La alta cocina de Javier Cercas

Javier Cercas es un novelista español de gran éxito editorial, cosa que se remonta a comienzos del 2000.

También cuenta con el aprecio de la crítica, una parte de la cual se rinde ante sus novedades, inmediatamente atenta a sus ficciones o relatos reales.

Eso no significa que todas sus obras, las de Cercas, sean equivalentes o idénticas en una jerarquía de calidades. Tampoco quiere decir que los aciertos, todos sus aciertos, sean equiparables.

Significa que este escritor despierta el interés de cultos y semicultos, de eruditos y de gente corriente, incluso cuando su obra genera polémica, irritación o sorpresa. O precisamente por ello.

En cada obra de creación, el autor maneja su existencia real, mezcla episodios jamás vividos, se vale de esencias y presencias, de hechos nunca experimentados. Y se involucra virtual o potencialmente.

Este asunto es decisivo porque el autor con frecuencia practica la autoficción para mostrarse y para emboscarse tras un sosias que es y no es él. Eso no ocurre en sus dos últimas novelas (Terra Alta 2019; e Independencia, 2021).

La operación rinde beneficios porque el autor puede decir muchas cosas sin disimular las experiencias personales que concibe y engarza en su ficción.

Puede haber ficción o no. Puede escribir novelas sin apenas inventar y puede juzgarse o evaluarse convirtiéndose en observador implícito o explícito de sus relatos reales.

¿Narcisismo, realismo, verosimilitud?

Un yo que se expresa, que detalla objetos y averiguaciones es un buen punto de partida para hacernos copartícipes del proceso mismo de investigación.

En realidad, Javier Cercas emprende una y otra vez una operación de alto riesgo. Como novelista que enseña o aparentemente enseña su caja de herramientas. Nos muestra el plato, las viandas, pero también cómo las cocina.

Ahí hay un riesgo. O una cuarta pared que no debemos traspasar. En cierta ocasión, hace muchas décadas, el historiador británico Lord Acton lo señaló muy severamente. Se refería los historiadores. Pero lo dicho bien podía aplicarse a los novelistas.

En pocas palabras: no tenemos por qué descubrir la cocción y sus secretos, no tenemos por qué llevar la cocina a la mesa, advertía. De hacerlo, el secreto profesional se destapa y el oficiante muestra las mañas o los trucos.

¿Qué quería decir? Con esta metáfora, el historiador advertía a los investigadores: éstos no tendrían necesidad alguna de revelar en sus libros el proceso de los mismos…, de esos libros, de esos platos.

¿Por qué razón? Porque, al hacer pública su elaboración, cualquiera podría imitar o copiar sus destrezas y cualidades.

El severo historiador británico, muy puesto en razón y en el siglo XIX, tronaba contra esa tentación, contra esa impudicia: los platos sólo deberían mostrar el resultado final, todo bien puestecito y presentado: el pollo, la guarnición, etcétera.

La historia real o inventada (la de los historiadores y novelistas) no precisa de exhibiciones de autor, no requiere de confesiones.

Sin embargo, a pesar de tan pudorosa recomendación, han sido muchos los historiadores que han incumplido esa norma.

“Hemos intentado transgredir tanto como nos ha sido posible ese precepto de etiqueta historiográfica», decían Carlo Ginzburg y Adriano Prósperi en una obra conjunta: Giochi di pazienza (1975).

Es decir, lo que ambos historiadores proponían —y lo que Javier Cercas hace una y otra vez en sus ‘novelas sin ficcion’– es destapar impúdicamente los interiores de la investigación.

Podríamos decir que la operación sería semejante a lo que ocurre con el Centro Georges Pompidou, de París. Según señalaba John Lewis Gaddis, el Pompidou nos muestra sus tripas, la digestión, el tránsito de los visitantes. La digestión y la materia fecal.

En lugar de un pollo asado con patatas, advertían Ginzburg y Prosperi, el lector podrá encontrar en el plato un ave todavía vivita y coleando, todavía cantando o cacareando. Estas cosas o se hacen bien o el resultado es «indigerible», señalaban ambos historiadores.

Ginzburg y Prosperi lo hicieron bien…, y Javier Cercas es ya maestro en estas impudicias, que no son exactamente exhibicionismos.

Son ensayos, pruebas y experimentos: procedimientos que son «juegos de paciencia» y que despiertan la expectativa de los lectores. Y a veces algo más: a veces ponen a prueba la paciencia y el paladar.

Y éste, el paladar, hay que tenerlo muy refinado.

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