Fani Fernández estará hoy viernes 8 de febrero en la Llibreria Ramon Llull. ¿El motivo? Hablar de su último libro, Piruetas (2018). En la mesa la acompañarán Rafa Marí y Jacobo Pallarés.
Fani tuvo la gentileza de remitirme un ejemplar de su obra. Es ya es la segunda entrega, tras En cada derrota (2017). Era éste un primer libro que tuve el honor de prologar.
Por su parte, Piruetas es también literatura del yo y es expresión personal. Pero es sobre todo pasajes irónicos y observaciones sublunares.
En ambos volúmenes hallamos entradas de diario, registros de un dietario, los tanteos que ella anotaba en su blog. Fani escribe con esmero, como si le fuera la vida en ello. Y le va, pues cada pieza es el trocito de una identidad que en parte se desvela.
Nada más recibir Piruetas no me pude reprimir e, ipso facto, me puse a leerlo, a deleitarme con esas justas verbales, a degustar las piezas salteadamente, intermitentemente. Es decir, sin respetar el orden y el índice de la obra.
A esta forma de leer se la llama “picotear”. No me gusta nada. Picotear es probar bocado, distintos bocados, para calmar el hambre o engañarse con poca cosa. No me gusta ese verbo si lo aplicamos a Piruetas o a En cada derrota.
¿Por qué razón? Porque la lectura de sus prosas verdaderamente sacian. Lo digo en el buen sentido: sin dejar de ser piezas livianas, felizmente livianas, la degustación de cada uno de esos artículos recopilados satisface enteramente. Llena.
Con dichos textos ocurre lo que sucede con un cuento. Al repasar ésta o aquella entrada tenemos la impresión y la satisfacción (insisto) de haber leído un relato y otro y otro también, propiamente una suma de historias.
En ambos libros, el aspecto y sus contenidos son prometedores. Y la lectura confirma la excelencia de un género: la literatura de periódico; o, si queremos ser precisos, la literatura ‘diarística’, personal.

Las cualidades de esas prosas se aprecian inmediatamente. ¿Cuáles son?
Página a página, la escritora Fani Fernandez demuestra fina ironía, mordacidad incluso, un tono inteligente sin pompa que siempre mueve a la sonrisa, que siempre deja un poso de levedad. Hasta lo más grave se trata con sutileza y con frase cáustica.
Por ser dietarios, una suerte de diarios, ambos libros son mapas aproximados, parciales, puzzles a los que siempre les faltarán piezas. Es literatura de fragmentos, propiamente fragmentaria. A cachos.
Pero no son retales de un tejido mayor que ya poseemos. Son, por el contrario, jirones que la autora se arranca y que son su huella y su revelado.
Trate lo que trate, ella es el objeto de su prosa. Eso sí, el fondo es muy variado: desde una canción de David Bowie hasta la banda sonora de Pretty Woman.
Y, al hacerlo así, al tratarse a sí misma, la escritora ensaya. Esto es, cultiva el género del ensayo. O, en otros términos, tantea y se compromete.
O de otra forma: describe trozos de lo real y, al opinar o juzgar o sopesar, interviene o interfiere sobre la realidad, sobre las cosas valencianas o sobre el ‘mundo mundial’.
La suya es, así, una observación intermitente, una observación sobre actualidad más efímera. Ahora bien, gracias a su toque, esa actualidad destilada (es decir, pasada por filtro de la tradición y del pasado) sobrevive.
En estas páginas es lo que se dice, pero es también cómo se dice. Con prosa precisa y por momentos lírica. Con ternura, con mordacidad latente o manifiesta, y sin apenas acidez o avinagramiento. Con escepticismo, en fin, que los lectores apresurados pueden confundir con la resignación.
Pero no: Fani Fernández es cualquier cosa menos resignada. Por un lado afecta modestia y por otro unas frases, unas ideas enunciadas o unas bromas nos devuelven a la observadora cáustica, respondona.
Creo que ése su estilo: lo que escribe es una defensa contra las hostilidades de lo real o contra las ofensas del presente. Fani Fernández es periodista y sus dietarios son crónicas del ayer o del que será, registros del ánimo, de los estados de ánimo.
Ella navega y baila…, y se expresa usualmente en segunda persona: por una parte avanza hacia variados destinos, los diferentes objetos que trata (En cada derrota); y por otra se balancea, se agita y se mueve sin desplazarse, ocupando pues un punto fijo de observación (Piruetas).
La metáfora de la danza, se nos advierte en la contracubierta, es clave interpretativa. Yo, tal vez, prefiero la otra lectura posible de la que también se dan pistas: la de los tentetiesos que elegantes o ridículos se balancean sin volcar, sin perder, en fin, la compostura.
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Fani Fernández (2016), por Araceli Calabuig.
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