Lunes 24 de abril de 2023. 19 horas.
Llibreria Ramon Llull.
Carlos Marzal y yo hemos sido convocados por Almudena y Francisco para participar en un ágape literario.
Perdonen el tópico o la cursilería. Yo no lo vivo como tal. Para explicarme voy a emplear una metáfora muy sobada.
Un ágape es un festín del que aprovecharse. Te beneficias de lo que un tercero ha producido, manufacturado o simplemente ideado para expresarse y, de paso, alimentarse.
Pero el lector potencial también se sirve: parasita y sorbe esos nutrientes. En acto o después, ya en la lectura. De paso, esa persona se recrea o se imagina con experiencias ajenas.
Marzal y yo hemos sido convocados para presentar Hijos de la fábula (2023).

Es un honor poder participar en esta puesta en escena y en esta puesta de largo.
En Valencia. Con Fernando Aramburu.
El volumen es jocoso, sarcástico, con esa prosa tan medida, tan ajustada que es característica de Aramburu.
Lees en voz alta los diálogos y reconoces su autenticidad. Y patetismo: el de esos personajes tan torpes, el de esos gudaris desnortados.
Pero a un novelista no se le juzga sólo por la sintaxis o por las voces que es capaz de recrear. Se le juzga por las cualidades y los ardides del narrador.
A un novelista se le valora por la hondura de lo que nos propone, por los caracteres de que dispone, por las circunstancias que imagina, por las situaciones que inventa.
Se le valora, en fin, por la lección humana que se desprende de su obra…: sin didactismos ni pesadas pedagogías.
El libro de Aramburu que vamos a celebrar ya lo he leído. Falta la relectura. Por supuesto volveré a disfrutarlo, aprovechando los días que me quedan para el evento. Volveré, pues.
Mientras tanto leo o releo otras obras de Aramburu. De toda su producción no son pocas las distintas creaciones que me han conmovido.
Los ojos vacíos (2000), que fue la primera novela que leí de él. O Fuegos con limón (1996), que sigue siendo su primera, su majestuosa primera novela.
Pero hay más, mucho más.
La producción literaria de Aramburu ha crecido en cantidad y en calidad, en la sutil frase de quien es poeta y en la percepción humana y humanista de quien actúa y juzga con bonhomía.
Hoy, de momento, me quiero detener sin más en su libro Autorretrato sin mí. Es una obra que data de 2018, un volumen que aparece después de Patria (2016).

Ahora, como anticipo de este encuentro con Aramburu el día 24 en Ramon Llull, quiero decir un par de cosas sobre su Autorretrato sin mí.
El libro es una bellísima evocación de la vida efectiva, práctica, real e histórica de un sujeto que accidentalmente nace en San Sebastián para después recalar en Alemania, ese país que lo es todo en el Aramburu adulto.
Es también una recreación de los yoes potenciales, de los sujetos que no fue, de las existencias que no se consumaron, de las alternativas que no se materializaron.
Autorretrato sin mí es un diálogo del literato consigo mismo, justo cuando ya está en la crecida de la edad, justo cuando se desdobla en ese otro que es: afectuoso, acechante o protector.
Hay poquísimos datos concretos que se confiesen o se desvelen, pero hay un modo de concebir la vida que es muy revelador.
La ternura de este libro, cualidad que siempre está en sus obras, es un complemento óptimo del sarcasmo que hallamos en Hijos de la fábula.
Aramaburu es todo eso y más. Por eso, volveré. Su literatura no se agota en una glosa. O en una lectura. En efecto, merece más disfrutes.
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