El historiador ante la posverdad

Conferencia de JS en la Facultad de Geografía e Historia, viernes 30 de mayo a las 11 horas. Salón de Grados.
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Hay días en que uno tiene la impresión de que el mundo es indescifrable, de que todo resulta oscuro. No sólo es un estado de ánimo baqueteado. 

Es la suma vertiginosa de los hechos y de sus múltiples y contradictorias interpretaciones: la propia dificultad de explicar esos hechos o de comprender los actos de manera congruente.

Es como si la actualidad –lo que aún está ocurriendo, lo que está en proceso– impidiera asimilar el acontecimiento, un acontecimiento que pronto es reemplazado por otro igualmente efímero e incomprensible. 

Es, por otra parte, la impresión de que todo puede acabar sin que tú puedas hacer gran cosa, percibiendo, además, ese fin y tu impotencia. 

Desde luego, dicha impresión no tiene por qué ser exclusiva o particular y no tiene por qué estar causada por lo real, sino por lo que creemos que es real.

Imaginemos que tengo una máquina. Pongamos un automóvil. Imaginen que sé accionar su maquinaria. Conduzco ufano por la carretera, luciendo un coche de última generación con toda clase de extras. 

Imaginemos que se me estropea una conexión o un chip o un rodamiento, qué sé yo. Desde luego será un pequeño desastre, una catástrofe particular. Pero no por el posible accidente, sino por el desconcierto que me provoca que las cosas no funcionen. 

Me explico. Sé cómo hacer funcionar ciertas cosas, incluso ese automóvil: sé hacerlo marchar. Pero no me pregunten cómo funciona. Pues bien, tengo la impresión de que de un tiempo a esta parte nos pasa eso cuando observamos la marcha del mundo. Sabemos accionarlo cada día pero muchos ignoramos cómo funciona: cómo funcionan el mundo y sus cosas. 

Necesitamos que nos digan cosas comprensibles que nos hagan creer que sabemos cómo funciona el mundo. 

Si no tenemos esa pequeña certidumbre, la circunstancia nos crea una sensación de ansiedad creciente. Un leve contratiempo nos deja desarbolados, con esa impresión de desamparo.

“En la oscuridad de las siete de la mañana, el ordenador entró en un salvaje estado de completo desorden”, anota Enrique Vila-Matas en una página de su «Dietario voluble’ (2008). 

«Un contratiempo terrible”, añade, “porque disponía yo de sólo tres horas para entregar unas páginas. Esperé a las ocho, cuando hubiera ya clareado, para llamar a un servicio técnico de urgencias», prosigue Vila-Matas. 

«Tenía que terminar de escribir mi artículo sobre la inseguridad y la crisis de sentido en el mundo actual, pero si había algo realmente inseguro para mí en aquel momento era el ordenador. En cuanto al mundo, éste podía esperar”, apostilla Vila-Matas.

En efecto, el mundo siempre está a punto de acabar. Eso mismo le decía Guillermo de Baskerville a Adso en ‘El nombre de la rosa’. Y añadía: cuídate de los agoreros que predicen el desastre. 

Está bien. Es buena recomendación. En la Edad Media imaginada por Umberto Eco siempre puedes refugiarte en una abadía o en una pequeña aldea, alejado del mundo. Cierto. 

Pero el problema es que estamos en una sociedad de riesgo de la que no es fácil escapar. Sucede un cataclismo financiero y, qué quieren, sólo con dificultad conseguimos saber qué nos está pasando. Y no sólo eso: qué es lo que nos puede pasar. 

Los economistas vaticinan retrospectivamente, dice el tópico. Y los historiadores anticipan el pasado, podríamos añadir. ¿Y los sociólogos? Pues los sociólogos hacen como que saben o enuncian lo que todos vemos. 

Uno de los grandes sociólogos que adelantó lo que actualmente nos ocurre fue Ulric Beck cuando distinguía entre peligro y riesgo. Estamos en peligro cuando la máquina tiene una avería que se puede solucionar. Si arreglamos el desperfecto podremos prevenir futuros accidentes.

¿Pero qué pasa cuando la máquina produce efectos incontrolables? Que estamos en riesgo… Su marcha no depende sólo de ella, sino de un sistema cuyos factores no siempre pueden prevenirse. 

En ésas estamos: dándonos cuenta de que no sabemos cuáles son los efectos de nuestras acciones. En un estado de desconfianza. Descreemos de las autoridades e instituciones tradicionales, que se nos quedan obsoletas; desdeñamos el conocimiento de los expertos, que predicen lo que ya ha ocurrido o fracasan en sus profecías, etcétera.

¿Y la realidad? La realidad ha sufrido un descrédito que la hace fantasmal, inaprensible, incomprensible. Si lo abstruso se nos muestra sencilla y emocionalmente. Si lo que ocurre es lo que creemos que ocurre. Si los hechos, tan frecuentemente inexplicables, se nos presentan de modo coherente y tribal…

¿Entonces? Entonces, la verdad será algo comunitario y no necesariamente demostrable, comprobable o verificable. No precisamos autoridades con criterio y con crédito. Tampoco expertos con conocimiento y pruebas. 

Necesitamos charlatanes que nos digan lo que queremos y precisamos oír, que nos hablen del coche averiado que pronto, milagrosamente, caminará aunque no lo sepamos accionar. Ya no es obligatorio formarse o informarse. Es necesario creer y compartir dichas creencias para aliviar la incertidumbre.

¿Es así? ¿Así son las cosas? ¿Qué podemos decir los historiadores ante ese mundo que se nos antoja indescifrable, lleno de riesgos y emocionalmente inestable?

¿Qué es la posverdad? Todo empieza por la formación y por la información…

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Más, mucho más hoy 30 de junio a las 11 horas en el Salón de Grados de la Facultad de Geografía e Historia de la Universitat de València. 
Conferencia de Doctorado.

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