He leído Verdades a la cara. Recuerdos de los años salvajes (2022).
Son las memorias de Pablo Iglesias. O, mejor dicho, las no-memorias. Así las califica su propio autor. Eso dice Iglesias: que éstas no son sus memorias.
¿Por qué niega a su libro tal característica? Si el subtítulo de dicha obra es Recuerdos de los años salvajes, lo propio sería pensar en el género de las memorias.

¿A qué se debe esta negación? A dos razones.
La primera, a su renuencia, a su falta de fuelle. Las memorias “requieren premeditación y muchas ganas de dedicarle tiempo a ser preciso y hábil con las palabras. La imagen que uno quiere dar de sí mismo está en juego; no es poca cosa”.
Por eso, para finalmente prestarse a firmar estas memorias o no-memorias ha debido ser amistosamente conminado. Y, así, el único modo de convencerlo era facilitándole el producto o artefacto.
“Ernest Folch y Jaume Roures simplemente me convencieron de que el acoso que había vivido desde que entré al Gobierno había que contarlo”. Y que sólo necesitaba a un interlocutor para explayarse…
Dicho en otros términos: para salvar su renuencia bastaba con un interlocutor benevolente. Es decir, que estas páginas fueran resultado de largas exposiciones orales ante un periodista afín, Aitor Riveiro.
Eso crea un clima de comodidad que permite evacuar sin preocuparse de dar forma al volumen. Tras la deposición oral, Pablo Iglesias habría podido desentenderse del trabajo de transcribir, reescribir y ordenar.
En efecto, así ha ocurrido. Iglesias deja a Aitor Riveiro la enojosa tarea de editar esas palabras dándole la forma y el formato de libro.
Dichas palabras van precedidas de breves acotaciones en cursiva por parte del periodista. ¿Con qué objeto? Para que los lectores podamos distinguir sus palabras de las de Iglesias.
Pero por mucha afabilidad de trato entre Aitor y Pablo, este libro sigue sin ser la memoria escrita del que fuera líder de Podemos y de Unidas Podemos.
Él mismo nos advierte por qué.
“Las memorias tienen algo de ajuste de cuentas meditado y de vanidad. En los libros de memorias se ejecutan venganzas con precisión de cirujano y se suelen hacer autorretratos generosos con uno mismo”.
El argumento es contradictorio.
Si él no quería hacer eso —un ajuste de cuentas y dar forma a la expresión de una vanidad—, se equivoca. Este libro, al margen del rótulo, es eso. Que lo sea, que ajuste cuentas y que se muestre vanidoso, no quiere decir que necesariamente mienta.
Quiere decir que emplea muchas páginas en arremeter contra sus adversario y que emplea las restantes en reivindicarse.
De hecho, un par de veces admite el acusado narcisismo que lo mueve. De entrada esto no es malo ni patológico. Pero la constante reivindicación de sí mismo es una pista de lo contrario.
Es un indicio de la necesidad que tiene de salvarse, de elevarse, pues padecería y aún padece los ataques recibidos como injurias inmerecidas y mal curadas.
Por ello, entiendo que el título del libro aspira a ser rompedor y autoexculpatorio con una retórica de mucha agresividad.
“A la cara” es una locución que tiene un deje gamberro, pues si a alguien le dices algo “a la cara” estás retando a esa persona con un tono faltón o matonesco.
La intensidad es aún de mayor chulería si a ese tercero le espetas algo así como: “eso me lo dices a la cara”.
En fin, el rótulo que se le da al volumen no es inocente o inocuo. Vamos, que el libro tiene un título deliberadamente retador que además se corresponde con el timbre o la estampa de su prosa.
‘Verdades a la cara’ es equivalente a ‘Verdades como puños’. Y, ya lo advierte, las va a soltar.
Este volumen lo firma alguien que dice estar harto de cacerías, mentiras y traiciones. Se refiere a las injurias infligidas contra su persona, su familia, su partido y el Gobierno en el que ha participado. Así lo dice directa o indirectamente.
Voy a parafrasear lo esencial.
Nos hallamos ante la obra de alguien que ha quedado muy harto de ciertas cosas que le han ocurrido, de las que habría responsables muy evidentes y a quienes él mismo señala con el dedo.
¿Qué cosas? Particularmente, “la cacería” de que habría sido objeto durante años.
En primer lugar, el acoso o escrache sufrido durante meses por su familia en la casa de Galapagar.
Alejarse del Madrid popular habría sido en principio una forma de proteger a sus hijos de la inquisición constante de periodistas y gentes hostiles.
No se arrepiente del dispendio de la operación, pero admite que, de entrada, el principal objetivo habría sido inútil, pues durante mucho tiempo y a pesar de la protección, la casa habría sido objeto de acosos y persecuciones ultraderechistas.
El chalet, bien situado en el Madrid pudiente, lo habría adquirido la familia constituida por Pablo Iglesias e Irene Montero con todo derecho y legitimidad, nos advierte.
Al fin y al cabo habrían apoquinado lo requerido, guste o no guste, de sus respectivos ingresos y de alguna herencia ya recibida. Eso, más la hipoteca.
¿Se imaginan a los niños de esta pareja de políticos célebres en un parque del centro de Madrid? Eso viene a concluir quien firma el libro. Pobres niños.
Pero sigamos.
