Uno. Empezaba este post y, justo cuando procedía a ello, anotaba: he leído con creciente estupor, con resignada sorpresa, el último libro de Fernando Savater, Solo integral (2021).
Inmediatamente me he corregido. No hay tal cosa: no hay creciente estupor ni resignada sorpresa. Es algo peor. O más triste. O más irritante.

Lo veía venir, por supuesto, sin sorpresa alguna, y con mi lectura corroboraba nuevamente el asco que a Fernando Savater tantos ciudadanos le provocamos.
Su actitud y su letra me hacían recordar aquella célebre canción de Kaka de Luxe. Me refiero a Pero qué público más tonto tengo (1982).
Lo que en Kaka (o Kafka) de Luxe era sarcasmo y autosarcasmo, una provocación juvenil de muchos quilates, en Savater es furia y ruido.
Leía su libro y en algunos momentos incluso tarareaba la canción.
“Pero que público más tonto tengo, / pandilla fina me ha caído a mí, / de los dioses heredero directo / y soportando vuestras feas caras de gilis…”
La letra de Carlos Berlanga y sus amigos bien pudiera servir para expresar la actitud del actual Savater, decididamente harto de su público.
Estamos ante un Savater quejoso del mundo y de esta España, confundida por un Gobierno socialcomunista.
Es una España de izquierdas que solía ser su público y con el que ahora anda muy enojado.
“Decididamente
No sé por qué aguanto a esta gente
Que la tengo enfrente
Y qué maldita la gracia que me hace seguir
En esta palestra
Aguantando a un montón de bobos,
A un montón de lelas,
Y qué maldita la gracia que me hace seguir…”
He leído el libro y junto a destellos breves del mejor Savater, con una prosa ocurrente y algunas ideas solventes, hay una letanía de quejas, de burlas, de aspavientos, de insultos.
¿Qué le ha pasado?
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Dos. Lo que le ha pasado, sencillamente, es que ha confundido su percepción de la realidad con la realidad misma. Mismamente.
Y, claro, no hay una única realidad. Parece mentira que esto haya que recordárselo a un filósofo al que le suponíamos complejidad.
Si quien te contraría es, por el hecho de contrariarte, un orate o un bobo (como decía Kaka de Luxe o el propio Savater en su última columna), entonces es que has perdido el Norte.
Y, en efecto, el Norte es lo que perdió a Savater. El filósofo ya no se repuso de la persecución de que fue objeto, de la repugnante persecución de que fue objeto.
Se planteó el asunto en términos dicotómicos: o hay derrota de los malos o hay apaciguamiento de la fiera. Como esto último es imposible e indeseable, Savater no contempló ninguna otra vía o recurso.
ETA está muerta, nos admite. Pero está mal enterrada, nos regaña. Por lo que parece, sólo él es el forense que puede hacer las autopsias.
Savater hace ya años que confundió el aznarismo (como ‘única’ vía de oposición a los terroristas) con el constitucionalismo.
Y el constitucionalismo, que suponía la feliz colusión de los contrarios, se convirtió en el banderín de enganche. La Constitución como banderín de enganche en esa guerra cultural que siguió cuando ETA cesó.
La realidad, sin embargo, es más compleja y, por otra parte, contradice deseos y expectativas. Es más: hay todo un mundo que te contradice.
Hay, sí, muchas personas que nos contrarían y que, sin ser zoquetes, estúpidas o malvadas, no comparten nuestras opiniones.
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Tres. ¿Solo integral? ¿Por qué? Adopta como título un tipo especial de escalada.
Es aquella en la que quien trepa lo hace valiéndose únicamente de su cuerpo, de su cerebro. Es decir, sin arneses, cuerdas, etcétera. Esta metáfora le sirve para mostrar su arrojo imaginado e imaginario.
El diagnóstico es lamentablemente sencillo: cree valerse por sí solo, sin la ayuda de nadie.
