Días atrás volví a ver [REC] (2007), de Jaume Balagueró y Paco Plaza. No sé si es la tercera o cuarta vez. De esa película, luego saga fílmica, se ha hablado mucho. Yo, también.
Ahora, en la intimidad del hogar me he dejado llevar otra vez por la tentación.
La he vuelto a ver pero solo. Solo, sí, sin compañía, con una luz escasa e indirecta. La verdad es que sigo apreciando la audacia de sus directores.
En lo que abajo digo me ciño al primer film de la saga cinematográfica.
En muchos sentidos, [REC] es una película cómica, terroríficamente cómica. Pero también es sociología de urgencia.
Esto es, resulta una caricatura muy lograda y risible de la insolidaridad y del prejuicio, del egoísmo y del malestar contemporáneos.
Vivimos en el mismo lugar, pero no compartimos nada o casi nada: como mucho, la mutua desconfianza.
Pero [REC] es también un anticipo de lo que hoy nos pasa: la obscenidad de la sociedad transparente. O supuestamente transparente.
Todo, casi todo, debe ser visible y difundido… O eso creemos o eso nos hacen creer.
Estamos en una comunidad de vecinos en la que ocurren ciertos hechos pavorosos. Es un suceso de salubridad y orden público.
Ángela Vidal, reportera, y Pablo, cámara, entran en el edificio con un equipo de bomberos. Son unos adelantados.

Quieren grabar imágenes para un programa de telerrealidad,un programa del que ambos forman parte: algo así como ‘Mientras usted duerme’.
¿Qué papeles desempeñan?
Tenemos a una periodista que mira y entrevista, que señala y busca. Tenemos a un cámara que graba, que ilumina con la ‘antorcha’, que usa el zoom, que adopta enfoques osados y ángulos diferentes.
Vemos lo que el cámara graba, sin montaje. Presuntamente, claro.
Con la excusa de acompañar a esos temerarios profesionales, los espectadores tendremos hechos, hechos, hechos, un menú factual: lo íntimo retransmitido.
Ángela y Pablo son los protagonistas del film, pero lo relevante es lo que nosotros vemos. Porque en [REC] todo lo que el espectador observa es lo que el cámara —el objetivo abierto— va grabando.
O, mejor, aquello que distinguimos es lo que el aparato registra. Para ello se valen de la ‘antorcha’ o de la visión nocturna («Pablo, grábalo todo por tu puta madre«). Eso sí, todo grabado… siempre que esté pulsado o en marcha el botón de rec.
Y lo que descubrimos es un mundo inhóspito, infectado, aturdido, receloso.
Nadie se fía de nadie y el mal, algo inconcreto, acecha sin que sepamos en qué momento atacará a los habitantes de la casa. Quieren salir pero no pueden. Tampoco les dejan.
¿Por qué razón?
Se sospecha que hay un virus y, por ello, el edificio ha de permanecer aislado, en cuarentena, con la fachada forrada de plásticos, envoltorio que le da un aspecto futurista e irreal.
Están rodeados de luces externas e intermitentes, pero los habitantes sobreviven en sombras y entre las sombras.
La oscuridad es real y simbólica.
Prácticamente toda la película transcurre con escasa iluminación: con esa ‘antorcha’ que lleva el cámara, algo que da poca luz, unos pocos metros todo lo más.
Al fondo siempre intuimos malamente la existencia de perfiles humanos. Son seres infectados, seres que de repente corren a toda velocidad para morder a sus congéneres.
¿Como vampiros, como hombres-lobo, como zombis?
No sabemos de qué están enfermos, cuál es el virus, pero su patología, esa rabia, se extiende tras la moderdura.
Al final, cuando la antorcha se apague, lo único que tendremos será la visión nocturna de la cámara.
Me refiero al resplandor verdoso que nos permite distinguir a la reportera sin que ella vea nada, absolutamente nada.
Los últimos planos son ya célebres.
La muchacha está tumabada boca abajo en el suelo del ático. El fondo está negro como boca de lobo. El cámara ya ha muerto, pero el objetivo está encendido y sigue grabando.
Es lo que vemos: de la oscuridad algo arrastrará a la reportera…
¿Qué ocurrirá después?
Aquí se despiertan nuestros miedos infantiles, el terror a ser tocado por lo extraño –que decía Elias Canetti–, el pánico a ser atrapado por algo viscoso, frío, informe, sanguinolento. Ella está sola. No sabemos qué ocurrirá.
¿Será devorada?