¿Por qué leo lo que leo?
No voy a colgarme medallas. Tampoco voy a mostrar laceraciones, incisiones o heridas. Si leo material de segunda o incluso aburrido es porque quiero.
No se apiaden de mí.
Empiezo este post ‘in progress’, motivado por la reseña, vamos a llamarla así, que el otro día escribí y publiqué sobre Verdades a la cara. Recuerdos de los años salvajes (2022), de Pablo Iglesias.
Verdades a la carta, podríamos decir.
Dicho volumen, manufacturado en pocos meses y con repeticiones y erratas inaceptables, es una respuesta. La del antiguo líder de Podemos a su colega y conmilitón. ¿A quien me refiero? A Íñigo Errejón.
El libro de Iglesias es incomprensible sin la razón última, personal, emocional… que lo motiva: dar respuesta a la obra, a las memorias, de Iñigo Errejón.
¿Cómo se titulan? Con todo. De los años veloces al futuro (2021).
Apareció meses atrás.

En éste como en otros casos, aunque no siempre, sigo el precepto de Emil Cioran: no deberíamos escribir sobre aquello que no hubiéramos releído.
Justamente por eso examino ahora, en otra clave, ese volumen que en su momento leí sin mayor convulsión. Vamos, que no me conmovió especialmente.
Sólo es una defensa del populismo de izquierdas, al modo de Ernesto Laclau, al que cita y rinde pleitesía. Eso me dije para torpeza mía, pues el libro es algo más.
Si se relee hoy, que es lo que estoy haciendo, saltan chispas.
En efecto, ahora las cosas son distintas y leo ese volumen en clave retrospectiva. Hoy, tras la respuesta implícita y explicita de Pablo Iglesias, el libro de Iñigo Errejón, titulado —insisto— Con todo. De los años veloces al futuro, cobra una dimensión distinta, más reveladora.
Podemos sopesar las crueldades mutuamente infligidas. Y podemos examinar qué reproches se hacen… Para Errejon, los años de ascenso de Podemos son ‘años veloces’; para Iglesias, meses después, serán ‘años salvajes’.
En realidad, lo que ambos quieren decir es que Podemos pasa de un millón a cinco millones de votantes en poquísimo tiempo y eso emborracha.
Son dos líderes muy distintos. Uno es alguien que piensa (eso dice) y se piensa pensador, apegado a la calle; al otro lo identifica como un actor, como un hombre mediático.
No es que salga en los medios, dice Errejon. Es que Pablo (tal como lo llama una y otra vez), “su personaje público político, se desarrolla en el interior de los medios de comunicación”.
O en otros términos: “ una cosa es salir en la tele y otra es ser tele”.

Así se describe Errejón: un académico que pisa la calle; y así describe a su compadre: a Pablo, al que pronto lo ve rodeado de una corte de afines, de palmeros.
A partir de aquí, las observaciones de Errejón suben de nivel. En realidad, buena parte de ellas las dedica a demostrar cómo el Podemos asambleario que ayudó a fundar y organizar acabó matándolo.
Es el verbo literal que emplea: ese Podemos basado en los círculos —que no era IU, que no era comunista, que se pensaba transversal, que apelaba al pueblo y no a la militancia— confirió buena parte del poder interno y externo al secretario general.
Y este último, que venía de la tradición comunista, se convirtió, según Errejón, en la encarnación del hiperliderazgo.
Así, Podemos habría ido perdiendo rápidamente el carácter asambleario con el que nació y a cambio se habría formado una camarilla en torno a Iglesias, dedicada a secuestrar al propio líder (que se dejó secuestrar) y a dirigir la organización sin contrariar al secretario general.
Las memorias de Errejón son la autopsia de un artefacto que se convierte en monstruo, un monstruo más, más convencional y previsible. Y ello hasta recobrar parte de la esperanza con Más Madrid, que ya no repetiría los vicios orgánicos de los partidos tradicionales o de la organización comunista.
Podemos sería ya “un partido poscomunista que no apuesta por la estrategia transversal y populista, y que está cómodo en la posición que ha construido. En ese partido yo no voy a sobrevivir. La inercia es que o nos matan o nos vamos o nos transformamos”.
Es más: “en ese partido ni a él ni a mí nos habría ido demasiado bien con nuestra forma de pensar, pero Pablo lo está liderando. Lo ha construido. Es el partido que democráticamente ha elegido lo que quiere hacer. Pues no hay mucho más que hablar”.
El resto del volumen contiene poco chascarrillo (que no revelaré), poca intimidad (que la preserva, sobre todo, por Rita Maestre).
En el grueso de las páginas siguientes se dedica a exponer sus ideas, que son una extraña aleación del anarquismo en que militó cuando joven (y ahora residual) con el populismo, que tendría su idea central en la transversalidad.
Es el pueblo el sujeto a atraer y a “construir” en la clave latinoamericana y en la clave de Antonio Gramsci. Resulta reiterativo y a la vez original frente a la democracia parlamentaria y sus instrumentos, llamados partidos. Original no significa audaz, aunque él se vea a sí mismo así.
A la vez esa democracia parlamentaria, que tiene vicios institucionales, es la que le permite a Errejón no ser o no comportarse como un excomunista.
Por momentos, el resultado es tedioso y, cuando se siente pensador y no memorialista, su prosa se vuelve críptica, hermética, innecesariamente abstrusa. La teoría del populismo conduce a ese argot.
Creo que Pablo e Íñigo difieren en el leninismo de agitación y propaganda y difieren en el papel y en el poder que se concede al secretario general. Vinieron a renovar la política, dicen.
Muchos nos conformamos con que sus metas no sean asaltar los cielos y que se resignen a una realpolitik que dé buenos resultados, alcanzables.
Otra cosa son los libros que han escrito para justificarse. Son y no son memorias. Se muestran en carne viva y sus páginas detallan con poca impudicia las respectivas autopsias hechas por los dos pacientes.