Pongamos otro ataque sufrido durante años y que aquí, en estas páginas, se detallaría. El hostigamiento padecido por su partido, Podemos y Unidas Podemos.
Esto habría sido palpable a partir de sus tempranos avances políticos, concretamente desde el primer éxito en las Europeas de 2014.
Esta hostilidad dura, durísima y hasta cruel, la habría practicado y aplicado la derecha política, económica y sobre todo mediática. Y la habría sufrido su organización y, especialmente, él mismo, Pablo Iglesias.
¿Por qué tanto repudio e incluso odio? Porque Podemos habría venido a trastocar el orden bipartidista y el bloque de poder que desde hace años o siglos, se apropia de los recursos y de las instituciones. Eso dice.
Sigamos.
Hostilidades, mentiras y traiciones es lo que deplora una y otra vez. Los nombres propios que aquí aparecen como responsables de esas hostilidades, mentiras y traiciones son, entre otros, el “Estado Profundo”, la derecha y la ultraderecha y sus distintas ramas o derivaciones judiciales, policiales y mediáticas.
Aquí habría que incluir a una parte del estamento judicial y al excomisario Villarejo y a otros miembros de la policía patriótica, encargados de difundir bulos o mentiras sobre sus relaciones con Venezuela e Irán, regímenes que presuntamente habrían subvencionado a Podemos.
También habla largo y tendido de los medios de comunicación. En concreto, de “Eduardo Inda y sus sicarios” así como de LaSexta y su principal factótum, Antonio García Ferreras.
A Inda y Ferreras les dedica unas páginas de mucho resentimiento, muy rencorosas, pues sabe que ambos, Inda y Ferreras, han aprovechado sus poderes para atacar directamente a Podemos o para debilitar la fuerza de la nueva organización.
El primero sería un tipo despreciable; el segundo sería un individuo listísimo y sin escrúpulos que habría abierto las puertas de LaSexta a Inda, principal difusor de mentiras.
Las páginas que Iglesias dedica a Ferreras son quejosas. Aunque el antiguo líder de Podemos no lo dice, es el jefe de informativos de LaSexta quien más le aupó en sus inicios. Ahora, Pablo Iglesias asiste a su distanciamiento, viendo como patrocina a los desleales: aquellos que son o juzga que son desleales a Podemos.
En efecto, la hostilidad de Pablo Iglesias se manifiesta también, pero con dolor y resentimiento medidos, contra quienes considera traidores. O, en los términos del propio Iglesias, contra aquellos que han faltado a la lealtad más básica.
Se refiere principalmente a Íñigo Errejón y, con él, a Manuela Carmena. Y se refiere también a quienes formaron el primer Podemos, dirigentes que no se sabe bien por qué pronto habrían abandonado la formación, saliendo con mayor o menor estrépito.
Eso es toda una falta de lealtad. Un partido, dice Iglesias, no tiene por qué coincidir siempre con el líder, faltaría mas. Pero sus conmilitones le deben lealtad, no hacer trabajo fraccional, añadiríamos. Si no hay esa alianza, estaríamos hablando de traidores. Eso es lo que debemos concluir.
¿Y alguien a quien valore o salve?
A Pedro Sánchez le reprocha pocas cosas, si acaso su desconfianza o su errores. A Yolanda Díaz la trata con fría camaradería: la ungió él y valora templadamente su papel en el Gobierno de coalición.
Pero sus mejores palabras las dedica a la leal Ione Belarra y, sobre todo, a la vicepresidenta que no fue por voluntad propia: Irene Montero. Es una continua apología la que hace de su esposa, ministra de Igualdad.
¿Ha habido avances en el Ministerio de Trabajo, el de Yolanda Díaz? Sí. “Son logros notables”.
Ahora bien, “tengo la impresión de que lo que seguramente más se recuerde en el futuro sean los avances del Ministerio de Igualdad porque esos van a ser irreversibles”.
Y ahí hay una protagonista. “Creo que serán esos los avances de los que se hablará dentro de quince, veinte o veinticinco años como éxitos de la sociedad española, e Irene Montero será recordada por ello”.
Acabo.
Lo más llamativo de su trayectoria ha sido, sin duda, el temprano retiro de la política institucional. En el libro juzga y defiende sus peripecias. Juzga y defiende sus estrategias y las tácticas de última hora para estar en uno u otro puesto…
O para tomar la decisión de abandonar la gestión pública. Nuevamente vuelve a ensalzar su propia figura, pues esa retirada sería una muestra de no tener apetito desmedido por el poder.
Tengo la impresión, más bien, de que aparte de su entrega a la política, Pablo Iglesias ha querido forjarse siempre un futuro provechoso para su propia persona. Esto es de todo punto lógico. Tengamos en cuenta que él empieza a trabajar siendo un profesor precario. Es normal que busque un porvenir, pues no se trata de inmolarse o de ser mártir o de renunciar a la propia vida.
En su primera etapa publica, la de las Juventudes Comunistas, y después, empezó con la agitación y la propaganda. En estos momentos, tras la retirada, ha regresado a lo mismo.
Con sus intervenciones en las distintas radios, con su podcast y, en fin, con sus comentarios o parlamentos en distintos medios se convierte en figura.
¿Figura?
Precisamente es lo que siempre ha querido ser: un publicista influyente, atendible, que fija doctrina y que dicta el marco. En otro tiempo, en otra época, habría sido un intelectual público y comprometido. Hoy en día es un influencer.