¿Perjudica Pierre Bourdieu a los historiadores?

En 1999 publiqué en la revista Historiar (ya desaparecida) un artículo dedicado a Pierre Bourdieu, un sociólogo que por entonces despertaba y aún despierta mucho interés y por el que yo no profesaba ni profeso tanto entusiasmo.

Pierre Bourdieu, 1998.
© Remy De La Mauviniere
AP/Shutterstock.com

Muy amablemente, Ricardo Robledo ha recuperado dicho artículo para ser publicado de nuevo en Conversación sobre Historia. El trabajo de edición ha sido hecho con gran esmero, como ya nos tiene acostumbrados.

La pregunta es inevitable.

¿Por qué leer ahora un artículo de 1999 dedicado a un sociólogo francés ya fallecido y cuyo tema central era la televisión? Cuando digo tema central me refiero a mi texto.

Escribí el artículo con motivo de un volumen, Sur la télévision (1996), que Pierre Bourdieu acababa de dedicar a dicho medio.

Pero lo escribí, sobre todo, para examinar el utillaje teórico y analítico de Bourdieu, tan venerado por sociólogos, historiadores, etcétera.

Punto y aparte.

En su intervención, Pierre Bourdieu se mostraba apocalíptico frente al medio , por decirlo con Umberto Eco.

Yo no suscribía esas posiciones. En el texto que pueden leer en Conversación sobre Historia digo por qué.

Bourdieu detestaba la tele por considerarla, entre otras cosas, un medio manipulador. La detestaba por algo más grave: por la programación.

Justamente, los emisores nos programarían, nos dictarían qué ver imponiéndonos el menú audiovisual. Ésa vendría a ser su conclusión.

Bourdieu concluía algo así, en efecto, sin haber analizado el comportamiento del público.

No es que los espectadores seamos imprevisibles, pero los individuos no somos autómatas o televidentes inermes. Al menos no todos.

Mi artículo, leído hoy, aún lo suscribo. Lo mantengo tal cual, salvo leves retoques en la prosa.

Leves retoques de la prosa algo relamida que por entonces empleaba, quizá lastrada por una retórica oscura y academicista de la que yo mismo aún estaba aquejado.

Ahora, puede que mi sintaxis no sea mucho mejor, pero procuro expresarme con más claridad.

Digo todo esto, porque yo defendía la libertad consciente del telespectador, la necesidad de decidir qué se ve o no se ve.

Por supuesto, hace muchos años era fácil abandonarse a la programación televisiva. Era la costumbre.

Enchufabas el tubo catódico y con frecuencia la única decisión a tomar era la del canal elegido, la de cambiar de canal y poco más.

No sé si deberé hacerme perdonar por relanzar este artículo de 1999. Espero que interese aún.

Da cuenta de lo que puede ser la libertad (cierta libertad) de elegir en televisión y da cuenta de cómo han cambiado nuestros hábitos.

Creo que me anticipaba a lo que hoy hacemos con la tele.

Al menos manifestaba qué hacer frente a la programación que nos venía impuesta.

Mi ocurrencia no tiene gran mérito, pues simplemente aplicaba el sentido común o lo que, como telespectador, yo mismo hacía.

Quien lo lea ahora en Conversación sobre Historia perdonará la pedantería de ciertos terminachos que empleaba.

¿Cuáles?

Pues, por ejemplo, magnetoscopio para referirme al aparato grabador y reproductor de vídeo, que entonces era mi Sony VHS).

Mas allá de esto, quien lea se dará cuenta de que aquello que yo decía es lo que hoy hacemos.

Al menos en casa ya no vemos la tele si por tal se entiende abandonarse a la programación de los distintos canales.

El menú es nuestro.

Que sea nuestro no significa que sea saludable, refinado o sofisticado.

Podemos ver series de altura y después deleitarnos con productos de baja estofa, que también hay en Netflix, en HBO, en Filmin. Etcétera.

No sé si eso que hacemos es fruto del libre albedrío. No sé si es fruto de un comportamiento predecible.

Lo que sí sé positivamente es que esto que hacemos es nuestra forma de ver televisión, si es que eso que hacemos aún podemos llamarlo “ver televisión”.
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