Elvis. ¿Una vida equivocada?

El 8 de enero se celebra el cumpleaños de Elvis Presley. Lo conmemoraríamos, claro, si estuviera vivo.

Admitamos que, salvo fanáticos, todos damos por muerto al cantante. ¿Lo está verdaderamente?

Imagen: fotografía promocional del film Jailhouse Rock (1957, Metro-Goldwyn-Mayer, Inc.)

Veamos.

Hace unos años, con devoción y fruición, me sumergí en la biografía de Elvis que escribiera Peter Guralnick. En dos volúmenes. Leí la versión en español publicada en 2008.

Los elogios que mereció esta obra fueron inconmensurables. Deslumbraron las ochocientas y pico páginas que su autor dedicó a Elvis.

Por entonces, todo el mundo hablaba bien de la investigación. Inmediatamente se convirtió en la Biblia de Elvis.

Se convirtió, sí, en la obra más detallada y enciclopédica sobre el Rey del Rock, digámoslo con el tópico de rigor.
Lo fue entonces y lo sigue siendo.

La investigación de Guralnick es una minuciosa biografía que se reparte —ya digo— en dos gruesos volúmenes. Es una investigación densa para una vida corta, pero explosiva: Último tren a Memphis y Amores que matan. Así se titulan ambos tomos.

No conservo un buen recuerdo de mi lectura. Con esto quiero decir que, por momentos, la investigación de Guralnick me resultó tediosa.

A mi juicio de entonces, el autor se excedía en el detalle, en la minucia de una existencia relevante pero vulgar. Quiero decir: la vida de Elvis tuvo mucho de chocante y de convencional, de estrepitosa y común.

Con su preciosismo, Guralnick acabó por aburrirme. Por supuesto, me sentí culpable. Yo no podía admitir ser derrotado.

Creo que erré el momento en que leí esta biografía. Fue un largo verano, con viajes varios, cargando en mi maleta con ambos volúmenes, tan físicamente contundentes, tan pesados.

Estoy seguro de que me equivoqué. Y estoy convencido de que volveré a volver a leer a Guralnick. Quizá lo haga aprovechando que estoy nuevamente enfrascado en otra biografía dedicada a Elvis Presley.

Si no me descuento, ésta es la tercera que leo sobre el cantante. La primera, una breve, de la que no recuerdo título ni autor ni editor.

Luego, la de Guralnick.

Y ahora una nueva, aparecida en inglés en 2018. Es una obra de mucha enjundia. Me está gustando especialmente.

Con esta nueva biografía confirmo… ¿qué cosa? ¿La desgraciada existencia de Elvis? ¿Su vida equivocada?

¿Qué es una vida equivocada?

Antes de hablar de esa biografía, permítanme decir cuatro cosas archisabidas acerca de la naturaleza humana.

Sería muy arrogante por parte de un estudioso hablar en estos términos. Contemplar con soberbia la conducta y las elecciones de tu biografiado te convierte en un pésimo biógrafo.

Cualquiera de nosotros se merece algún tipo de piedad. Cualquiera de nosotros —por espantosas, erróneas o malvadas que hayan sido sus decisiones— se merece alguna forma de compasión.

Pongamos una persona ya adulta, con un equilibrio racional y equilibrio emocional normales, con aciertos y errores, con un comportamiento aceptable.

Esa persona tendrá discernimiento y tendrá rasgos psicóticos o neuróticos, heridas psicológicas mal resueltas o no resueltas y tendrá una relación conflictiva y armoniosa con el mundo.

Ese individuo no será de una pieza, no estará equipado con una identidad inmutable, no se conducirá siempre de manera única y coherente.

Su pasado pesará y sus fantasmas o demonios no dejarán de perturbarlo por muy juiciosa, por muy sensata, por muy estable que sea esa persona.

Somos egregios, con momentos de fuerza y energía imbatibles. Durán lo que duran. Somos patéticos y autopunitivos, con momentos de fragilidad, dolor, desamparo,

La vida de cualquiera de nosotros sometida a escrutinio no resiste un juicio severo. Se nos ve como lo que somos: tipos corrientes.

Elvis fue un tipo con habilidades especiales que no tuvo una vida cualquiera.

Así nos lo detalla con primor y buen pulso narrativo Ray Connolly en la biografía que le dedica y que ahora se publica en España con el título de Ser Elvis. Una vida solitaria.

El 8 de enero de 1935 nace Elvis Aaron, hijo de Vernon y Gladys Presley.

¿Cuándo, concretamente? De madrugada, a eso de las cuatro y media de la mañana.

El lugar es paupérrimo. “En una casucha de dos habitaciones en Tupelo, Misisipi, donde la única luz que había provenía de un par de lámparas de aceite y el agua que hacía falta hervía en una estufa de leña”, precisa Connolly.

Son pobres, gente blanca con muchas carencias, padres jóvenes que viven y padecen los efectos de la crisis del 29.

