Paseo por el amor y la muerte

¿Saber detalles de un individuo corriente sirve para averiguar algo relevante acerca de la historia general? De entrada deberíamos responder que no.

Es más, alguien podría replicar con contundencia: son los hechos de los grandes hombres aquello que nos ilustra sobre los cambios y procesos del pasado.

Quizá las vidas de aquellas personas destacadas que fueron conductores de masas nos puedan revelar la marcha de los grandes movimientos. Por ejemplo, Lenin.

O quizá la existencia de aquellos creadores de obras e ideas grandiosas, eximias, que han transformado y modificado el pensamiento y el sentimiento de las colectividades. Por ejemplo, Lutero.

La conclusión parece obvia: esas grandes personalidades son las que cuentan en el doble sentido de la expresión, es decir, las que son determinantes y las que narran sus gestas.

Si admitimos todo lo anterior, entonces estudiar los fenómenos generales a partir de casos minúsculos, prácticamente inapreciables, puede parecernos una perdida de tiempo y hasta un error.

¿A quién le importa la vida de un molinero del siglo XVI? ¿A quién le importan los quehaceres y los pesares de un tejedor del XVIII?

Hace tiempo que los investigadores practicamos, entre otras, la historia desde abajo (history from below, según la llamaron E. P. Thompson o Natalie Zemon Davis, entre otros).

Con ello intentamos exhumar lo enterrado, personas y comunidades desaparecidas y de las que apenas queda huella o resto. Volver sobre personajes menores nos permite comprobar cómo vive, ama y muere la gente común.

¿A quién le importan los sentimientos y los pensamientos de un humilde soldado en el frente oriental hacia 1941 y 1942?

A Ángel Luis López Villaverde le importan y con él a todas aquellas personas que sepan valorar una investigación exhaustiva narrada con una prosa firme y persuasiva, una investigación dedicada a un soldado alistado en la División Azul, de nombre Ángel Rico.

Importan, pues. Me refiero a las palabras y las cosas de la gente corriente, simpaticemos o no con sus ideas y acciones.

Que nadie se engañe: las palabras y las cosas de Ángel Rico, divisionario español que marchó a luchar contra Rusia, enemigo rojo, no modifican el curso de la historia.

Pero sus hechos y el relato de los mismos, a través de las postales y fotografías de las que será depositaria su querida Conchita, son muy reveladoras.

¿En qué sentido?

Nos permiten captar la emoción y la concepción del amor en situaciones extremas. Nos sirven para sopesar las esperanzas y las frustraciones humanas. Nos ayudan a entendernos a nosotros mismos.

Un europeo de hoy, salvo que se halle en el Frente Oriental, puede mirar con horror y alivio lo que sucede en Ucrania.

Pero si su sensibilidad no está embotada, se preguntará cuáles podrían ser su pensamiento y su sentimiento en el caso de ser ucraniano o ruso.

Y al preguntarse eso averiguará cosas sobre la grandeza y la flaqueza humanas, sobre la propia condición, sobre sus miserias y crueldades, sobre sus miedos y expectativas.

Volvamos al Frente Oriental. Pero en este caso hacia 1941.

Ángel Luis López Villaverde se ha propuesto examinar el alma humana a partir de un hatillo de documentos. Por supuesto, se ha propuesto algo más modesto y a la vez más revelador. Reconstruir las peripecias y las emociones del soldado Rico durante su experiencia de la División Azul.

Con ello no quiere salvar a quienes fueron fanáticos o a quienes se sumaron ardorosamente a un bando invasor, imbuido por la desastrosa idea de acabar con Rusia.

Tampoco quiere comparar el papel jugado por las Brigadas Internacionales con la suerte de la División Azul. Si hiciera tal cosa, relativizaría el papel del nazismo al equiparar dos voluntariados muy distintos.

No, Ángel Luis López Villaverde no hace nada de eso. Es más: nos advierte frente a operaciones que trivializan el mal o el horror.

Pero López Villaverde puede extraer de un caso, de un divisionario, un conocimiento profundo de la experiencia humana en contexto. Y todo esto en clave microhistórica.

Quizá quede algún escéptico. ¿De verdad sirve esto para algo, aumenta nuestro conocimiento?, insistirá. ¿No será un repertorio de documentos cursis?

Estudiar de manera indirecta, a partir de las huellas escritas y gráficas, la expresión y la acción relatada de un ‘valeroso’ falangista es de entrada algo antipático.

Lo es para quienes no profesamos esas ideas.

Pero los historiadores no estudiamos solo a los nuestros, a nuestros antepasados o a quienes nos confirman o corroboran.

Los investigadores nos interesamos por todo aquello y por todos aquellos que nos hacen pensar, por todo lo que nos hace interrogarnos, por todas las personas que nos hacen contrastar el pasado y el presente.

Las acciones y las expresiones de este soldado, de Ángel Rico, son equiparables a tantas otras de sus conmilitones.

El divisionario hace lo que está obligado a hacer por sus ideas y por disciplina, con los contratiempos que imaginamos y de los que hay noticia en el libro.

Cuenta a Conchita Rubio, su prometida, lo que tantos han contado a las novias a partir de tarjetas postales y lo hace con una escritura reiterativa y hasta previsible, con el tenor expresivo que imponen el género epistolar y la censura, la vigilancia de que es objeto.

Ángel Luis López Villaverde, historiador de fina sensibilidad, nos ha entregado un volumen, En la Guerra como en el amor (2022), que demuestra cuánto podemos aprender. Obra con minucia y exhuma con detalle. Y obra como un microhistoriador, ya digo.

Se adentra en una comunidad de la que sabemos muchas cosas, una comunidad de cuyas emociones más personales poco sabemos.

Se interna en un grupo humano cuyos registros, valores y sentimientos no son exactamente los nuestros, que mayoritariamente repudiamos. Son registros, valores y sentimientos que, de entrada, no conoce (no conocemos) con exactitud, con precisión.

De lo que se trata es de reconstruir un mundo desaparecido, un pequeño mundo de humanos desplazados, a partir de los vestigios, restos o indicios que han sobrevivido al tiempo.

No sé si he conseguido decir lo que este libro me ha hecho cavilar. Aún duele.

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