He leído la novela de Elvira Lindo En la boca del lobo (2023). La historia, de la que he sido testigo mudo, me ha conmovido. No podía abandonar su lectura…

En principio, nada de lo que en ella se cuenta tiene que ver conmigo. Aparentemente, nada de lo que en ella se detalla me afecta.
El personaje principal es una niña, una adolescente y, luego, una mujer llamada Julieta que pasa por circunstancias que no son las mías.
Esta muchacha reside en Valencia y, concretamente, en Benimaclet. Lo admito, hay algo muy superficial que comparto con Julieta: yo nací en Valencia y vivo en ese barrio de la localidad.
¿Debo sentirme cercano o concernido por este hecho? Valencia y Benimaclet son escenarios evocados, más que una presencia. Por otra parte, ambos lugares son datos circunstanciales y hasta ahí llegan las coincidencias o casualidades
Es otra cosa lo que concierne.
Lo que me acerca a Julieta es su modo de enfrentar el mundo. Es su manera de sufrir o sobrellevar ciertas heridas. Es su forma de administrar el dolor y el rencor, de juzgar, perdonar o acusar a sus congéneres, aquellos que le son más próximos.
Hago míos los avatares por los que pasa y, sobre todo, me siento copartícipe de los sentimientos y trastornos que padece o de las alegrías y expectativas que la mueven.
No me refiero a los estados de ánimo. Me refiero a los estados del ánima.
Las obras de Elvira Lindo suelen tener un componente autobiográfico, más o menos explícito. En sus páginas fluye un caudal de experiencias propias, cercanas o no, que se entretejen, que se entreveran, hasta formar parte de la urdimbre o de la trama.
Pero esa trama principal no necesariamente es una suma de episodios reales sobre los que se levanta la historia principal y auténtica. En esta novela, En la boca del lobo, lo que se narra tiene o contiene hechos ciertos y otros que son pura fabulación.
Concretamente en su novela, el emplazamiento o, mejor, los exteriores son propios de la infancia de la autora, de una parte de su mocedad: Ademuz.
Por supuesto, si la localización es Ademuz, lugar de nacimiento de su madre, lo normal es que los tipos humanos presentes en la novela y los exteriores respondan a ese espacio…: a ese lugar fuera de sitio (por decirlo con Sergio del Molino).
Sin embargo, la historia que se nos cuenta no es (al menos que yo sepa), un hecho o una suma de hechos que tengan que ver con su existencia real.
Eso no le quita autenticidad o fuerza persuasiva. Me refiero a ese efecto que se provoca cuando quien escribe logra reducir nuestra incredulidad o resistencia.
Y, en ello, Elvira Lindo obra con maestría.

Sabe cómo contar una historia menuda que, sin embargo, tiene un alcance universal y simbólico. Sabe contarla sin que los simbolismos o las lecciones arruinen esa historia menor y egregia, propiamente humana.
Por ello, al leer En la boca del lobo, yo me llevo esa impresión y me conmuevo. Por supuesto, por las pistas que se han filtrado y que conocemos de antemano, el trasfondo remoto de esta historia remite a Caperucita Roja, historia universal.
Permítanme una confesión. De niño, el primer cuento que más me impresionó, aquel que me tuvo más inquieto y expectante, fue el de Caperucita Roja.
No hay nada destacable en mi confesión. Este relato es una de las cumbres de las historias populares y en Occidente forma parte de una cultura milenaria.
Dice Bruno Bettelheim en Psicoanálisis de los cuentos de hadas (1976) que “Caperucita Roja es una niña que ya lucha con los problemas de la pubertad, para lo que todavía no está preparada desde el punto de vista emocional».
Dicho así, parece casi trivial. Resulta prácticamente una obviedad. De todos modos, esa observación resulta útil para comprender a Caperucita.
La muchacha del cuento desea saberlo todo, indicio que se refleja en la advertencia de su madre: cuidado con husmear, con curiosear. Cuidado cuando te adentres en el bosque, pues por allí anda el Lobo. Y el Lobo consigue engañarla…
“Caperucita Roja intenta comprender qué sucede”, prosigue Bettelheim, “cuando le pregunta a la abuela acerca de sus grandes orejas, cuando se fija en los grandes ojos y se sorprende ante las manos y la horrible boca”.
Y añade: “en este punto aparece una enumeración de los cuatro sentidos: oído, vista, tacto y gusto”. Está claro, dice Bettelheim: quien «ha llegado a la pubertad se sirve de ellos para entender el mundo que le rodea».
En Caperucita Roja, el personaje masculino es muy importante «y está disociado», concluye Bettelheim, «en dos formas completamente opuestas: el seductor peligroso que, si se cede a sus deseos, se convierte en el destructor de la niña; y el personaje del padre, cazador, fuerte y responsable».
De acuerdo, sí. Pero las cosas pueden ser más complejas. La vida, en ocasiones, parece un cuento, un cuento de miedo. Ahora bien, la trama de lo real tiene múltiples variantes.
En la novela de Elvira Lindo, el personaje masculino disociado es altamente problemático, en algún punto monstruoso o, para bien, lejano, remoto.
Pero, insisto, la existencia y sus personas tienen múltiples variantes y, por ello, no todo personaje masculino es, por fuerza, una figura negativa.
Y no me obliguen a decir más.
En la novela hay una carga emocional muy bien administrada. Hay, ya digo, una historia milenaria (Caperucita Roja) rehecha, remendada: con la abuelita, la madre y la hija. Hay un Lobo, cierto, pero hay maldades o perversidades o culpas varias, mal repartidas y con las que cargar.
En la boca del lobo es de algún modo un cuento de miedo. Pero es mucho más.
Es un relato infantil de adultos, es un cuento de hadas para mayores, es una historia de brujas para incrédulos.
Y es un cuento popular en el que se detallan derrotas y crueldades varias y, quién sabe, redenciones posibles.
Leemos una historia de formación, de madurez: de la protagonista y narradora. Pero también de la autora, a la que imaginamos impresionada mientras adivina, concibe y escribe esta novela.
Hay cuidado, mucho cuidado, en la expresión mudable del relato. Hay sutileza en la presentación del lugar, que no es mero decorado, un lugar con evocaciones muy sensoriales.
Pero lo que se narra o describe es, a la vez, apenas un esbozo de ciertos hechos. La autora lo hace así para que añadamos imaginación y cavilación.
O, como antes decía, Elvira Lindo lo hace así para que adivinemos con ella el curso de los acontecimientos y el sentido actual y retrospectivo que tienen.
Hay dolor y culpa bien repartidos. Hay, en fin, apego a la tierra y a la humanidad impenitente.
¿Les digo más acerca de esta novela? No, no. Me estoy mordiendo la lengua para no revelar nada a cuyo descubrimiento ustedes tienen derecho.
Léanla. Déjense llevar, déjense impresionar. Ah, y tengan mucho cuidado cuando se adentren en sus páginas. No todo es lo que parece.