Democracia. La película no ha acabado

Hay ciertos films de ahora mismo que están reflejando o representando a su manera las crisis recientes, el descrédito de las instituciones y la manipulación emocional de la política.

He visto, de momento, Silvio (y los otros) –en realidad Loro (2018)—, de Paolo Sorrentino. He visto El Reino (2018), dirigida por Rodrigo Sorogoyen. He visto Brexit. The Uncivil War (2019), de Toby Haynes.

El primero de esos films nos muestra los trastornos provocados por la política excesiva, charlatana y demagógica de Berlusconi, melancólico tras su retirada forzosa. Nos muestra en Cerdeña a un Silvio absolutamente histriónico y crepuscular, rehecho y remendado como un clown malvado.

El segundo film nos presenta la ascensión y caída de un personaje de ficción (pero perfectamente verosímil), Manuel López-Vidal, alias Manu, vicesecretario general autonómico de un Partido: claramente el PP… de la Comunidad Valenciana.

La tercera película nos enseña los mecanismos de manipulación general y selectiva que emplearon los partidarios del Brexit: en concreto, nos admiramos y nos sobrecogemos con la magia agorítmica de Dominic Cummings, el gran ideólogo y propagandista del ‘Vote Leave’.

Son tres películas que tienen interés, las tres alcanzan el notable para mi gusto: tres films que tienen su valor respectivo, aunque desigual. A veces con deslices o elecciones inexplicables…

Los actores están como tienen que estar: o notables o soberbios. Son Toni Servillo, Antonio de la Torre y Benedict Cumberbatch. Despliegan histrionismo, flema o agitaciones crecientes o intermitentes. En algún caso, mucha trepidación.

Son films ambiciosos y también defectuosos, ya digo, en alguna de sus partes: en sus arritmias o en sus acabados. Aunque, eso sí, son películas muy útiles para saber más.

¿Más de qué? Pues sirven para reflexionar mejor, algo mejor, sobre la vieja y la nueva política, sobre el elitismo y el populismo, sobre la manipulación ideológica y la degeneración moral, sobre la corrupción democrática y la desintegración de las instituciones.

En pocas palabras: sobre la toxicidad del clientelismo, del patronazgo y, luego, de la antipolítica. En otros términos: sobre la quiebra de la confianza civil, sobre el cese de los valores constitucionales.

Los comportamientos ostentosos o dispendiosos —sencillamente delictivos y sin complejos— de una parte de la clase política llevaron y llevan a la desafección.

Si a eso le añadimos, la crisis económica o la falta de expectativas, tenemos sectores de la población a la intemperie y fácilmente dependientes y manipulables.

El Silvio Berlusconi encarnado por Servillo se presenta como el tipo ocurrente de sus comienzos, animador de fiestas y ahora magnate de la juerga desprendida y millonaria que tantos envidian.

Se nos muestra como el emprendedor con experiencia, alguien capaz de dirigir Italia con las dotes de un negociante, alguien que sabe ser generoso con la gente modesta, un repartidor de favores y granjerías.

Manu, interpretado por Antonio de la Torre es el pícaro que asciende en medio de una ciénaga corrupta, el listo que sabe salir a flote inmerso como está en un charco de aguas mefíticas. ¿A qué me refiero con tanto líquido?

A un partido político con dinero negro que es una estructura de redes delictivas, redes que se reparten provechos o que se enfrentan en juegos de suma cero. Es decir, redes organizadas para cometer latrocinios o para competir por ellos.

El Dominic de Benedict Cumberbatch es un individuo cultivado, un cerebro frío e intuitivo que se vende al mejor postor o que sabe ofrecer su inteligencia para ganar las causas más perjudiciales. Es un anarcocapitalista que le hace el trabajo más refinado a los rudos aislacionistas británicos, contrarios la Unión Europea.

Oficialmente, Dominic no delinque cuando se ocupa de idear y realizar la campaña del Brexit (“Take back control” o “Let’s take back control”). Pero sus ardides de publicitario sin escrúpulos hacen de él un tipo diabólico.

Son películas muy diferentes y de realización desigual, insisto. Los guiones respectivos son, en ciertos momentos, atinados, con toques de verismo sucio, con trazos deliberadamente caricaturescos y con una frialdad satírica.

En otras ocasiones, las películas pierden fuelle o se precipitan en pirotecnias, en excesos y arrebatos circenses o carnavalescos.

Pero esto que escribo no es una reseña cinematográfica. Esto que escribo es una constatación de lo que fuimos y un aviso, un anuncio de lo que se nos avecina o ya está.

En estos films hallamos la corrupción y los lujos agiotistas del pasado reciente y hallamos la gestión inescrupulosa de una política burdamente emocional.

Permanezcan atentos. La película no ha acabado.

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