Carlo Ginzburg. Más allá de la microhistoria

He leído dos veces la interviú que Anatxu Zabalbeascoa le hace a Carlo Ginzburg (1939). Se publica en El País Semanal.

Una entrevista con este grandísimo historiador siempre es interesante, reveladora. Si me pongo cursi o extremoso, diría que una entrevista a Ginzburg es una fiesta del conocimiento.

Pero no. No es cursi decir eso.

Cuando escuchamos o leemos a Carlo Ginzburg, podemos advertimos qué cosa es la elegancia del saber. Sin pedanterías, sin exhibicionismos.

Podemos ver su excelente estado de forma, su cabeza bien dotada. Podemos casi distinguir los engranajes de su cerebro, las conexiones neuronales de su mente.

Piensa con la tradición académica y con las muchas disciplinas de las que es perito o aficionado. No es, por tanto, un diletante. Menos aún, un historiador dominical o amateur.

Pero Ginzburg es un historiador poco equiparable. No se ciñe a lo ya ensayado, practicado o aceptado por sus pares y contemporáneos.

Va más allá. Analiza los hechos pretéritos con una sutileza, con una autonomía y con una audacia intelectual envidiables.

Jamás se rinde a los pesados ademicismos que tanto lastran nuestra profesión o a las servidumbres a que se obligan muchos colegas.

Va a la suya, nunca mejor dicho. Pero después de un aprendizaje rigurosísimo y siempre poniendo a prueba y a refutación sus resultados.

Eso no significa que sus libros sean obras de divulgación. Tampoco significa que cultive una prosa apta para todos los públicos.

Leerlo exige un esfuerzo intelectual… muy saludable, pues nos enseña a mirar más y mejor, a observar con cuidado, a examinar lo que creemos familiar como algo extraño. Nada es evidente.

Nos ensancha siempre la perspectiva: por lo que analiza, por cómo lo analiza y por la finura formal, literaria, de su escritura y construcción sintáctica.

Los vencidos, las brujas, los perseguidos, las clases subalternas, el lado ignoto del comportamiento son sólo algunos de sus temas predilectos.

Pero también lo son la literatura, la pintura, el cine, la moral, la filosofía, la escritura misma de la historia, etcétera.

Una obra suya, hecha generalmente de fragmentos, es una composición (entiéndase esto en todos los sentidos).

Se le conoce mundialmente por il formaggio e i vermi (1976), que Anaclet Pons y yo tuvimos la dicha de traducir para Publicacions de la Universitat de València: El formatge i els cucs.

Se le reconoce, dice Anatxu Zabalbeascoa en la entrevista de El País, como el “ideólogo de la microhistoria”.

No sé, no sé. Veo al microhistoriador más refinado, pero lo de ideólogo no lo veo.

Veo, sí, a un oficiante de esa concepción histórica, a alguien que reflexiona con profundidad sobre ese método de investigación.

¿Y qué es la microhistoria? La microhistoria no es el estudio de lo pequeño. Es la investigación de los grandes problemas a una escala reducida, de modo que afloren comportamientos y sentimientos de los seres humanos en una esfera o red local, concreta.

Nada menos.

Entrevista EPS:

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