Verdad y mentira, realidad y la ficción. Releo, y en otros casos leo por primera vez, Seudología, los ensayos que Miguel Catalán dedicó a estas cosas, aparentemente tan obvias o tan triviales.
Su empresa intelectual sigue estando vigente, es inagotable, y María Picazo nos la sirve en Facebook diaria y muy oportunamente para poder captar y sopesar la profundidad de sus reflexiones.

Toda persona medianamente preocupada que quiera interrogarse acerca de su conducta y acerca del estado del mundo debería plantearse las mismas preguntas que Miguel Catalán formuló y aún nos inquietan.
Una de ellas es esta: ¿debemos decir siempre la verdad?
Desde la perspectiva de Immanuel Kant, es un principio básico decir a los otros la verdad.
Al hacerlo así, los tratamos como fines y no como medios para nuestros propios intereses.
Por principio, esta norma de conducta es un precepto de sana humanidad.
¿O, acaso, es un precepto de saña humanidad?
A ver si va resultar que por decir la verdad provocamos la quiebra del mundo.
Miguel Catalán no se engaña. Mentir, lo que se dice mentir, hemos mentido siempre. Hay incluso mentiras benéficas.
decimos falsedades por necesidad, por miedo, por piedad, para salvarnos, para dañar al adversario, para hundir al oponente.
La mentira tiene funciones varias y no responde solo a un único principio.
Decía Winston Churchill —y yo lo repito siempre que puedo— que hay varias situaciones en las que se miente con mayor frecuencia.
Las circunstancias facilitan el engaño. Por ejemplo, nunca se miente más que en una guerra o tras una cacería.
Parece obvio que en una contienda tenemos necesidad de confundir al enemigo.
Parece obvio, en fin, que tras una cacería es grande la tentación de agigantar nuestras habilidades y capacidades. El muestrario de piezas abatidas nos salva o nos delata.
Nos gusta mentir o tenemos necesidad de tal cosa. Pero buscar y decir la verdad ha sido y aún es ese ideal regulativo, como muestra y demuestra Miguel Catalán en su Tratado. O como adelantó Kant.
Es un ideal regulativo, sí, que nos ayuda a confiar en los demás, a depositar nuestras expectativas e incluso nuestras esperanzas en personas e instituciones fiables.
Ahora bien, ¿qué hacen un creador y una artista cuando se valen de lo no real para representar la realidad?
¿Qué hacen cuando emplean la ficción para sintetizarla, para explorarla o para negarla o superarla?
¿Acaso mienten?
¿Qué hacen cuando sus ficciones, sus historias, las protagonizan impostores históricos, falsarios auténticos, mentirosos reales? ¿Dicen la verdad?
Es toda una paradoja, ¿no?
¿Y qué ocurre cuando los mentirosos contumaces, esos que sí existen en el mundo real, son quienes blanquean su pasado?
¿Que sucede cuando dichos tipos crean sus propias historias, sus novelas, sus relatos de vida para ilustración y ejemplo de todos los públicos, incluidos los incautos?
Me muerdo la lengua para no dar nombres.