Lunes, 27 de junio de 2022. A las 19:30 horas.
Librería Gaia (Valencia), de Lola Samper.
Club de Lectura dirigido por Carmen Garcia Monerris.
Hoy entre el nutrido grupo de asistentes debatiremos acerca del libro La ciudad futura. Viajes por la Europa burguesa (2022).
Es el volumen del que somos autores Anaclet Pons y yo mismo y que nos ha editado Alberto Haller tan elegantemente para Barlin Libros.
¿Tiene sentido adentrarse en la Europa distinguida de siglo XIX? Si es para entretenernos, para escapar de este presente asfixiante que a todos nos acucia, sí: tiene sentido.
Si es para aprender cómo eran las costumbres, los hábitos, los valores, los bienes y recursos materiales de nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, también tiene sentido.
De esas generaciones hemos heredado principios y costumbres, formas de estar en el mundo.
Tiene sentido leer un libro que, de entrada, no trata de nuestro presente. Tiene sentido. ¿Por qué?
Porque, más allá del entretenimiento, nos internamos en un mundo con el que mantenemos inquietantes equivalencias y no menos sorprendentes diferencias.
Somos y no somos herederos de aquel continente burgués que ahora vemos institucionalizado en la Unión Europea.
Somos y no somos descendientes de aquellos ciudadanos distinguidos que viajaban, que se desplazaban con tesón hacia destinos familiares.
¿A cuáles? A París, a Londres, a Lisboa, a Suiza, a los Pirineos, a los Alpes, a Spa, al Rin, a Madrid, a Barcelona, etcétera.
¿Qué cosa puede obligar a desplazarse durante años y años? Un adinerado valenciano, de origen vasco e irlandés, marcha por la Europa de la cultura y del comercio, de la industrias y de los espectáculos.
Lo acompañamos, sus ojos nos guían, pero su mirada no es la única. Nos es insuficiente. Registra lo que ve, pero sólo es parte, lo que es decoroso para un varón burgués del Ochocientos.
Los autores del libro buscamos el mapa completo a otra escala.
Nos informamos, investigamos, nos documentamos acerca de lo que era su mundo material, de lo que eran sus formas de viajar, de lo que era su vida privada y pública.
Pero no basta: debemos completar lo que el viajero no dice por pudor o por sabido y supuesto.
Nos valemos de su experiencia, en un ejercicio microanalítico para observar el caso, la representatividad y la singularidad. Pero nos servimos también de la literatura, el arte y la historia que nos ayudan a comprender su actos y sus decisiones.
Administramos la información con tiento, con una pequeña intriga. Narramos esa experiencia, pero no somos sus portavoces.
Vamos más allá para ver aquello que él no pudo atisbar, para adentrarnos en parajes o situaciones que él evitó mapa en la mano.

El resultado es un viaje al pasado. Hemos encontrado una grieta en el tiempo.
Si nos acompañan, les garantizamos un mundo desvelado, eso sí: pudorosamente, con prudencia, sin invenciones, sin fabular, cosa que al historiador le está vedado.
Creo que transmitimos el placer de ese viaje que nos procura y que no acaba nunca.