”La revolución de nuestro tiempo”, dossier monográfico coordinado por Justo Serna, Saitabi, núm 67 (2017), págs. 15-179.
Facultat de Geografia i Història
Universitat de València.
”La revolución de nuestro tiempo”.
Dossier monográfico
“Introducción. La revolución de nuestro tiempo”, por Justo Serna.
Julián Casanova, “1917 y nosotros”, entrevista realizada por Alejandro Lillo.
José Antonio Vidal Castaño, “1917, cien años después. Aurora, cénit y ocaso del comunismo ruso”.
Justo Serna, “Sigmund Freud como síntoma”.
Carmen García Monerris, “Entre la ortodoxia y la revolución: Schumpeter y Keynes”.
Isabel Morant, “El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, y el feminismo contemporáneo”.
David Pablo Montesinos, “La década contestaria”.
Juan Sisinio Pérez Garzón, “La ética indolora. Las alternativas ecopacifistas”.
Epílogo. ¿Cómo funciona el mundo”, por Justo Serna.
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La revolución de nuestro tiempo
Justo Serna
Universitat de València
Entre finales del Ochocientos y comienzos del Novecientos, Europa padece una decadencia. O así lo proclaman algunos de sus más preclaros observadores.
Cuando digo decadencia, no me refiero sólo a una crisis económica, a una de esas recaídas cíclicas del capitalismo, de la producción y del mercado.
Me refiero a una molestia inespecífica, a la desazón que sufren quienes están a disgusto a pesar de sus recursos y de sus satisfacciones materiales.
Entre 1871 y 1914, el mundo parece ir a la deriva, como precipitándose en el abismo. La retórica de la crisis es constante.
Las clases peligrosas se hacen presentes, se adueñan del espacio público con energía revolucionaria y violenta, con insolencia y número, la ley del número, dicen los agoreros.
Por su parte, las mujeres, las damas de la buena sociedad, comienzan a manifestar un serio fastidio. ¿A causa de qué?
Por el sitio irrelevante en que están confinadas, dicen. Las señoras actúan y reclaman sus derechos, como si no se conformaran con el lugar confortable al que se las tiene destinadas.
Los cambios tecnológicos aturden a los contemporáneos: por un lado, muchos están admirados de esos años de vértigo que ya son un vaticinio; y, por otro, no menos individuos se muestran acongojados ante un porvenir incierto y de difícil control.
En efecto, entre finales del siglo XIX y principios del XX comienzan a gestarse una serie de cambios revolucionarios en diferentes dimensiones de la sociedad, la cultura, y la política. Revoluciones, es decir, cambios bruscos y bien visibles, no exentos de violencia.
El tiempo finisecular excita la imaginación morbosa y los temores: Occidente ya no es lo que era o lo que de esta civilización se espera. El nuevo siglo augura cambios que son a un tiempo promesa y riesgo.
Sin embargo, será 1917 el gran acontecimiento que trastorne y transforme el mundo. Nace en medio de una contienda, la Gran Guerra, pero condensa y expresa muchas de las iniciativas y energías revolucionarias que en Oriente y Occidente se están dando desde décadas atrás.
Julián Casanova, entrevistado por Alejandro Lillo, y José Antonio Vidal Castaño se expresan sobre ello.
El número de Saitabi que ahora podemos leer rastrea múltiples aspectos de esa revolución, que también es la de nuestro tiempo y no sólo la rusa.
En efecto, no es únicamente el bolchevismo y la política, la alianza de los sóviets y los soldados, sino también los derechos de las masas, de los grupos, de los individuos.
No me refiero sólo al comunismo, sino a también a las reacciones principalmente culturales que aquella conmoción genera. El Novecientos es nuestro tiempo… O quizá sólo sea ya nuestro pasado.
Insisto: no puede pensarse el siglo XX únicamente como el espejo real o invertido de 1917.
Los diferentes artículos de este número abordan algunos de los cambios profundísimos que se dan entre nosotros a lo largo de las últimas décadas. En Occidente.
Desde la revolución de las mujeres hasta la rebelión de los jóvenes, los revoltosos de los años sesenta. Por supuesto, en este número hay también contribuciones que analizan lo que significó Keynes y el Estado del Bienestar o las alternativas ecopacifistas, la ética indolora que viene a reemplazar al Estado violento o a los movimientos igualmente crueles.
Isabel Morant, Carmen García Monerris, David P. Montesinos o Juan Sisinio Pérez Garzón nos dan cumplida cuenta de ello y con una solidez envidiable.
El número de Saitabi se inicia, pues, con cuestiones acerca de la revolución política y se desarrolla con preguntas acerca de nuestro futuro incierto.
Empieza con la inestabilidad del mundo de ayer y se interroga sobre la inestabilidad del mundo de hoy. Además, en ambos casos, el diálogo sirve para trazar el mapa de unos problemas e inquietudes que son pasado y presente.
El historiador no es un recopilador: no acopia sólo lo que ya está dicho o expresado. El historiador es alguien que siempre, en cualquier circunstancia, investiga, incluso cuando lo que observa no se debe a su estudio.
Se atreve, se inmiscuye y nos dice la suya, que no es mera síntesis. Es audacia expresiva y averiguación. De hecho, cada vez que procede a ordenar datos sabidos y aceptados, se entromete y examina, valora, juzga: hay que destacar este aspecto en nuestros colegas aquí presentes.
No son académicos cómodamente instalados en la cátedra. Son intelectuales que se pronuncian. Un intelectual es alguien se vale de su celebridad, en este caso académica, para juzgar, sopesar, evaluar.
Se hace efectamente presente y nos presenta un punto de vista informado. De sus palabras se infiere una enseñanza. De sus pronunciamientos se saca lección.
