Esa frase, con dicho enunciado, es una pintada. Es, sí, una vieja pintada de alquitrán que había en el muro de una casita de piedra.
Es un cobertizo casi derruido, sito en la carretera Benidorm-Alcoi. En concreto se hallaba en un bancal a pocos kilómetros de Confrides, en dirección oeste.
Hablo en pasado por razones que después se aclararán…
En fin, la pintada estaba escrita así, con esas mayúsculas innecesarias y amenazantes. Amenazantes.
Con el paso del tiempo, las letras aparecían desleídas. La intemperie había ido borrando prácticamente la leyenda, que apenas se distinguía.
Había incluso algún matojo o mancha que podría tomarse por una coma.
Así, al menos, lo recuerdo yo.
Una vez, cuando pasaba con el coche me detuve a su vera y desvié la mirada tratando de comprobar si existía o no existía ese signo de puntuación.
No lo pude confirmar.
En el caso de llevar coma, deberíamos leer:
¡JESÚS, VUELVE!
Es decir, ya no sería una afirmación, una descripción, sino un imperativo.
De todos modos, sería un imperativo muy desvaído, casi invisible, pues con tanta vegetación y tantas malas hierbas la flora tapa la constatación o el deseo.
Y, en efecto, con esa duda me quedé durante años, mientras cubría una y otra vez parte de ese itinerario, Benidorm-Alcoi. Así, durante años, ya digo.
Allí seguía, prácticamente desaparecida e ilegible. La pintada no anunciaba exactamente el Apocalipsis, sino un aviso o un deseo. De cumplimiento impreciso, eso sí.
Éstas eran las alternativas sobre las que yo cavilaba…
¡JESÚS VUELVE! Que yo sepa, el anuncio aún no se ha cumplido, cosa que me hace desconfiar.
 ¡JESÚS, VUELVE! Que yo sepa, Dios no acepta imperativos.
En esas estaba, cuando este verano, ya a finales de agosto, al pasar por el punto exacto de la pintada, la volví a ver. Allí sigue, me dije.
Íbamos sin prisa y detuve el vehículo.
—Una foto. Por Dios, haz una foto —grité algo desencajado.
Mi acompañante me hizo el favor. Disparó y en ráfagas captó la pintada. Reemprendimos la marcha.
Cuando más tarde pude ver el resultado enmudecí. Las instantáneas que estaba mirando y leyendo me dejaron confundido, presa de un aturdimiento.
Con brea reciente, la pintada no decía:
¡JESÚS VUELVE! o ¡JESÚS, VUELVE!
Decía: ¡JESÚS VIENE!

¿Cuándo? ¿Ya mismo?
Durante años, yo había estado leyendo ¡JESÚS VUELVE! o ¡JESÚS, VUELVE!
Ahora, sin embargo, constataba mi gran error, una equivocación visual. O constataba el horror del inmediato advenimiento.
¿Cuándo viene Jesús? ¿Ya mismo? ¿Ya estamos al final de los tiempos, en el derrumbe escatológico de la vida humana, de la vida inteligente? ¿Ahora sí?
Mientras repasaba las fotografías me dije alocadamente: hay signos premonitorios que parecen anunciarlo. La leyenda embreada nos anuncia la hecatombe, una escatología. Eso me dije.
Semanas antes del descubrimiento y por casualidad o vicio había estado leyendo varios libros sobre el Apocalipsis, sobre el cataclismo final, sobre la gran conspiración.
Y sobre el pensamiento reaccionario. Tengo especial querencia por este último. ¿Por qué razón? Porque a los adversarios hay que leerlos.
Desde hace un tiempo hay políticos que anuncian el hundimiento, la quiebra, una hecatombe provocada por el mal gobierno, por la pandemia, por el comunismo, no sé.
Es más, hay masas europeas bien nutridas que se encabritan guiadas por los demonios ultras.
Demasiados signos, pues.
Y yo, que me jacto de ser racionalista y descreído, temblaba mientras veía las fotografías (de las que aquí dejo una copia). Sucumbía, sí, mientras veía las fotografías, entregándome al terror, a la señal admonitoria.
Qué demencia, Jesús.
Por un instante me dije: más vale el final de la hecatombe que una hecatombe sin final.