Don Miguel de Unamuno sentía un profundo rechazo por ciertos tipos que abundaban (y aún abundan) en el paisaje español. Sentía, sí, un profundo rechazo.
Y a la vez esos tipos, que a su juicio reunían los peores vicios de las tradiciones nativas, le despertaban todo el interés.
¿A quiénes se refería? A los tipos que se juzgan por elevación. Aldeanos o urbanos, esos individuos se creen superiores o importantes y por ello quieren singularizarse.
En algún sentido lo son: singulares e importantes, quiero decir. Al menos por el efecto que tienen. Pero a la vez no dejan de ser ceporros o broncos, incluso ruines.
Así los veía y así los calificaba y diagnosticaba Unamuno en su célebre artículo «País, paisaje y paisanaje» (Ahora, 22 de agosto de 1933).
¿Pero por qué los analiza si son tan despreciables o mezquinos?, le preguntaban. «¿Pero es que usted los toma en serio?», le insistían.
“Ah, es que hay que tomar en serio a la farsa», respondía don Miguel. Hay que tomarse en serio a los farsantes, a los importantes, a los arrogantes.
Hay cacofonías imprescindibles y ésta es una de ellas.
Gracias, don Miguel.
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Fotografía: Agence de Presse Meurisse, 1925.