A Pilar Valls.
No conocí, no pude conocer, a José Antonio Vidal Castaño cuando él era joven, cuando él era un hombre de acción… en Benimàmet, en L’Eliana, en Valencia, en Barcelona.
Durante años, la diferencia de edad y distintas circunstancias vitales no hicieron posible tal encuentro, un acontecimiento que ocurrió décadas después.

Al menos para mí fue eso: un acontecimiento.
Ojalá hubiera podido saber bien pronto de él, conocer al Joven José Antonio Vidal, haber conversado.
Qué fortuna la de quienes pudieron tratar entonces a esa persona enérgica, sabedora de sus objetivos y de sus metas, dispuesta a aprender.
Desde fecha temprana ya había mostrado y seguiría demostrando después dos de sus variadas virtudes cívicas.
¿A qué me refiero?
A un empecinamiento racional por conocer y a una voluntad firme de hacer, de transformar el mundo.
Ya digo: no pude tratar a esa persona hasta muchos años después, hasta 2013.
Para entonces, José Antonio era un hombre maduro y sabio, doctor en historia, autor de unos cuantos libros de mucha enjundia.
Exiliados republicanos en Septfonds (2013); El sargento Fabra. Historia y mito de un militar republicano (1904-1970) (2012); o La memoria reprimida. Historias orales del maquis (2004).
En 2013, ya digo, nos hicimos amigos, inmediata, cálidamente amigos. Fue cruzar unas palabras entre nosotros y surgir una relación afectuosa.
Empezamos leyéndonos mutuamente, que es una forma de conocerse.
Pero más que sus obras, que fui disfrutando, aquello que más me impresionó de José Antonio Vidal fue su humanidad, su humanismo.
Persona obstinada y afectiva, de múltiples apetencias intelectuales, José Antonio fue hombre sensible, de una caballerosidad deliciosamente antigua.
Fue maestro y nunca dejó de serlo. Alcanzó los máximos reconocimientos académicos.
Pero José Antonio se presentó ante el mundo como lo que era íntima y públicamente: un ciudadano consciente y reflexivo, de valores republicanos.
Historiador, poeta, ensayista, narrador y, por encima de todo, educador laico de almas.
Sus palabras y sus letras impresas eran y son pedagógicas, elocuentes, un compendio de saberes, una auténtica ilustración moral.
Cuando él estaba presente se hacían patentes las mejores tradiciones del republicanismo, del civismo.
Y eso ocurría tanto cuando hablaba como cuando escribía, tanto cuando dialogaba como cuando dictaba una conferencia.
Hombre de refinada conversación, José Antonio sabía callar, escuchar, atender: también en esto era maestro, maestro de la interlocución respetuosa y polémica.
Nacido en Benimàmet y durante años vecino de L’Eliana, José Antonio fue un hombre de mundo y un valenciano cosmopolita. Fue esposo y padre, querido y reconocido.
Fue, en fin, un vecino ilustre y reverenciado que quiso saber y que se hizo querer, que quiso exhumar lo que el pasado (la Guerra Civil, la posguerra franquista) o el presente real velan o aún ocultan.
No extrañará, pues, que una persona de esas prendas fuera el autor de un libro como La España del maquis (1936-1965) (Madrid, 2015).
Se trata de un volumen de historia, de literatura, de cinematografía, de oralidad, de vida.
Se trata de una gran síntesis que compendia numerosos saberes, compromisos y habilidades.
Se trata, en fin, de una obra en la que confluyen inquietudes diversas y muy arraigadas en el propio José Antonio.
Es un tratado y es un fresco acerca del pasado, de la memoria, del coraje humano, de la obstinación, de la libertad, del error.
Podemos sopesar el compromiso que yo mismo sentí cuando José Antonio Vidal Castaño me pidió un prólogo para dicha obra. Su confianza sólo podía deberse a la amistad.
¿Pero quién era yo para subrayar o destacar los merecimientos de un libro y de una persona que reunía capacidades, voluntades, experiencias que quien ahora escribe jamás alcanzará?
Pero José Antonio era así. Muy consciente de sus recursos, sabía repartirlos a manos llenas, sin cicatería alguna, mostrando en cada uno de sus actos generosidad y desprendimiento.
En una nota necrológica puede resultar de mal tono que el redactor de la misma se entrometa en el relato.
Al fin y al cabo, estamos hablando de una persona que ya no está, de una persona que ha dejado huella abundante de sus cualidades y de sus obras al margen de quien las pregone.
Sin embargo, es imposible hablar de José Antonio Vidal Castaño sin sentirse afectivamente implicado, involucrado, en los gestos y en una trayectoria sobrada de humanidad, de compromiso civil, de magisterio moral.

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El artículo reproducido en este post es un encargo del Centre d’Estudis Locals de l’Eliana.
Es un honor que se me pidiera colaborar con la publicación de este número especial, dedicado a dos grandes autores, vinculados a L’Eliana.
Justo Serna, “José Antonio Vidal Castaño. Humanidad y humanismo”, Cel Obert, Especial 2022/23.
Me refiero a José Antonio Vidal Castaño, al que me unía una gran amistad. Y me refiero a Antoni Ferrer i Perales.
Gracias a Pura Peris por esta oportunidad.
