Tenemos que hablar

Aunque parezca que escribo mucho, incluso demasiado, eso no es así. Ya saben: lo poco o lo mucho es algo relativo y siempre está en función de nuestros hábitos.

Yo, por ejemplo, no escribo sobre todo lo que leo, sobre cada uno de los libros que me satisfacen o me enojan.

Lo cierto es que sólo una pequeña parte de los volúmenes a los que accedo quedan después reflejados en un post. O en un artículo.

Incluso, de muchos libros que leo y releo varias veces por interés o irritación, no doy cuenta. ¿Acaso por la escasa calidad o la nula impresión causada? ¿O por pereza?

Por pereza, sí. O no, no necesariamente.

A veces, asimilo lo aprendido en dicha obra, procurando no hacer ruido. Lo asimilo y ya está. Eso sí: sin descartar que vuelva tras un tiempo de fermentación o maduración. Vale decir, que lo acabe citando o analizando en el futuro.

Todo eso es verdad, pero no lo es menos que me he vuelto muy perezoso. Insisto en ello. Siempre me ha gustado leer y contar las cosas que leo. Me desprendo de ello a manos llenas. Y me desprendo con un exceso de verbosidad incluso.

Pero a veces pienso, últimamente pienso, que lo que cuento con mis propias palabras es un esfuerzo de magra recompensa.

Y ello a pesar de sus amables parabienes (los de ustedes), que yo agradezco, claro.

Pero, al escribir, pienso de cuando en cuando que me resta tiempo para seguir leyendo.

Estoy en la crecida de la edad y, oigan, cualquier día puedo palmarla, como dicen por ahí. Por eso, leo. Leo para vivir más, para vivir con consciencia, para tener opiniones formadas e informadas, para no expresarme con arrogante desconocimiento.

No se lo creerán, pero es verdad. Conozco a individuos que peroran y dictaminan acerca de todo (de la prima de riesgo, del bolchevismo, del iusnaturalismo, del pasado de la sociedad, del Gobierno, etcétera) sin haber leído uno o dos libros.

Pues no saben esas personas lo que se pierden. Yo leo, incluso, para incomodarme e interrogarme mejor. En cuanto crees que sabes más, que tienes un opinión formada e informada, resulta que te vuelves más prudente.

Procuro evitar los juicios tajantes, que no los pronunciamientos irónicos o las semblanzas zumbonas. Entre otras cosas por ser yo un lector hedonista: no me interesa cualquier cosa y, por ello, me salto toda obra, toda obligación, que no me reporte rendimiento, placer o estupefacción.

Algún amigo, Toni Zarza particularmente, me pregunta con vehemencia y generosidad qué estoy leyendo y, cuando lo averigua, me inquiere con todo desparpajo si voy a plasmar mis impresiones.

Si hay para mí un objeto de lectura constante en los últimos meses es un tema tan obvio como Vladimir Putin.

Antes y después del estallido de la guerra, la invasión de Ucrania, la figura del presidente ruso aparece y reaparece entre mis lecturas frecuentes, entre libros de especialistas, de periodistas, de historiadores.

Y entre mis conversaciones con Juan Calabuig, el mejor interlocutor. De él aprendo sin parar.

De todos esos temas y libros de los que hablamos Juan y yo, alguno de los cuales mencionaré, hay uno que me ha sorprendido por sus agudezas, por el saber académico que reúne, por la experiencia que acumula, por su narración entretenida e irónica.

Me refiero a Tenemos que hablar de Putin. Por qué Occidente se equivoca con el presidente ruso (2022).

Es un libro atendible no sólo por sus aciertos retrospectivos. Lo es también por las audaces predicciones que realiza, la mayor parte de la cuales el tiempo ha demostrado simpáticamente erróneas. Así se lo dije a Juan Calabuig días atrás.

Esos errores no lo hacen rechazable. Me refiero al volumen. El autor, con todos sus conocimientos, se atreve a examinar a Putin, a diagnosticarlo con prudencia y a plantear posibles comportamientos futuros. Yerra en parte.

La publicación data de 2018 y el autor es Mark Galeotti. La edición española incluye una coda en la que el responsable se explica y se sorprende al ver a Putin tan cambiado, casi una caricatura del mandatario que ha descrito páginas atrás.

He leído el libro dos veces y no descarto releerlo otra vez. Quizá me pase antes por Una historia breve de Rusia (2022), un volumen también de Galeotti.

De la obra dedicada a Putin, el judoka, no les voy a resumir nada. Ya he dicho antes que estoy perezoso.

De verdad, léanlo y luego vemos.

We Need to Talk About Putin. Tenemos que hablar de Putin. Tenemos que hablar.

Esta fórmula expresiva se suele emplear cuando un matrimonio no va bien. Es entonces cuando uno de los miembros de la pareja dice eso: tenemos que hablar.

Ya se sabe lo que viene después.

Creo que Galeotti acertó con su título (We Need to Talk About Putin), pues introduce en las relaciones ese elemento de hostilidad en vez de vecindad o tranquilidad.

¿Vamos a llevarnos bien? Tenemos que hablar de Putin, decía Galeotti cuando había alguna esperanza de llevarnos bien.

Ahora parece que todo se ha echado a perder y que el comportamiento de Putin es el de un actor racional que toma decisiones a partir de mala información, con los datos que sólo le confirman y con las noticias que sólo quiere escuchar.

Pero no está solo…

Esta obra te hace pensar, te hace cavilar. Y hasta de sus erróneos pronósticos aprendemos.

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