Si uno desea saber de Vox, si uno desea averiguar qué es y a qué dedica el tiempo y la financiación, puede seguir el rastro de sus hombres machotes y de sus gárrulas mujeres.
Aunque en estos partidos ultraderechistas lo decisivo siempre ocurre en la sombra, la verdad es que sus dirigentes dejan huellas aquí y allí, miguitas.
Es más, realizan performances bien visibles con las que escenificar su oposición radical o sus estrafalarias y tóxicas ideas: como mucho, tres, cuatro o cinco.
¿Para qué hacen tal cosa?
Para que las televisiones y los periódicos se ocupen de ellos. Bien que saben ahora que el espectáculo extravagante y, a la vez, reconocible (al modo de Donald Trump) queda muy bien en pantalla. Y de eso se trata.
Al fin y a la postre, los hombres y las mujeres de Vox combaten en la calle y libran sus batallas contra los progres, los comunistas y la ‘derechita cobarde’ en las redes y en los medios. Pero sobre todo se presentan a elecciones.
Se conciben y se nos muestran como patriotas que aman a la Nación sobre todas las cosas, que defienden la familia y el matrimonio naturales frente a desviaciones y a posibles vicios de la lujuria y la carne.
Son gente recia que ama lo de siempre: al hombre-hombre y a la mujer-mujer. Vaya, lo que es normal, lo que es tradicional, lo que es debido, lo que el ultramontanismo prescribe… Eso sí: siempre que el Pontífice no sea comunista.
Pero, aparte de esas cosas que enumero, aquello que los moviliza es el combate contra la corrección política. Para nuestros hombres y mujeres de Vox, lo Politically Correct es hipocresía verbal y totalitarismo.
Nada menos.
Lo Politically Correct es una coraza que ciñe, ahorma y ahoga a los individuos corrientes y a sus familias tradicionales.
La Political Correctness sería así todo pensamiento laico y toda ideología progresista que, a juicio de sus opositores, predique la moral laxa y los vicios ateos.
Ah, y también debería incluirse entre lo repudiable el discurso de la derechita cobarde: el del liberalismo conservador no doctrinario, un moderantismo acomplejado, pactista y pancista.
Los hombres de Vox son machotes, sí: varones muy recios, varones muy desahogados, siempre dispuestos a la lucha, a la cruzada, a la reconquista. Como sus gárrulas mujeres.
Desafían y repudian a las feministas y a los gays, gentes incomprensiblemente orgullosas de sus taras, taras que quieren extender amparándose en la debilidad de la democracia liberal.
Hay que volver a la tradición, dicen.
Los hombres y las mujeres de Vox hablan del pasado sólo como una suma de gestas heroicas, civilizadoras, de las que España nunca debería haberse apartado y, menos aún, de las que jamás debería haberse arrepentido.
Conciben la vida como una batalla principalmente cultural y, por ello, se encarnizan contra los equidistantes, los blandos, los cobardes. Aquí incluyen a todos los que no profesan su credo y su léxico.
Aspiran a arrebatar la hegemonía a la derecha conservadora, a esa derechita cobarde.
Pero no le hacen ascos a pactar y a compartir coaliciones o apoyos con quienes son sus padres putativos o hermanos. Siempre, eso sí, que abandonen los complejos.
Muchos de esos hombres y muchas de esas mujeres proceden de la formación conservadora de la que se apartaron con aspavientos.
Pero otros dirigentes vienen de organizaciones de ideología ultra: desde el fascismo rancio (Falange) hasta el neonazismo ya viejo (CEDADE).
A los de Vox se les puede rastrear en los medios, en las redes o en los libros. Nada de todo ello es incompatible.
De hecho es lo que hago cuando quiero examinar esta versión actualizada del acto y el pensamiento reaccionarios.
En los últimos años he leído unos cuantos libros de Vox o sobre sobre Vox. De Santiago Abascal y sobre Santiago Abascal. Son obras de distinta naturaleza.
Para abreviar las divido en dos clases.
Primera: me refiero a unas obras, involuntariamente divertidas, que son material propagandístico elaborado por sus ideólogos o adeptos.
Es decir, son panfletos concebidos por algunos de sus líderes y afines para hacer proselitismo entre su grey, entre sus simpatizantes y entre los despistados, una parte de los cuales aún lee libros.
Segunda: me refiero a otras obras que he consultado y que son de distinta índole. He leído análisis urgentes y recientes, prácticamente contemporáneos del fenómeno.
Suelen estar concebidos como prontuarios de primeros auxilios. En sus páginas se analiza y se prescribe qué hacer ante los ataques y las amenazas de la nueva, la vieja, la extrema derecha, la derecha alternativa o la derecha radical.
Entre esos volúmenes quiero destacar hoy uno que acabo de leer. Se trata de un libro muy clarificador: Vox, S.A. El negocio del patriotismo español (2022).

