¿Por qué esta guerra, la invasión de Ucrania, me afecta tanto? ¿Por qué vivo con tanto padecimiento, con angustia personal, la crisis que se nos viene encima?
Soy un privilegiado, vivo en la Unión Europea, y una parte de mis problemas son eso: problemas del Primer Mundo.
No me quejo de vicio. Pero me quejo…, aunque no demasiado. Y a veces me siento culpable: no sé si de quejarme o de ser un privilegiado.
De entrada, durante años, creo haber vivido en una burbuja, sin interrogarme ansiosa y expresamente por el estado del mundo, que siempre va a la deriva, no nos engañemos.
¿O sí que me preguntaba?
No sé qué responder, porque o es una paradoja o, desde otro punto de vista, no tengo perdón.
¿Por qué? Pues porque durante al menos dos décadas mal contadas he impartido la asignatura Historia del mundo actual. La he disfrutado.
En esos años creía poder explicarme lo que pasaba y, por tanto, creía poder explicar a mis alumnos el estado de cosas, sus progresos y retrocesos.
De unos años a esta parte, sin embargo, he tenido la impresión creciente de que mis lecturas no me bastaban, de que la realidad me desconcertaba.
¿Cómo es posible que no haya sido lo suficientemente perspicaz como para advertir aquello que se nos venía encima?, me he ido preguntando una y otra vez.
Siempre me han interesado los diferentes pasados, entre ellos, el pasado reciente y eso, ese tiempo cercano o el mismo presente, se me iba y se me ha vuelto desconcertante.
¿He mirado mal? ¿He leído mal?
Me respondo.
Me he formado, me he interesado, me he instruido. Y, sin embargo, un abismo se ha abierto entre ese presente a aclarar y lo que yo puedo decir.
Sí que he sido sensible, sí que me he preguntado sobre lo que acontece. Pero ahora estoy aturdido.
Una parte de lo que he leído durante años o de lo que he aprendido durante décadas parece no servir.
Sin duda, me estoy equivocando. Eso quiero pensar. Todo lo aprendido y lo que aún sigo aprendiendo me reta. Y sirve.
Los historiadores no somos mejores analistas que los restantes contemporáneos, ciertamente.
Pero vemos con mayor claridad qué partes de la naturaleza humana pueden cambiar y qué partes son constitutivas.
Lo que más me agrada del conocimiento y rendimiento históricos es el progreso moral. ¿Y qué es el progreso moral?
Pues la percepción creciente de que determinadas cosas, prácticas, costumbres, actitudes que fueron habituales en el pasado o hasta ahora mismo ya no son tolerables.
Sencillamente atentan contra la naturaleza humana, porque humillan y degradan. Saber eso no nos hace mejores, pero nos hace medir la dignidad o la indignidad de ciertos actos.
Ante las desgracias que sobrevienen y de las que yo milagrosamente me salvo (signifique eso lo que signifique), me amparo en la historia. Veo los horrores que hoy no consentimos.
Echar un vistazo a lo ocurrido en los últimos ciento veintidós años, por ejemplo y como mínimo, nos proporciona herramientas para no ser excesivamente optimista y para no abandonarse al pesimismo.
Perdonen mi tono. Hoy no analizo nada. Como mucho expreso un desconcierto.
Aún aprendo.

Continuará.
No se qué decirte, no se si ya estoy rendido y, por tanto, embrutecido.
No, Fran. No te rindas. Somos legión quienes te queremos racional y sutil.