Nuestro espacio exterior. A propósito de ‘Los ruidos de la noche’

Viajar por aquí o por allá organizadamente, con tour operadores, con asistentes y con fecha de regreso forma parte del destino previsible de nuestros días.

Cambiar de mundo, de cultura, de espacio acogedor, de continente también pertenece a la tradición humana. Pero tiene otras motivaciones y, por supuesto, otras consecuencias.

¿Por ejemplo? Puede ser una forma de salir, de abandonar la presión de la aldea, de sacudirse la inspección de los vecinos inquisitivos.

Pero puede ser también una escapada necesaria, propiamente un destierro, el desarraigo, ante amenazas ciertas.

Que esto último también sea una tradición, que también sea habitual, que afecte a miles, a millones de personas, no lo hace necesariamente deseable ni cómodo.

Viernes 18 de noviembre, recién llegado de Bélgica, pasando por Valencia y casi sin respirar, me encuentro en Madrid. Aunque poco, yo también viajo… como turista y con billete de retorno.

Pero esto es un pequeño periplo que resulta efectivamente minúsculo comparado con los desplazamientos de grado o a la fuerza que tantos de mis congéneres se ven obligados a hacer.

Sin duda abandonar la aldea abre horizontes. Pero si el viaje es una extirpación, de entrada, no tiene nada de deseable.

A la vez, que el destierro sea en principio algo doloroso no augura su resultado o consecuencia.

El desarraigo de tantos y el nuevo arraigo de los más afortunados son opciones de vida que quien marcha no descarta.

Estas ideas, que pueden parecer evidentes y banales, no lo son tanto si pensamos en la experiencia del que emigra, en la aculturación forzosa del recién llegado.

En la tarde del viernes 18 de noviembre tuve el honor de acompañar a Mayte Aparisi en la presentación en Madrid de Los ruidos de la noche (2022), de la que es autora.

Lo hice con Gisela Renes, una de las protagonistas reales en las que se inspira Aparisi y una de sus principales informantes. También estuvo en el acto Francisco Mozetic, diplomático de la Embajada argentina.

Fue en La Fábrica, librería madrileña y establecimiento editorial de primer orden, bien conocido por los amantes de la fotografía y de la cultura urbana. Es un recinto de saber y buen gusto.

Nos convocaba la presentación, ya digo.

‘Los ruidos de la noche’ es una novela, es una crónica, es una investigación propiamente histórica, es un análisis de varias generaciones, es una averiguación familiar.

Pero, sobre todo, es el trazado de un microcosmos casi real entre Buenos Aires y Valencia. Es un espacio del que, Los ruidos de la noche alberga su réplica literaria.

Por sus páginas transitan personajes principalmente femeninos que viven y mueren, que crecen, que maduran, que se nos aparecen cercanos y creíbles, complejos, perfilados con hondura, elaborados con cuidado, con trazo fino.

Esas mujeres precisan de no pocas páginas para que las vayamos conociendo, para que vayamos averiguando sus inquietudes y, sobre todo, para que vayamos descubriendo las expectativas y el entorno emocional u hostil del que forman parte.

Esos personajes tienen su correlato real, ya digo, pero si nos los creemos no es sólo porque la autora se inspire en personas auténticas. Si tienen fuerza y verosimilitud es porque Mayte Aparisi utiliza recursos varios y sofisticados del arte narrativo.

A esos personajes los hace efectivamente creíbles, como hace auténticamente verosímiles las situaciones por las que pasan, los tropiezos a los que deben hacer frente, las decisiones que tienen que adoptar.

Por supuesto, por lo dicho, puede inferirse que lo contado, lo narrado, no es exclusivamente fruto de la imaginación, de la fantasía, de la inspiración de la autora.

Es también producto y resultado de un largo trabajo de averiguación, de búsqueda personal e intelectual.

La autora debe hacernos presente un mundo ya desaparecido, el de la Argentina del Proceso, el de la dictadura de Videla y sus conmilitones, y debe hacernos igualmente presente el sentimiento que las protagonistas experimentan.

Las fuentes orales son un elemento esencial en la documentación de esta novela. Son largas horas de registro de la memoria, con Gisela, con su hermana, con su madre.

Ellas obran como personas reales que proporcionan datos, pero sobre todo como informantes de la etnógrafa, a la que le proporcionan las vivencias y datos frecuentemente desgarradores.

Mayte ha debido rehacer esas evocaciones, contrastarlas con una documentación abundante, poner en relación todos esos materiales, convirtiendo lo que es un archivo oral en relato novelesco. O, si se prefiere, en relato real, por decirlo al modo de Javier Cercas.

No se trataba de poner en orden congruente lo que muchas veces es información contradictoria. De lo que se trataba era de que la recreación de aquel mundo permitiera al lector sentirse copartícipe de una historia común y universal.

De lo que se trataba, en fin, era de recrear una red de afinidades y emociones, de objetos materiales y sentimientos, de expectativas y deseos, de orden y desorden. Y todo ello entre dos continentes, entre dos espacios que son físicos y emocionales.

Me admira la capacidad de quien novela si su obra nos hace sumergirnos en una realidad que, de entrada, no nos concierne. Mayte Aparisi lo hace con brío, con enérgica determinación.

Pero me admira igualmente la valentía, la descarnada fuerza de unas informantes que hacen prospección y no sólo evocación.

¿Qué podrán sentir Gisela y sus familiares al leer lo que sabían y han contado, lo que no sabían y ahora descubren, lo que creían saber y ahora las confirma o las contradice y hasta las contraría?

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