De 1917 a 2018, las cosas se nos han puesto muy interesantes. Es más: tenemos la sospecha de que las cosas pueden ponerse aún más interesantes, en el sentido que le diera Eric J. Hobsbawm en su autobiografía. Es decir, amenazantes.
¿Vivimos en la sociedad del riesgo, aquella en la que una decisión genera efectos imprevistos y frecuentemente desastrosos, según diagnosticara Ulric Beck?
¿O estamos ya en la sociedad de la incertidumbre, aquella en la que todo resulta impredecible por carecer de guía, tutela o dirección?
Hobsbawm tituló sus memorias con ese rótulo: Años interesantes, ya digo. Sin duda, el corto siglo veinte (1914-1989) fue un convulso tiempo de grandes avances y de catástrofes devastadoras; fue un período de democracia representativa y de totalitarismo y de exterminio.
Por otro lado, el Novecientos fue el tiempo en el que las vanguardias redefinieron el concepto de la cultura disolviendo el juicio y la recepción de las creaciones y de la elaboración humana.
¿Todo vale? ¿Todo vale igualmente? ¿Para qué sirven las obras? ¿La cultura nos mejora? ¿La educación forma el buen gusto o nos da buen tono, prueba un juicio informado u opiniones y sensaciones equivalentes? ¿La cultura del presente incorpora la tradición o exige ruptura y constante innovación? Un auténtico trastorno, ya ven.
Hemos ido leyendo a lo largo de los meses precedentes distintos libros sobre Donald J. Trump, el epítome de nuestro tiempo. El mercado español nos ha abastecido.
¿Quizá porque pensábamos que iba a ganar las Presidenciales? No exactamente. Las editoriales han publicado diferentes títulos sopesando otros reclamos. Repito estamos en 2018, no en 1917.
Suficientemente estrafalario, rodeado de oros, de mármoles y de lujos ostensibles, como un Dios ubicuo y también cínico, Trump despierta interés, provoca espanto, repulsión y atracción.
Parece la antítesis de la moderación, del buen gusto, del buen tono, del discernimiento sobrio, de la decisión prudente. Adiós a la razón del Setecientos. Es nuestro epítome, ya digo. ¿Cómo no fijarse en un tipo así?
Estemos atentos. Como si un monstruo de feria se tratara, como si la mujer barbuda regresara a la pista, como si el hombre de dos cabezas dispusiera de un arma con la que afinar el tino.
¿Acaso no leeríamos una biografía documentada y hasta entretenida de uno de estos monstruos?
Impresiona saber tantas cosas de su quehacer y de sus logros, deriva o caricatura del siglo XX.
Impresiona saber de sus ideas extremistas y sobre todo simplistas, que cierran una centuria de admirables y horrorosos avances.
Impresiona saber de su psicopatía, perfectamente diagnosticada por los expertos.
Impresiona saber del cinismo de que es capaz, la soberbia arrogante con que trata a sus empleados, clientes, beneficiados, contemporáneos, que sólo tienen la opción de serle serviles.
Pero impresiona quizá aún más su conducta errática, la temeridad con que se conduce y nos conducirá. Es como un primate con arma de fuego.
Anotemos este año, 2016, el año de las presidenciales que ganó un ser emocionalmente lastrado, narcisista, megalómano y dispuesto a tener el poder, todo el poder como consolación; dispuesto a ejercerlo con nepotismo y largueza clientelar.
Como antaño. ¿Es o no es un cuadro clínico preocupante? ¿Es o no es una pesadilla de fantasía? Nos recuerda lo más detestable del siglo XX.
En ese porvenir que ya está aquí, lo peor no está por llegar. Ha llegado y ya lo atisbamos.
Todo parece y aparece devastado, sin promesa de redención: la moral por los suelos, el trato de pavor y de favor como nueva benevolencia, la tecnocracia como gobierno de linaje, como ultraje del débil, la división social extrema como escisión y sujeción de gentes atadas al presente, gentes sin recuerdos, sin poder, gentes domadas e inermes.
Comenzamos una nueva era, la de las tiranías posmodernas y otra vez antimodernas, con lujos tecnológicos y con masificación asfixiante.
Proles y cuadros (1984) separados totalmente por privilegios, por recursos: la base y la nomenclatura distanciadas.
Un totalitarismo soft: una pantalla gigantesca y muchas otras ubicuamente nos persiguen. No podemos desconectarlas y además funcionan como objetivo, registrando todos nuestros movimientos. ¿También nuestros pensamientos…?
Comenzamos una nueva era, la de la consumación de los tecnócratas impúdicos, beatos y deshonestos: todo ello a la vez. Tras siglos y siglos de guerras, progreso y conflictos, tras una crisis planetaria, la humanidad se detiene.
O no: somos una especie en extinción que cree marchar. Quizá la ecología tenga algo que enseñarnos. En cierto sentido, la humanidad es ya material de desecho, formada por consumidores compulsivos que avanzan aceleradamente sin desplazarse hacia un más allá que es regresivo.
Comenzamos la era de la hibridación, de la mezcla, de los desechos industriales, de la obsolescencia mecánica y propiamente humana, algo atisbado hace un siglo. Entre las ruinas gigantescas del progreso del Novecientos estamos los humanos.
¿Por qué tantos malviven, por qué todos mueren? Los humanos sobreviven entre neones e inmundicias, ahogados por los humos, por el cambio climático, por la crisis, en medio de una estética de lujos desmedidos, de cochambre y factoría.
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Fotogramas: Harold Lloyd en Safety Last! (El hombre mosca), de Newmeyer y Taylor, 1923).