José Álvarez Junco, un ilustre historiador español, recibe una distinción. Se trata del doctorado Honoris Causa concedido por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
Como es preceptivo y protocolario en estos casos, el galardonado debe responder con un discurso de investidura. Lo titula Los sujetos de la Historia. La abstracción del rótulo es sólo aparente.
En realidad alude a su propia trayectoria: a cómo fue aprendiendo quiénes eran los personajes, los protagonistas o los testigos del pasado.

Alude, en fin, a su propio aprendizaje desde niño y, más en general, menciona expresamente a sus colegas de generación. Menciona a aquellos que maduraron durante el tardofranquismo y la Transición.
Como conclusión de su vida y de sus tropiezos también generacionales, José Álvarez Junco reclama una historia compleja, seria, rigurosa, no militante o no necesariamente militante. En definitiva, una historia ajena a todo sectarismo.
De esta forma de hacer historia, Álvarez Junco tiene pruebas abundantes, obras de mucho calado, escritas con una prosa elegante y con análisis convincentes.
Entre otras muchas, cabría mencionar El emperador del Paralelo (1990), Mater dolorosa (2001), Dioses útiles (2017) Qué hacemos con un pasado sucio (2022).
Admito haber aprendido mucho, muchísimo, entre sus páginas y admito envidiar su lucidez, convenga o no convenga con todos sus argumentos.
Con motivo de la distinción concedida por la UNED, Sebastiaan Faber, un investigador bien activo y habitual polemista, arremete contra José Álvarez Junco.
Se trata de un artículo aparecido originariamente en CTXT y que, ahora, Conversación sobre Historia reproduce.
Eso me ha permitido leer el texto de Faber y, de paso, releer el discurso de José Álvarez Junco.
El de Faber me parece un artículo muy triste y hasta lamentable. Me parece un ajuste de cuentas indecoroso y, a la postre, rencoroso.
Aunque lo cita, Faber no parece considerar, no parece tener en cuenta, el acto en que se enmarca el discurso de Álvarez Junco: un reconocimiento académico.
A Faber le falta elegancia; le falta cortesía, la cortesía que se le debe a quien en esos momentos institucionales está siendo reconocido con todos los merecimientos.
El propio título que Sebastiaan Faber pone a su artículo es hasta insultante: La ceguera del historiador ante el espejo. ¿Es posible decir algo así?
Faber resulta un viejo conocido para los historiadores. Es un hispanista que lleva ya un tiempo ejerciendo de gendarme del pensamiento.
Es un hispanista, sí, un investigador de guardia, que observa con celo rigorista a aquellos de quienes disiente, aplicándoles la consecuente punición.
Juzga con severidad la obra, el pensamiento y, en fin, los pecados de aquellos colegas que se apartan de la izquierda activista que él admira.
Juzga con sectarismo probado a todo historiador o literato que se atreva a evaluar la Guerra Civil, el Franquismo o la Transición con humana piedad.
La humana piedad la deja de lado para abandonarse a sectarismos ramplones y a militancias verbosas.
Ahora le ha tocado el turno a José Álvarez Junco. Después de aceptarle roñosamente sus méritos, Sebastiaan Faber aprovecha para enjuiciar a su generación. 
¿Cuál? La del “octogenario historiador José Álvarez Junco”, en palabras de Faber.
Le acepta su discurso valioso, pero luego con muy mala sombra e innecesario sarcasmo le reprocha sus limitaciones.
¿Cuáles? Las de su misma generación, “que no es otra que la de la Transición”.
¿De qué acusa a José Álvarez Junco y a sus coetáneos? De ser unos simples, de profesar unas concepciones históricas casi ramplonas.
Frente a ellos, tan poderosos y arrogantes, habrían “surgido nuevas generaciones de historiadoras e historiadores de España” bien animosos…
—“que se niegan a asumir que ser ‘serios’ exige un abandono de la militancia”;
—“que tienen una concepción más compleja de lo que significa ‘narrar hechos’…”;
—“que no renuncian de antemano a que el significado de la narración del pasado trascienda ‘su contexto concreto’…”;
—“que rechazan una distinción nítida y jerárquica entre la historiografía académica y los muchos relatos sobre el pasado producidos por otras voces de la sociedad y otras disciplinas”;
—“y que no son tan ingenuos como para pensar que las y los historiadores, por más serios que se crean, son inmunes al condicionamiento de su propia época y entorno institucional”.
O sea, que Álvarez Junco y sus contemporáneos son efectivamente unos simples, ajenos o ciegos ante los cambios históricos.
Pues, aunque no pertenezco a esa generación, yo no lo veo así. No me puedo incluir, porque soy más joven y porque mis rendimientos académicos son mucho más modestos.
No lo veo así, ya digo, con ese maniqueísmo de Faber. ¿Acaso también yo estaré aquejado de ceguera?
Lo de la ceguera que le atribuye a Álvarez Junco no es sólo políticamente incorrecto. Es un ataque asalvajado y ‘ad hominem’ que produce sonrojo.
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-https://elpais.com/babelia/2023-03-10/los-sujetos-de-la-historia-el-discurso-de-jose-alvarez-junco-sobre-como-espana-supero-el-mito-del-pueblo-elegido.html
-https://ctxt.es/es/20230301/Firmas/42429/Sebastiaan-Faber-Jose-Alvarez-Junco-honoris-causa-UNED-Transicion-franquismo.htm
-https://conversacionsobrehistoria.info/2023/03/23/la-ceguera-del-historiador-ante-el-espejo/