La opinión publicada

El escritor. Es triste y habitual que el mundo de las letras cobre actualidad por estridencias, por comentarios insultantes, por alardes machotes, por fantasmadas.

Eso queremos creer: que sólo son secreciones o, como mucho, excreciones de algún novelista bocazas. En fin, algo que se expele.

Qué bajo puede caer un literato cuando tiene audiencias entregadas o micrófonos a los que encandilar o asombrar. Qué vulgar puede ponerse cuando le da un calentón verbal: o una borrachera de fama o una soberbia mal digerida.

Uno puede escribir admirablemente, con mayor o menor arte, pero siempre ha de medir las palabras, los efectos de lo que dice o de lo que publica.

El más mínimo desliz será recogido por los medios, por Internet. Un comentario atrevido y desafortunado será inmediatamente registrado.

Los públicos reaccionarán multiplicando el efecto recto o indirecto de lo dicho. Pero hay más.

Que estés dotado para crear mundos de ficción, para narrar, no significa que tengas razón o que tus juicios sean atendibles o sensatos.

Las mayores irresponsabilidades se las han permitido los hombres de letras convertidos en parlanchines sabelotodos.

Pero a la vez la palabra del intelectual entrometido es un bien de la esfera pública: por ejemplo, el escritor puede aprovechar su celebridad para hablar de lo que los poderes ocultan o censuran.

O para decir las cosas con profundidad. O para equivocarse con ignorancia enciclopédica.

Hablamos del intelectual, esa figura que se alza egregia para adoctrinar a su público, para influir, para instruir. Es un modelo francés de oposición y propagación, de críticas y de declaraciones, de manifiestos y opiniones.

Practica el intrusismo, disuelve lo obvio y purga lo obstruido. No está mal.

O sí: para un científico, el comportamiento del intelectual puede parecer frívolo.


El científico. Lo normal es que cada uno hable de lo que sabe y que, además, lo haga en condiciones académicas.

Lo demás es cháchara, podría pensar el científico cuando observa al escritor que se pronuncia. Es cierto que eso ocurre con frecuencia. Me refiero al bla-bla-bla inconsistente de tantos intelectuales.

Pero no es menos cierto que con la excusa del rigor muchos científicos han evitado pronunciarse sobre hechos públicos que les conciernen o sobre los efectos morales o sociales de sus propias investigaciones.

Si aumenta la especialización de los saberes, si aumenta la división del trabajo científico, entonces cada uno puede recluirse en su gabinete pretextando las muchas faenas o la ignorancia de lo ajeno.

Además, como el lenguaje de las disciplinas tiende a la jerga (que no a la juerga); como la comunicación científica se hace cada vez más árida y abstrusa, entonces los oficiantes pueden enmudecer tranquilamente: ésa no es mi propia materia.

Pero lo humano es, en realidad, el material con el que trabajan los científicos: incluso los que se dedican a la naturaleza.

Si la estudian no es por sí misma, sino por puro interés humano. De ahí la ética de la actividad científica: aparte de la deontología que les obliga, los protocolos que han de seguir.

Por eso, el silencio de los investigadores o su escasa presencia en la esfera pública son simplemente desastrosos.

Su lugar lo ocuparán nigromantes o vendedores de supercherías o quizá algún literato poco escrupuloso que hablará de lo real desconociendo absolutamente las bases del conocimiento.

O gente hinchada, con fama, con celebridad, que enjuicia desde la llaneza o desde la simpleza.

La responsabilidad. Pongamos, pues, que son imprescindibles los escritores y los científicos: que son imprescindibles en la esfera pública siempre que hablen desde la responsabilidad y siempre que no se jacten con soberbia, con arrogancia intelectual.

Ningún ciudadano tiene por qué estar familiarizado con los lenguajes particulares de los investigadores o de los prosistas. No tiene por qué saber de antemano qué es lo relevante científicamente o humanísticamente.

¿Significa eso que el escritor y el científico han de rebajarse? Rebajarse en el sentido literal: ¿han de simplificar sus logros, sus descubrimientos, sus conquistas para ponerlos al alcance de ignorantes?

Significa que han de comunicar sus avances de modo persuasivo, sin el falso prestigio de lo abstruso.

No podemos presentar con simplezas lo que es complejo, pero no debemos oscurecer con jerga o con lo inefable lo que puede ser pronunciado, manifestado.

Porque lo que digan (o lo que callen) el científico y el artista produce conocimiento social, efectos beneficiosos o calamitosos.

—-
Extracto procedente de Justo Serna, Todo es falso salvo alguna cosa. Madrid, Punto de Vista Editores, 2017, págs. 118-121.

Todo es falso salvo alguna cosa

Recupero este texto y lo publico aquí por recomendación de Toni Zarza, que me ha instado a ello. A su juicio, estos párrafos tienen algunos aciertos. Agradezco su generosidad.

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