Javier Cercas. La cordura y el equilibrio

Acabo de recibir por correo un ejemplar del último libro de Javier Cercas: No callar (2023). Es un gesto de amistad que le agradezco.

El título completo de la obra es: No callar. Crónicas, ensayos y artículos, 2000-2022.

Es una recopilación, expresamente ordenada, de textos periodísticos y conferencias, aparecidos en los últimos veintitantos años.

En esas piezas, publicadas en distintos medios, Cercas juzga, se expresa y, a la postre, ejerce de intelectual.

Propiamente, este libro muestra una de sus facetas creativas: el periodismo de opinión, por decirlo brevemente.

Gracias a su influencia entre los lectores, Javier se erige en referente, en figura atendible cuyos puntos de vista suscitan interés, adhesión, o controversia.

Ejerce de intelectual, ya digo. Quien profesa tal actividad no calla.

No calla, en efecto.

Esto es, interviene, se entromete, se expone y se compromete manteniendo el equilibrio y la cordura ante temas o asuntos públicos que merecen su atención, su contento o su enojo.

Pero lo paradójico es que Javier Cercas tiene una especial prevención al sustantivo ‘intelectual’. Sí, le tiene o le ha tenido especial aversión.

¿Acaso por timidez o coquetería? No exactamente. Javier se explica y lo explica en su enérgico prólogo.

Nos recuerda la ambivalencia de la figura del intelectual. Y, de paso, nos confiesa a qué aspiraba él, el joven Cercas, hace varias décadas… cuando tenía ambiciones que cumplir.

El intelectual, de acuerdo con las figuras egregias que lo encarnaron en el Novecientos, era un ser de altura, de gran cognición, de probada sabiduría.

Era un ser reconocido, admirado y, por ello mismo, dispuesto a criticar, juzgar y opinar públicamente.

¿Sobre qué? Sobre acciones o desmanes del poder o sobre circunstancias y corrientes de la propia sociedad.

Valerse de los medios de comunicación fue lo fundamental. Los intelectuales de tiempos pasados podían ser artistas, dedicarse a la literatura o a otras especialidades, pero lo que los hacía tal cosa (intelectuales) era su expresión pública. No callarse.

¿Tenían razón en sus ataques o jeremiadas, en sus elogios o críticas?

A lo largo del siglo XX, muchos intelectuales malograron su crédito con manifestaciones poco rigurosas, temerarias.

Es más, en no pocas ocasiones hablaron o callaron apoyando opciones y posturas políticas detestables.

Por eso, entendemos que Javier Cercas se muestre renuente a asumir esa carga y ese lastre.

Pero es que, además, la figura egregia a la que antes aludía, ya no existe. La multiplicación de la opinión pública y publicada, que es cosa propia de nuestro tiempo, complica las cosas.

Es más, la nueva sociedad y sus medios achican a ese Intelectual mayúsculo que antes parecía monopolizar la voz autorizada para enjuiciar.

Todo lo que de potestad, frivolidad o pose podía haber entre los intelectuales le repugna a Cercas.

Y aunque, al final, pueda resignarse a que se le califique como tal, Javier tiene la suficiente ironía como para restarle gravedad al sustantivo.

Demuestra una lucidez, un compromiso y una honestidad suficientes. Más aún, abundantes.

No me pidan unas palabras frías, objetivas o distanciadas sobre Javier Cercas. Nos profesamos amistad.

He consumido horas y horas leyéndolo con goce. He gastado muy gustosamente mi tiempo releyéndolo.

Y todo para, al final, analizar sus obras y dedicarle un libro (Historia y narración. Conversaciones con Javier Cercas).

El resultado, por mi parte, es una admiración indesmayable.

El grueso y sustacioso volumen que me trae el correo, ‘No callar’, es —qué quieren— una promesa de feliz lectura y relectura. Volver a Cercas.

Volveré sobre ello.

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