La impresión de que en cualquier momento todo puede derrumbarse es constante. La vida en un ay.

Es una carga o amenaza emocional que estará presente en dicha familia a lo largo del tiempo.

A lo que parece, en efecto, los Presley tendrán siempre presente el recuerdo de esas estrecheces, unas penalidades que a la postre podrán sortear.

Podrán sortearlas, materialmente hablando, porque —según todos los indicios— el lastre emocional y la laceración de la pobreza serán siempre heridas mal cicatrizadas.

¿En quiénes? En Elvis, en su queridísima madre Gladys y en su hermético y gestor padre Vernon.

Es más: la familia deberá cargar durante toda la vida con otra desgracia de graves consecuencias e influencias.

“Treinta minutos antes” del alumbramiento de Elvis —nos recuerda Connolly— “había venido al mundo un hermano gemelo”, un hermano que nace muerto.

Se refiere el biógrafo a Jesse Garon, un alter ego, un referente, un fantasma con el que Elvis Aaron tendrá que cargar toda la vida.

Gladys convenció a su hijo superviviente de que la fuerza del muerto se traslada al vivo y que, por tanto, Jesse Garon se reencarna de alguna forma en su hermano gemelo.

Quinta y última parte del post

…Ser educado o educarse desde la primera infancia con esta creencia fabulosa produce un trastorno grave y sin duda deja una huella y una duda profundas en lo logrado o conquistado.

¿Por qué me salvé yo? ¿Se lo debo a él?

Elvis romperá los rígidos moldes de la sociedad sureña y de la América de los cincuenta. Sin aspirar a ello ni pretenderlo, lo que él sabe hacer maravillosamente será una revolución.

Maravillosamente bien, ¿qué cosa?

“Había algo en su voz, en su actitud, en su sonrisa tímida, en su belleza juvenil, en sus movimientos corporales al cantar, en su atractivo sexual y en su historia personal que se quedó grabado de manera indeleble en el imaginario de las masas”, nos recuerda Connolly.

Todo ello sumado será una revolución o una provocación a mediados de los cincuenta. Enumeremos brevemente.

Cantar valiéndose de un voz potente, extraordinaria, de dos octavas y media, y otro nivel en falsete, que permitirá distintos registros.

Mover el esqueleto para seguir el ritmo, lo que significa utilizar el cuerpo, inclinándose hacia adelante, presionando sobre las puntas de los pies y sacudiendo la pierna para ir al compás de la música.

Mostrarse con el pelo engominado y con la indumentaria más llamativa (no vaqueros o ropa de pobres), sino con muchos brillos y lamé y con pantalones plisados bien holgados de modo que el movimiento continuo atraiga las miradas hacia la entrepierna.

Etcétera.

Decir que esto es Elvis es simplificar un fenómeno complejo y además variable.

Poco tiene que ver el Presley de 1956 con el que “regresa” en 1968 tras el servicio militar y una alocada carrera cinematográfica (con películas la mayor parte de cuales son taquilleras y sonrojantes).

Elvis combinará todos los estilos musicales posibles de la América de entonces: desde el rythm & blues hasta el góspel. Recreará canciones populares o ajenas, apropiándoselas y dotándolas de una coreografía aparentemente sencilla pero seductora.

La figura de Elvis escandalizará en los cincuenta por su forma de expresarse y sentir, por el modo de moverse, por esas contorsiones pélvicas que provocan lascivia y desinhibición, por las indumentarias que luce, por los pelos que se peina, finalmente teñidos de negro azabache.

Quizá lo que más sorprendente de la vida adulta de Elvis es su relación con los otros y con la soledad.

¿Con quiénes?

Con tantos, con tantos otros con los que fue muy generoso (patológicamente generoso, podría decirse) en ese paraíso o cárcel que fue Graceland.

Con las mujeres y, en concreto, con Priscilla, a la que descubre en Alemania como niña, para finalmente convertirla en muñeca artificial.

Con su manager, el Coronel Parker, un hombre de negocios que gestionó como un tiburón los ingresos de Elvis, multiplicándolos y a la vez destruyendo en alguna medida su carrera.

Sin duda, Parker no fue el único responsable de las decisiones más dañinas o tóxicas.

Según nos recuerda Ray Connolly, Elvis se pensó y se sintió continuamente solo, responsable e irresponsable. Se pensó y se sintió cargando con una culpa indefinida y malviviendo (sobre todo al final) con una abundante y caótica farmacopea.

¿Se equivocó?

Yo no formularía así la pregunta. No sé ni siquiera si ésa es la pregunta.

¿Cómo sobrellevar un éxito temprano, universal y abrumador? ¿Cómo sobrevivir a un encasillamiento, a un encastillamiento, a una maquinaria que tú no gobiernas y de la que tampoco quieres o puedes escapar?

No vamos a ser tan arrogantes como para juzgarlo y condenarlo.

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