Freud, cultura. Los años veinte

En circunstancias como las actuales, de tanta desazón, pienso en Sigmund Freud, en el malestar, que él supo expresar tan bien en sus textos y en sus fotos.

No hay analogías con el tiempo presente, pero las crisis pasadas nos iluminan. Nos ayudan a cotejar. Todo es comparable…, hasta cierto punto.

Observen la instantánea que abajo tienen. Es oficial. Observen la barba recortada, tan finamente retocada.

Freud mira con dureza en la célebre fotografía de la que reproduzco un detalle, un primer plano.

Se le ve como un señor maduro y adolorido. La cara marca arrugas, incluso caballones.

Su pose revela suspicacia e inquisición: como si fuera sorprendido y se preguntara quién anda ahí, qué se le viene encima.

Se sabe genio y se sabe perspicaz, pero tiene numerosas heridas de guerra.

Su cuerpo, maltratado y tatuado por incisiones, lo está matando; y las traiciones de sus primeros seguidores, también. O así las vive.

Ustedes recordarán: uno de los ensayos más célebres de Freud lleva por título El malestar en la cultura. O como se tradujo al inglés: Civilization and Its Discontents.

Escrito en 1929, el libro apareció publicado por primera vez en 1930 bajo el título de Das Unbehagen in der Kultur.

Malestar, desazón, descontento.

Hacia 1929, con una crisis que quiebra materialmente a la sociedad, Freud concibe y confirma la cultura como cierre.

Piensa en la represión que nos ahorma y nos adecenta a la fuerza, que nos impone reglas, que nos ciñe.

Piensa en la energía libidinal que sacrificamos en aras de la civilización.

Piensa en el placer que ahogamos para convivir socialmente: la sociable sociabilidad humana no es más que coerción y cohesión, admite.

Frente al salvajismo o la barbarie, la civilización es transacción y sujeción. Es norma y es valor. Pero implica también sofocar nuestras pulsiones, el deseo.

Y eso lo dice en un momento de convulsión europea, de tensiones políticas, de grave crisis social después de unos años veinte liberadores.

Pronto hará un siglo de todo esto. La circunstancia no se repite, pero el malestar no amaina.

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