Su autor es Miguel González.
Se trata una investigación sólida, realizada por un periodista, por un reportero de El País, bien conocido por sus crónicas acerca de este partido.
Eso le ha merecido el repudio de dicha organización política. Los hombres y las mujeres de Vox excluyen a quienes les investigan más allá de los límites o el cerco que su núcleo duro quiere imponer.
En este volumen se detallan con precisión periodística todos aquellos elementos que hacen singular el caso de Vox.
El autor relaciona el partido de la ultraderecha española con otras organizaciones que amparan o financian económicamente el nacimiento y el renacimiento de Vox.
Porque, en efecto, Vox nace dos veces.
La primera: con Alejo Vidal-Quadras, Ignacio Camuñas y un joven Santiago Abascal (Santi)
La segunda, poco tiempo después: cuando, tras una depuración, Santi se convierte en su máximo dirigente rodeado por una corte que integran principalmente Iván Espinosa de los Monteros, Rocío Monasterio, Jorge Buxadé y Javier Ortega Smith.
Entre una circunstancia y otra, entre 2014 y 2015, Vox sufre ese trastorno. Por acoso de los jóvenes turcos (Abascal, Espinosa de los Monteros, Monasterio, etcétera), los viejos dirigentes irán apeándose o irán abandonando el partido.
Me refiero a Vidal-Quadras y a Camuñas.
El resultado es la conversión de Vox en una organización netamente personalista, cesarista, en la que el líder tiene o dispone de una corte de afines con los que toma y transmite las decisiones.
En este libro podemos rastrear los vínculos de Vox con ‘HazteOir’, con ‘CitizenGo’, con ‘El Yunque’ y con otras organizaciones de inspiración ultra y de cariz fuertemente reaccionario.
En las páginas que Miguel González escribe podemos ver los lazos con los sectores europeos y americanos de la derecha alternativa y de la extrema derecha clásica.
Y así distinguimos y rastreamos los nexos y las relaciones amistosas (y, a veces, complicadas) con camaradas como Steve Bannon, Le Pen, Matteo Salvini, etcétera.
Es decir, podemos ver a Abascal y a otros correligionarios con líderes de la derecha radical y trumpista.
Y podemos comprobar también los vínculos directos o indirectos que Santi o los suyos tienen o han tenido con Vladímir Putin.
El protagonismo reciente de estos personajes y organizaciones tiene múltiples razones.
Entre ellas, están la normalización y la incorporación del extremismo, de la política inspirada por derecha radical populista, en palabras de Cas Mudde (La ultraderecha hoy, 2021).

Pero también es decisivo el desarreglo institucional, la desconfianza, la quiebra de la intermediación formal en nuestras democracias, por decirlo con Ignacio Sánchez-Cuenca (El desorden político, 2022).

Todo ello ha permitido que organizaciones anteriormente minoritarias —irrelevantes, de escasísimo peso— hayan podido salir de la marginación, conquistando parte del mercado político.
Eso significa hacerse visibles, hacerse respetables. Con ello aumentan su electorado e incluso aspiran a arrebatar la hegemonía a las derechas tradicionales.
En este libro hay apuntes biográficos de Santiago Abascal, que proceden de sus memorias, de las entrevistas que ha concedido y de declaraciones de sus antiguos correligionarios (que ya no lo son).
Hay también una radiografía y una anatomía de los movimientos, los principios, las inspiraciones y las mutaciones ideológicas de Vox.
Y hay, en fin, un examen de las singularidades de un partido castizo y transnacional, enfáticamente patriota y a la vez vinculado a la Internacional de las derechas alternativas y radicales.
Es cierto que en dicho espectro, tanto en Europa como en Estados Unidos, hay disensiones.
Como los distintos partidos defienden el principio de soberanía, de soberanía nacional, los movimientos y los intereses de las diferentes organizaciones en ocasiones chocan.
De ahí que Santiago Abascal pueda retratarse con Matteo Salvini y a la vez mantener distancias con respecto a su práctica y su ideario.
Podría añadir más cosas, pero no. Lo que quiero es que lean a Miguel González y a los autores que antes mencionaba: Cas Mudde e Ignacio Sanchez-Cuenca.
En el libro de González podemos ver cómo nace el primer Vox, una recreación del auténtico PP. Y cómo acaba. De momento.
En este caso, vemos a Vox convertido en algo así como una secta política que comparte netamente los principios de la moderna ultraderecha.
Vemos, en fin, a los dirigentes de un partido que logran transferir esos principios a otras organizaciones, a las que radicalizan.
Con ello consiguen cambiar y alterar el lenguaje, el marco conceptual y las prácticas de la derecha tradicional, desenterrando a un PP cuyo extremismo todavía nos sorprende.