Escribo hoy brevemente sobre las Fallas de Valencia. Lo hago sanamente influido e impelido por un escrito de Juan Calabuig. En Facebook.
Debo declarar primero que soy valenciano de nacimiento (cosa que no me enorgullece ni me avergüenza).
Debo declararlo no sea que adviertan un resquemor o una animadversión propia de extraños.
El de Calabuig es un post sutil e ingenioso en que se dedica a lamentar ciertas prácticas falleras de las que se siente ajeno y por las que experimenta rechazo.
Concretamente, Juan menciona la denominada ‘Despertà’, un hábito consistente, como su propio nombre indica, en alterar el sueño de los justos y del resto.
¿Con qué fin?
Una comitiva de madrugadores hace un paseíllo para lanzar cohetes y proyectiles por calles y plazas.

¿A qué se debe esa agresión ruidosa?
Es un acto que tiene por objeto anunciar el inicio de la jornada fallera. El vecindario, claro, da por concluido el descanso. Se levanta a la fuerza.
Es ésta una inexplicable costumbre, al menos lo es para mí y, por lo que veo, también para Juan.
Es una costumbre cuyo sentido sólo la Madre de Dios o San José deben de saberlo.
Quizá.

Apelo a la Virgen y, en concreto, al Santo porque de ellos o de este último especialmente depende la continuidad de las fiestas josefinas.
Aún no he hallado respuesta en este mundo sublunar.
En su escrito, Juan se expresa nostálgico y malhumorado. Y yo, qué quieren, entiendo sus emociones. Bueno, una parte de sus emociones. A él aún le quedan restos de amor fallero.
A mí, no.
Si no ando equivocado, la última vez que escribí sobre las fiestas josefinas fue hace unos años cuando en una recopilación titulada ‘Adiós a las Fallas’ reuní algunos de mis textos sobre este asunto.
No sé si fue entonces o un par de años antes, ciertos intelectuales falleros arremetieron contra mí en Facebook.
Me dijeron lindezas poco agradables. Imagino que yo les parecía un traidor. O un mal valenciano.
Para los forasteros (y para hacerme entender): cuando digo “ciertos intelectuales falleros” la mejor equivalencia podría ser la de “ciertos intelectuales taurinos”, esos que creen ser legión y que morirán alabando la Fiesta Nacional, achacosos, por vejez y consunción.
Dejé de emocionarme con las detonaciones callejeras, las que otros o yo mismo ocasionaba, a punto de cumplir mi primera década de vida.
La familia abandonó Valencia durante unos siete años y ahí fue cuando perdí el hábito.
Así me sucedió.
Como quien deja de comer churros y luego, cuando vuelve a probarlos, la pieza que engulle sólo le parece una masa grasienta.
Sé que para muchos no es exactamente como lo cuento pero, para mí, sí.
Si me apuran, Els Castells, los Castillos en el aire, aún me sorprenden cuando los veo por televisión. Algo semejante me ocurre con Les mascletaes.
Me son tan distantes estos espectáculos que no los soporto. No llevo bien la convivencia con la masa y el ruido que todo lo envuelve.
Permítanme una breve evocación.
Dejé de emocionarme con la mascletà de la Plaza del Caudillo (la más importante) cuando aún no había cumplido los quince años.
Sé que fue en aquellas fechas, porque era el mes de marzo inmediatamente anterior al fallecimiento del Generalísimo.
Pasaron los años y a partir de 2001 me puse a escribir con regularidad periódica sobre o contra las Fallas (contra el estrépito, los aceites, los humos, etcétera).
Pero ya no lo hago. Esto que ahora leen es, pues, una excepción de la que me lamentaré.
Cuando comencé en El País con mi matraca antifallera, yo quería homenajear los artículos antitaurinos de Manuel Vicent.
Por supuesto, mi modesta contribución durante unos años no me equiparó al excelente articulista.
Lo único que conseguí fue la animadversión de ciertos valencianos que se sentían insultados.
Y conseguí también la felicitación de Josep Torrent, por entonces delegado de El País en la Comunidad Valenciana.
Recuerdo un día del mes de marzo de 2001. Torrent me escribió un correo alentador y frustrado: ojalá te hicieran caso algunos vecinos y, sobre todo, Rita Barberá, me dijo.
Para forasteros (y para hacerme entender): Barberá era la que por entonces (2001) tenía mando en plaza.

Y así, año tras año, yo escribía mi artículo.
Hace tiempo que me di por vencido. Salí derrotado de un combate desigual.
Doña Rita Barberá está en los Cielos. Imagino que a la diestra de San José lanzando petardos
Y yo sigo aquí penando, solidarizándome con Juan Calabuig. Somos pocos.
Menos mal que somos dos.
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Fotografías: Las Provincias