¿Cuántas veces habremos visto esa escena, procedente del film Cabaret (1972), de Bob Fosse? El remoto origen literario es Adiós a Berlín (1939), de Christopher Isherwood.
¿Cuántas veces? Quizá cientos o miles. O más. En ella podemos apreciar la quintaesencia del totalitarismo y del sentimiento oceánico, esa masa a la que es posible enardecer y manipular.
Bien mirado y de entrada, aquello que sucede en esa circunstancia no espanta, pues no hay violencia física explícita. Es más, resulta un momento de extraordinaria calma.
Alguien entona una canción amable, Tomorrow Belongs To Me. Pero pronto esa pieza resulta también un horror, su premonición.
Volvamos a ver la secuencia. Dos hombres, solidarios y despreocupados, disfrutan al aire libre en la terraza de un café o cervecería.
De pronto, un jovencito bien parecido entona una canción que exalta la naturaleza. Nada más inocente, virginal; nada más emocionante.
Pero, conforme se abre el plano, confirmamos que ese muchacho es miembro de las Juventudes Hitlerianas. Y en calidad de tal canta. Corroboramos que los protagonistas y los figurantes se hallan en Berlín.
Ese joven se gana su audiencia, a este, a aquel, a dos individuos también uniformados, con quienes el muchacho forma más que un trío; y luego…, un coro constituido por ‘casi’ todos los presentes.
Es un público improvisado, que poco a poco y con creciente entusiasmo se hermana: todos, menos un anciano cuyo rostro refleja enojo y malestar. La mirada y la cabeza gacha muestran claramente sus sentimientos.
La canción, Tomorrow Belongs To Me, es bella, de sencilla factura, de letra emotiva y de resonancias hímnicas.
Fue compuesta originariamente a partir de una canción popular para Cabaret (1966), el musical de Broadway, de Fred Ebb y John Kander, y para su adaptación cinematográfica homónima, de Bob Fosse.
De hecho, de ser una tonada popular se convierte en un himno y, por tanto, en un reclamo. Primero es una melodía pastoral para ser finalmente una marcha.
¿Qué función cumple en el film? Es un fragmento de la gran historia, esa historia mayor que arrasa literal y metafóricamente, el poder de una minoría política, el dominio del fanático, la evidencia y la presencia de la masa. Y ello sin ejercer un acto de violencia física.
Basta con que la población haya sido intimidada, en muchos casos perseguida, para que un individuo con uniforme y herrajes seduzca al indiferente.
En la secuencia, el motivo parte de un primer plano. Ya digo: es el de ese muchacho bellísimo y rubio como la cerveza.
No lo vemos originariamente pero suponemos que se dispone a cantar y canta. Estamos al aire libre en lo que sin duda es un día primaveral. Todo parece sonreír a los presentes y de esa placidez nos contagiamos los espectadores.
Estamos en la terraza, ya digo, quizá en un café o cervecería, en donde un grupo de parroquianos parece tomar el vermú. No hay malos augurios.
Tomorrow Belongs To Me. El joven entona bien y la melodía crece enardeciendo los ánimos de los parroquianos hasta que todos salvo el anciano forman ya una comunidad emocional.
El nazismo contagia e infecta, fuerza consensos y arrastra. Los dos amigos que habían recalado en dicha terraza aprovechan para irse, quizá para escapar de ese sentimiento oceánico que todo lo anega.
¿El mañana me pertenece? No. This is the end…