La hora violeta es un libro que estremece por su temple y por su prosa. Es un libro conmovedor, formalmente conmovedor, que nos narra la muerte del hijo, de Pablo.
Y sobre todo nos cuenta los meses de intemperie y quiebra emocional y racional de unos padres, Sergio del Molino y Cristina Delgado.

La hora violeta es un libro que estremece por su temple y por su prosa. Es un libro conmovedor, formalmente conmovedor, que nos narra la muerte del hijo, de Pablo.
El progenitor nos relata el hecho posible, venidero, fatal…, que no podemos nombrar. A ese interregno (vamos a llamarlo así), el autor dedica estas páginas. Las titula La hora violeta, fórmula que toma de T. S. Eliot, de La tierra baldía.
Es interregno. Y es lapso breve que lleva de un estado a otro. De la vida promisoria a la pérdida de un hijo que era un ser emocional y emocionante, un muchachito que estaba por crecer y madurar.
He dicho que este libro es “formalmente conmovedor”. Me reafirmo. Lo es por la calidad de su puesta en escena y lo es por lo exquisito de su escritura. ¿Acaso por el sentimiento que nos embarga al leerlo?
Empecemos diciendo dos cosas. Esto que ahora, en 2019, escribo no es una reseña: siempre sería una recensión rezagada o a destiempo, acotación a un libro publicado en 2013.
He retrasado por razones diversas, algunas personales (si no es que todas las razones son siempre personales), su lectura. Ahora he decidido no demorarla más tras las recomendaciones de Marisa Begué.
La segunda cosa que quería decir es ésta: el volumen de Sergio del Molino me afecta hondamente. ¿Ah, sí, y a quién no?, podría reprocharme cualquier persona.
Sí, es así, pero en mi caso me ha conmovido de manera especial por haber estado cerca de una situación semejante: esas razones personales a las que antes aludía.
No puedo decir que haya vivido esa situación. Pero sí puedo decir que he sentido los efectos del cataclismo, un cataclismo semejante. A mi alrededor, todo era devastación.
Ahora bien, de la devastación no sale por fuerza buena literatura. La literatura no surge necesariamente del dolor más íntimo. Surge cuando un poeta y un novelista saben dar forma a ese dolor.
En otros términos, un libro de tensión y resolución equilibradas, de justa expresión, de medida ejecución —como es La hora violeta— no es fruto de la desgracia.
De la desgracia no se sigue la creación poética. Hace alta oficio, pero sobre todo hacen falta el arte y el artificio de eso, de quien tiene oficio.
En La hora violeta no hay una sintaxis sonora o acomodaticia o melodramática. Es prosa desgarrada que a la vez desgarra. No obstante, las palabras del narrador no se desbordan. El prosista se contiene…, delicado, delicadísimo.
Los hechos son sencillamente catastróficos. Pero un libro no alcanza la excelencia por el tema, sino por la filigrana, por el modo en que se piensa y se narra la muerte del hijo.
¿Cómo se puede relatar este hecho impensable e inenarrable? Más aún, ¿cómo se puede narrar el sentimiento, el desamparo, de los padres?
Pues se puede relatar expresando la pena con la exquisita habilidad del letraherido. Pero también valiéndose de la ironía y la deprecación de uno mismo.
Es una forma de hacer explícita la herida. Eso sí, sin restarle gravedad pero sin hacer demasiado aspaviento.
Durante décadas, yo he padecido el fantasma de un hermano mayor muerto nada más nacer. Se hacía presente allí en el hogar, convocado por la nostalgia y la herida irrestañable de mis padres.
Era un ser prometedor, repleto de expectativas que jamás frustró. Murió joven, tan joven, que en efecto todo en él era promisorio. De haber sobrevivido, aquel esbozo habría sido guapo, fuerte, un angelito y luego un hombre modélico.
Tras leer el libro de Sergio del Molino, he dejado de pensar en mí. También he dejado de pensar en ese hermano mayor cuyo parto fue su punto final. Y mi angustia, inducida.
Tras leer el libro de Sergio del Molino, he pensado en mis padres, con un tristeza apenas reprimida. He pensado en la desolación mal curada, en el desgarro que los laceró.
Pero, por algún efecto estrictamente literario, he conseguido apiadarme de ellos sin condescendencia (si tal cosa es posible). He reconocido finalmente su devastación.
Para mí, la literatura no es necesariamente terapéutica. Tampoco deseo una curación como consecuencia de la lectura. La literatura es felicidad y jovialidad. ¿Cómo decirles?
De La hora violeta he salido enjugándome las lagrimas. Y reconciliado.