Si cree esto, entonces estamos ante un caso de solipsismo naif, de egocentrismo que desasosiega, el propio de quien padece una omnipotencia preocupante.
Materialmente hablando, este libro es una recopilación de sus columnas sabatinas en El País. Perdida su mujer, Sara Torres (fallecida años atrás), Fernando Savater dice en aquel momento y después que ha decidido abandonarse.
Para él, todo carece ya de sentido y por ello publica un libro Lo peor de todo en donde se despide o dice despedirse de todos nosotros, sus públicos.
Los públicos que le seguimos o seguíamos desde hace décadas o los que ahora, desde la derecha, aplauden su giro.
Savater dice entonces que se niega a hacer el duelo. Lo dice y lo reitera una y otra vez. Por tanto, ya no le queda más que esperar.
¿Entonces? ¿Cómo justificar este nuevo libro? Según él mismo se responde, es un pequeño reto, una exigencia que le saca del aturdimiento.
Se trata del desafío del columnismo, que no del comunismo. Se trata, en definitiva, de escribir una columna semanal para El País con los caracteres y espacios bien medidos, con las palabras exactas que no debe rebasar.
Se obliga a ser conciso, pues.
Sus temas se reducirán básicamente a criticar el nacionalismo, la izquierda, el gabinete socialcomunista.
Son adversarios coaligados en el gobierno y a los que él toma como peligrosos anticonstitucionalistas.
En muchas de esas columnas, Savater anuncia la hecatombe, el apocalipsis, el final de todo… El libro resultante no es un Panfleto contra el Todo.
Es un volumen de tono incendiario y faltón que dice mucho de su malestar y poco de su capacidad o de su juicio o de su entendimiento.
Las columnas aquí agrupadas tienen respuesta, una vez pasado el tiempo. Col tempo, él mismo se contesta para confirmar y abultar el libro que se va gestando.
Savater apostilla cada artículo, principalmente para corroborar que estuvo y está en lo cierto. En definitiva, más que un diálogo aparente, es un monólogo en dos tiempos.
El resultado es tremendo. Tremendo, no por la finura de su estilete. Sobrecogen su malestar, los ordinarios insultos que reparte, el concepto que tiene de las mujeres y sus relaciones y el antiliberalismo (malgré lui) que respira.
Todo ello para caer o recaer en un dictum bíblico terrible: el que no está conmigo, está contra mí (Mateo 12:30).
Lo que en el Savater joven era un rasgo incipiente, ahora es tremendismo verbal.
Uno lee las declaraciones que últimamente prodiga don Fernando Savater y se deshace. Es la decadencia de quien fue uno de los más brillantes prosistas españoles. Por supuesto, el título de filósofo siempre le vino grande. Pero la calidad de su estilo, los chispazos de su inteligencia y su reivindicación de ciertas parcelas de la cultura popular (cine de aventuras, literatura fantástica), cautivaban a cualquiera. También fueron muy de agradecer sus críticas razonadas -y valientes- contra los chicos del nacionalismo vasco y su engendro homicida ETA. ¿Y ahora? Pues que prefiere a su queridísimo amigo Santiago y Cierra España Abascal al funestísimo Iglesias, el malo. Que este que padecemos es el peor gobierno desde que existe memoria de los gobiernos. Que solo toca votar a la derecha (se entiende que mejor Vox, quizá por aquello de la amistad, que a los blanditos del PP). Que ETA está ahí, vigilando desde el limbo y tramando la destrucción de la patria. Y que ser español equivale a ser «constitucionalista» (?), o sea de derechas o directamente un fascista, como su amigo del alma. Es como si un ente de origen ectoplásmico (Albiñana, Fernández de la Mora, De la Cierva) hubiera poseído a don Fernando haciéndole decir toda clase de desatinos con aire de profeta desastrado, con tirantes y encerrado en su casa como un cavernícola. Una pena. Quién le ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras. Savater, QEPD.
Saludos cordiales