¿Por qué los historiadores leemos novelas?

Hace unos pocos años impartí una conferencia en Quilmes.

Invitado por la Universidad Nacional de Quilmes, en Argentina, y acompañado por Martín Stawski (Docente, UNQ) y Miguel Ángel Taroncher (Docente, UNMP) di, sí, una charla sobre una de mis pasiones.

Me refiero, claro, a las novelas.

Estuve acompañado por dos amigos de mucha enjundia. Ya digo: Stawski y Taroncher.

Me hicieron sentir bien, muy bien, en un entorno amigable, de entrega y aceptación.

Había un lleno hasta la bandera y yo me sentía muy responsable de lo que debía y podía decir.

Impartir una charla sobre las ficciones como historiador —no sólo como lector, aficionado al género— te obliga grandemente.

Te obliga a documentarte, como investigador que acude a la novela para buscar restos del mundo pasado. O para hallar en el presente un pretérito que no acaba, que se rehace con la memoria.

¿Qué les pido a ustedes ahora? No quiero que me aprueben. No quiero que me reconozcan.

Por Dios, soy vanidoso, pero no tonto. Quiero que aprecien el entusiasmo que le echo cuando hablo de estas cosas.

Sólo deseo transmitir mi contento.

Ahora, varios años después (creo que tres), vuelvo a reproducir ese evento en Quilmes.

Fui feliz. Argentina me hace levitar.

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