir esto: hemos trabajado duro. Nos hemos entregado a fondo. O, como dirían los atletas, ‘nos hemos dejado la piel’…” Eso añade con soberbia.
“Tuvimos muchos obstáculos, y los superamos. Y sólo”, sugiere con sorna, “obtuvimos setenta y cinco millones de votos, cosa que es un récord en la historia de los presidentes en ejercicio”.
“Es un récord histórico”, insiste. “Ha sido, realmente, un honor”.
Pasa después a enumerar sus otros logros (reales o presuntos), sus nombramientos, tambien con cifras de récord.
Y admite que “hemos hecho mucho aunque todavía hay cosas por hacer”.
Es sorprendente.
“Lo primero que tenemos que hacer es presentar nuestros respetos y nuestro cariño a las personas y familias, tan destacables, que sufrieron tan gravemente por culpa del virus de China”.
Sufrieron. Pasado perfecto.
“Lo del virus es una cosa horrible que cayó al mundo. Todos sabemos de dónde vino, pero es algo horrible, horrible. Así que tengan mucho cuidado, tengan mucho, mucho cuidado”.
Y concluye: “siempre batallaré por ustedes. Estaré atento, estaré escuchando y a la vez ya les digo que el futuro de este país nunca ha sido mejor”.
Por ello, añade: “deseo mucha suerte y mucho éxito a la nueva administración. Creo que tendrán un gran éxito, pues tienen la base para hacer algo realmente espectacular”.
Es un deseo que resulta autoelogio.
“Y ello a pesar de la peor plaga desde, supongo…, supongo que desde 1917, desde hace más de cien años”, añade con error.
“Y a pesar de todo, a pesar de todo, las cosas que hemos hecho han sido simplemente increíbles”, añade con suficiencia. “Eso sí: no podría haberlo hecho sin ustedes”.
“Así que esto sólo es un adiós, los amamos.
Volveremos de alguna forma…”
“Les deseo una buena vida. Nos veremos pronto. Gracias, muchas gracias”.
De algún modo volveremos…
Oh My God!