Estoy aquí, en tierras valencianas, gozando de un descanso no programado. En realidad es una parada o un parón. No sé.
Me gusta trabajar, pero a mi aire y por sacudidas, según un tema nuevo o viejo me provoque de manera caprichosa.
Entonces, cuando esto ocurre, leo y leo sin detenerme. Me tomo mis notas y, si estoy inspirado (o eso creo), escribo unas líneas.
No me gusta releerme. En lo escrito siempre descubro fórmulas mejorables o solecismos imperdonables. O cacofonías deliberadas como las que ahora preceden.
Y así continúo, leyendo y escribiendo privadamente hasta que el objeto de mi obsesión comienza a resultarme tedioso, un latazo.
Entonces, siento un vacío interior o un empacho, no sé. Y me cuesta escribir y leer. Mejor dicho, me cuesta leer algo que me atraiga con furia o placer.
Ahora estoy sumido en una melancolía llevadera. No hay nada nuevo que me trastorne.
Por eso me he puesto a releer Mi último suspiro (1982), de Luis Buñuel (en colaboración con Jean-Claude Carrière). México renace en sus páginas y un pasado tan distante me conmueve.
Al menos, la prosa socarrona y tierna del volumen, las experiencias mexicanas y la sabiduría de don Luis me alejan de este presente temible y vulgar.

Todo es tan ordinario… Hasta México me decepciona.
Me acabo de enterar, por ejemplo, que han detenido a los dos presuntos autores del robo de vinos ocurrido en el hotel-restaurante Atrio, de Cáceres, hace unos meses.
Sucedió —ya digo — unos meses atrás y, por lo que parece, fue perpetrado por un experto etnólogo y una Miss.
La señora se registró en el Atrio bajo el nombre de Mirka Golubic. Para ello entregó una carta de identidad suiza. Al parecer no despertó sospecha alguna.
A las pocas horas, la dama y su compinche habían afanado vinos riquísimos del restaurante.
En realidad, la verdadera identidad de Mirka Golubic es Priscila Lara Guevara, una muchacha de veintiocho años que en su momento obtuvo un preciado galardón: “Miss Earth Estado de México”.
No me digan que no esto un presente convulso y vulgar. Entre Putin y Priscila se le quitan a uno las ganas.
Cualquier día pasa algo grave, aún más grave. Si es pronto, estaré emocionalmente en México. No con Priscila, sino con Buñuel. Será mi último suspiro.
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