[Escrito entre la 1 y las 2 de la madrugada del sábado 13 de agosto de 2022].
Me acabo de enterar del ataque sufrido por Salman Rushdie en el Estado de Nueva York, poco antes de impartir una conferencia. Por lo que se sabe, la agresión ha sido cometida con un arma blanca.
Rushdie es un distinguido novelista de origen indio de doble nacionalidad (británica y norteamericana). De siempre me han gustado esas mezclas, esa aleación que su figura y su cultura encarnan.
La verdad es que Rushdie no es un literato al que yo haya seguido con todo detalle, aunque por supuesto me interesa lo que en la ficción o fuera de la ficción escribe.
Lo conocí por su novela Hijos de la medianoche (1980), que me la recomendó vivamente Eduardo Novo, una persona sabia a la que recuerdo con nostalgia.

Me prestó su ejemplar en la edición en Alfaguara, en aquella colección tan distinguida, de tapas rugosas, ásperas, nobles.
Hablo de la segunda mitad de los años ochenta.
A finales de esa década, tras publicar Los versos satánicos. Rushdie se le condena por el régimen de los ayatolás. En Irán.
El asunto es muy conocido y ahora ha sido nuevamente recordado. En 1989, Rushdie es objeto de una fatua, un decreto religioso promulgado por el ayatolá Jomeini.
La fatwa lo condena a muerte por blasfemo. Rushdie no es iraní ni vive en ese país, pero esa condena y la amenaza rebasan las fronteras.
Por entonces, en 1989, me encuentro con mi pareja en Italia. Es un curso académico. La noticia de la fatwa nos la transmite en Módena un matrimonio amigo que, como nosotros, allí reside. Lo forman Tula, libanesa, y Antonio, chileno.
Tienen una empresa que se dedica a la distribución de literatura en español, sobre todo obras publicadas por Alianza, Seix Barral y Alfaguara. En Italia, insisto.
Recuerdo el estupor que inmediatamente nos provoca la maldición dictada contra Rushdie. Recuerdo la rabia.
Creo que es entonces, justo en ese momento, cuando de verdad percibo y calibro lo que es el renacimiento del fanatismo. En 1989 vivimos en un Occidente laico que creemos libre de estas amenazas.
Por esas fechas confirmo algo muy elemental: nadie puede sentirse a salvo de eso, del fanatismo, que no es pasado y que ni siquiera ha pasado. A todos nos concierne.
En el momento de escribir estas líneas ignoro si Rushdie sobrevivirá y en qué estado. Desconozco qué ha invocado el atacante para cometer esa terrible acción.
No sé si consuela mucho, pero el individuo ha sido detenido por la policía. Espero que sea juzgado y que, tras sentencia justa, tenga su merecido, por supuesto de acuerdo con la legalidad.
Como espero igualmente que a Rushdie, en el quirófano, los médicos lo salven para bien suyo y de toda la humanidad.
Con Rushdie nos salvamos o nos hundimos.