‘Yo no vengo a decir un discurso’
Una amiga me agradece privadamente que mis textos ayuden a pensar y a reír. A ella y a otros. Eso imagino.
Bueno, no sé si dichos escritos son para tanto. De todos modos me siento rejuvenecer con este ditirambo.
Lo formulo toscamente: pienso luego río.
Dicho esto, no estoy o no estamos para tirar cohetes. Aquí donde me ven… vivo o sobrevivo arrastrándome.
Vivo o sobrevivo lamiéndome las heridas para disfrute de mis enemigos.
Veo a los triunfadores, a los mas votados, y me pregunto. ¿Pero qué es esto?
Asumo, cómo no, el éxito de una candidata tan escasa…, o —al decir de algunos intelectuales— de una persona tan solvente.

Debo admitirlo. No me di cuenta a tiempo.
¿De qué cosa? Del sentimiento de pertenencia, de la cultura del esfuerzo. Son palabras de Isabel Díaz Ayuso.
Sentimiento de pertenencia es expresión nacionalista. Cultura del esfuerzo es fórmula del ultraliberalismo.
Debo admitir que Isabel Díaz Ayuso ha encontrado la piedra filosofal, la aleación más incongruente.
Pues no me percaté. Y ello a pesar de que los intelectuales de postín, hombres bien terrenales, la encumbraban y me advertían.
Yo, qué quieren que les diga, sigo sin ver calidad alguna en un ser de lejanías, de exteriores, de terrazas.
Punto y aparte.
Uno de los libros de Gabriel García Márquez más entrañables es aquel en el que se recopilan sus discursos: Yo no vengo a decir un discurso.
El volumen se publicó en 2010. Alcanza las ciento sesenta páginas y muestra con sencillez y humildad las calidades verbales de Gabo.
El título de la obra reproduce la oración que escribiera García Márquez en el texto de despedida leído ante sus compañeros de Secundaria.
En dicho volumen, que recuerdo haberlo disfrutado por esas fechas —hacia 2010– en Madrid, en un hotel de lejanía, de las afueras, hallamos discursos y conferencias que, en formato de libro, habían permanecidos inéditos.
La oralidad nos traiciona, nos expone, nos depone. Uno va con todo preparado, con el pensamiento bien armado, y acaba hundido o revelado o desnudo.
En la obra de García Márquez se alude expresamente a su aversión. ¿Aversión, a qué? A pronunciarse: la aversión a hablar en público: «Yo comencé a ser escritor en la misma forma que me subí a este estrado: a la fuerza».
Ayer escuché a Isabel Díaz Ayuso. Estaba descompuesta y con el rímel corrido. Yo habría tenido corrido hasta el tinte de mi calva (que no me pongo).
Aparte de felicitar a la ganadora, poco tengo que añadir ahora. La candidata del Partido Popular se inclinó por la simplificación. Quizá no pueda aspirar a más.
En política y en otros ramos del saber y del hacer, lo que se lleva es la simplificación…, e Isabel Díaz Ayuso se sumó a la corriente.
Lo que priva aquí y allá es el esquema, la esquematización. En fin, lo que se impone por doquier es aplanar lo complejo.
¿Para qué expresarse con lenguaje refinado, culto, preciso (o rebuscado incluso…), si podemos hablar plebeyamente, a la pata la llana, sin afectación alguna?
¿Para qué plantear como complicado o difícil lo que, siendo complejo, puede presentarse de una manera simple, a la pata a la llana?
Si un premio Nobel pudo decir eso —“yo no vengo a decir un discurso”—, ¿qué añadirá una candidata de formación laxa?
Libertad es lucir un cinta que pone libertad, dijo Isabel Díaz Ayuso el día en que ganó las elecciones.
Hemos caído muy bajo. No es el fin del mundo, sin duda. Unas elecciones autonómicas no son gran cosa. ¿Comparado con qué?
Pero que una candidata se exprese de forma tan vulgar no augura nada bueno. El adocenamiento del pensar. Eso sí, con mohínes altaneros.