Justo Serna y José Luis Ibáñez
Anatomía de la Historia, 30 de septiembre de 2015
…A los ochenta y cinco, que son los años que actualmente [2015] cuenta el señor [Jordi] Pujol, los achaques suelen mermar al anciano.
Lo habitual es llegar a esa edad con el cuerpo más o menos entero, enteco o ventrudo, aunque encogido y con la salud quebradiza, raramente robusta.
La vejez nos mutila, arrebata centímetros y normalmente acentúa nuestras arrugas, pliegues, verrugas, ojeras.
Dios nos quita el pelo de la cabeza para ponérnoslo en las orejas, dijo un personaje célebre.
Así es en el caso de los varones, que pueden ir luciendo matas en los pabellones auditivos y que para sorpresa de todos esas matas siguen creciendo cuando el resto del organismo se va rebajando.
Jordi Pujol ha perdido mucho pelo, como cualquier hombre que padece alopecia, cosa que a él se le manifestó bien pronto, según atestiguan las fotografías de muchas décadas atrás.
Pujol nunca ha sido un hombre bien parecido ni su voz es exactamente varonil o recia, tampoco puede decirse, sin mentir, que su timbre sea afeminado.
Como mucho, su voz suena desagradable, incluso hasta parecerse a una carraspera permanente.
Los tics frecuentísimos que su rostro manifiesta desde antiguo o desde siempre lo afean mucho.
Guiña sin parar, se ladea, cierra los ojos y habla quedo, insuficiente. La edad lo achicó y la vejez le hizo hablar farfullando, en ocasiones con un discurso ininteligible.
Cualquier persona a los ochenta y cinco años espera pronto rendir cuentas ante el Altísimo o ante los suyos.
Es el momento de contemplar con orgullo la obra bien hecha, consumada: la familia que se ha creado y multiplicado, los hijos que han crecido saludables y honrados, los nietos que corretean ante el abuelito.
Es el momento óptimo para escribir unas memorias en las que volcar sus experiencias, esas anécdotas propias de quien ha vivido más o menos intensamente.
En esas ocasiones literarias se suele hacer balance, justiprecio de sus acciones y del patrimonio reunido, tanto el material como el inmaterial.
Hay perspectiva.
Lo corriente es no arruinar una trayectoria o un pasado, sino lo contrario: que la edad provecta sirva para atemperar las pasiones de otro tiempo, que la senectud permita relativizar los excesos, los errores o las ambiciones de los años mozos.
Las memorias de Jordi Pujol lo dejan muy bien parado y sus gestas tempranas le dan un aura noble…
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