Mariano Rajoy. Se ha escrito un libro

Mariano Rajoy ha escrito un libro. Lo ha hecho, lo de escribir un libro, pero bien mirado no estaba obligado a hacerlo.

Y eso se nota o se acaba apreciando pronto, conforme avanzas en la lectura. De inmediato distingues cierta holganza expresiva.

La holganza expresiva no es economía verbal. Es otra cosa y es paradójica. Con esas palabras me refiero a la resistencia a explicarse, a decir lo fundamental.

M. Rajoy se extiende páginas y páginas sin que lo básico esté tratado, expuesto o abordado. Por tanto, hay en él verbosidad reiterativa, que acaba siendo excedente: flatus voci.

Por otra parte, M. Rajoy no es un autor que se prodigue. De hecho no es exactamente un autor. No es como otros que, por estar en el candelero o en el candelabro, deben sorprendernos de cuando en cuando con una novedad.

Se ha escrito un libro, pues. Se lo ha escrito… para él: como libramiento personal y autodefensa ideológica.

En primer lugar, como libramiento: el autor nos hace entrega de sus ideas. Bueno, ideas, ideas. Sí, alguna hay, sin duda. Yo diría que una o dos ideas y no siempre desafortunadas.

¿Ejemplo?, La defensa de la democracia. Intenten darle la vuelta a esta idea.

Y, en segundo lugar, el libro lo ha escrito como autodefensa: M. Rajoy lo publica para ilustración y enseñanza de púberes, de inmaduros: de políticos no adultos, que es lo que se supone que es él.

De hecho, su libro tiene un título definitorio: Política para adultos (2021).

Debemos agradecer al expresidente que salte al ruedo, que se exprese, aunque sea a su manera.

Su profesión es la de registrador de la propiedad y este volumen, Política para adultos, no trata de cuestiones referidas a este sector, que imagino tedioso y de difícil comprensión.

Lo que ha concebido es una obra de política circunstancial. O, en otros términos, una suerte de manual de instrucciones para aspirantes en sazón.

Pero tampoco es un tratado de ciencias políticas, ramo del que M. Rajoy desconfía abiertamente.

Hay, sí, en sus páginas un desdén sutil hacia los estudiosos, los sabedores, los expertos que, a su juicio, van dando lecciones políticas.

Lo suyo no es exactamente antiintelectualismo. Es la soberbia de la experiencia.

Unos, como él, saben de lo que hablan por los años de mili que llevan; y otros hablan de lo que ignoran porque creen tener títulos o créditos. Es el caso de algunos profesores y lectores resabidos y resabiados.

Puede que no lea mucho, pero lo poco que cae en sus manos le rinde frutos, parece decirnos. De hecho, este libro que ahora firma sólo tiene un volumen teórico detrás: Cómo mueren las democracias (2018), de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. Punto.

Sobre esa base erudita y circunstancial fundamenta sus argumentaciones. Resulta que el volumen cayó en sus manos cuando dejó la Presidencia del Gobierno.

Imagino que buscó en dicha obra las causas profundas de su caída y, por tanto, cómo muere o declina la democracia española.

Y algo de esto hay, porque Política para adultos tiene como principal propósito identificar a los oponentes ideológicos y políticos que lo han derribado.

La respuesta es local y es universal.

Los identifica: son los populistas, gentes inmaduras —suponemos—, gentes peligrosamente irresponsables que se adueñan del mundo de los adultos, que se apropian de lo que corresponde a los políticos serios.

Los populistas serían, efectivamente, individuos a quienes ve por todas partes. Su rasgo definitorio, ese presunto o real populismo, se extendería a izquierda y derecha.

El populismo en Rajoy es sinónimo de adanismo, de infantilismo, de irresponsabilidad. ¿En quiénes identifica y diagnostica estos males?

En primer lugar, en Podemos y en los herederos del 15-M.

En segundo lugar, en Pedro Sánchez, que sería un ambicioso que se vende al anticonstitucionalismo por una prebenda: la de ser presidente.

En tercer lugar, en los doctrinarios de su propio partido. Imaginen a quiénes se refiere.

Por eso, él se presenta y aún se postula como ejemplo de la vieja política, como respetable líder del bipartidismo, sin principios doctrinales inamovibles.

Y, por ello, lanza sus andanadas y sus puyas irónicas (siempre repite que, ante la dificultad, tira de sorna) contra quienes lo llaman o lo ven como un “antiguo” o como un melifluo dirigente.

Política para adultos no es exactamente un volumen de sus memorias, cuyas primeras entregas ya leí.

Me refiero a En confianza (2011), un libro promocional, cuando M. Rajoy se postulaba como candidato a la presidencia.

Y me refiero a Una España mejor (2019), una obra lastimera, publicada meses después de ser desalojado de la Moncloa, en donde nos hablaba de su legado inmortal.

Y llego al final. Al punto final.

“Escribir un libro es una tarea de enorme complejidad”, admite Mariano Rajoy con gran énfasis e indudable sorpresa. Parece que no lo sabía: ahora ha descubierto la pesadez del empeño.

Para escribir un libro, añade el expresidente, “no basta con tener una idea y comenzar sin más a desarrollarla”. Una idea o dos no bastan, ciertamente. Lo importante es plasmarla o plasmarlas. Da la impresión de que no había reparado en ello hasta ahora.

Para escribir un libro, “es necesario recabar documentación, leer mucho, escuchar opiniones; en este caso las había muy distintas, incluso encontradas”, tareas fatigosas donde las haya.

Para escribir un libro, “también es preciso hacer un esfuerzo”, con el fin de “rescatar de la memoria acontecimientos que ya estaban en el baúl de los recuerdos”, trabajo que cansa.

Y, en fin, para empezar y acabar un volumen, hay que “escribir”. Literalmente: para hacer un libro “después” hay que “escribir”, dice. Es ésta una enojosa tarea con la que parece no contaba.

Hay que redactar, “corregir textos, rectificar manuscritos, introducir nuevas nuevas ideas o dejar de lado otras”. Nada menos.

Decididamente, escribir “no es ciertamente una labor fácil, ni cómoda”, admite con resignación.

Durante meses, Mariano Rajoy parece haberse dedicado a tal menester. Con ayuda, claro. Con apoyos de sus editoras y con amistades que revisan el original y chivan, quizá, otras ideas o nuevas.

Pero en toda la exposición y en su desarrollo retórico falta lo fundamental. M. Rajoy emplea trescientas treinta y seis páginas para no abordar lo que era dirimente: la corrupción en su propio partido, la caja B, las malas compañías, etcétera.

En la escasísima alusión que hay a todo esto sólo admite que pudo haber en su partido algún concejal de comportamiento inadecuado, es decir, corrupto. Lo dice de pasada y como excepción que podría haber en cualquier ente.

Un concejal. Y, sí, así empezó M. Rajoy, como registrador de la propiedad y como regidor. La primera es la materia de la que sabe escribir y contar. ¿Y la segunda materia, la de la corrupción?

Pues, eso, la segunda…, ya tal.

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