Borges. Vargas Llosa, Rodríguez Zapatero y yo

¿Qué puede decirse que no haya sido dicho ya? ¿Qué puede afirmarse de Borges que no hay sido afirmado? O conjeturado o refutado.

Jorge Luis Borges (1899-1986) es uno de esos autores que sin aspavientos, con un obra escueta y dispersa, alcanza pronto (¿pronto?) celebridad universal.

¿Y por qué la alcanza, por qué es insólita esa nombradía? Porque es escritor que evita, que descree de la novela, que se resigna a géneros breves y hasta menores (¿menores?): la reseña, el ensayo urgente, la nota biografica. Y, eso sí, el cuento.

Llega Borges desde Sur, desde el sur, desde una periferia culta, criolla y europeizante, a la Literatura occidental. Llega en los años cincuenta del siglo XX cuando pocos o muy pocos podían entrever su grandeza.

“Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche”, en la noche y el horror, justo cuando la guerra y la posguerra imponían en Europa otras urgencias o evidencias.

En los años cincuenta, con una edad de júbilo y retiro, llega a Francia, a Italia, a España y a Alemania, entre otras naciones del Viejo Continente, que lo descubren y lo premian.

Es el germen de lo que será la literatura posmoderna y es el poeta o el cuentista que ha convertido al lector en figura central y activa del fenómeno literario, propiamente de la creación a partir de las recepciones.

A Borges se lo ama o se lo detesta. Su escritura y las emociones que despierta son de orden intelectual, metafísico, con un agudo sentido de la forma, de la expresión. Con giros particulares, con argentinismos, con los dijes, los hallazgos y los restos de distintas lenguas.

Esa escritura y esas emociones son características de una prosa de vastas y apócrifas erudiciones, de mixturas aparentemente contradictorias, de juegos y dramas. De variadas culturas.

Dispone su sintaxis de adjetivaciones inesperadas, con verbos en uso y en desuso, con registros nuevos o desacostumbrados, justamente los que impiden lecturas superficiales, vanas, a vuela pluma.

Cuando lo disfrutamos nos fuerza, llegamos a sus obsesiones, que no son sólo el tigre, la biblioteca, el coraje, los cuchilleros, Buenos Aires, el doble, la simetría o la refutación del tiempo.

Al leerlo nos hace frecuentar personajes reales o inventados, personajes que se definen por un acto o por las fatigas de sus locos, infames y gloriosos empeños.

Punto y aparte.

Hace un tiempo quedé debidamente impresionado al enterarme de una noticia: la presentación de un libro en Madrid, en la sede del Instituto Cervantes.

Se trataba de un ensayo sobre Borges. Imaginé lo que al principio de esta líneas digo y ahora repito.

¿Qué puede decirse que no haya sido dicho ya? ¿Qué puede afirmarse de Borges que no hay sido afirmado? O conjeturado o refutado.

Mi sorpresa no fue la novedad de lo dicho, sino la personalidad de quien se atrevía a enfrentarse otra vez a Borges. No presté mayor atención y lo olvidé hasta ahora mismo.

El título del ensayo era y es enigmático y hasta exculpatorio: No voy a traicionar a Borges (2021).

El rótulo me pareció entonces y ahora una exoneración que al autor nadie le había pedido. Pasó la novedad del día, de las noticias del día de fastos, y olvidé ese volumen.

Ahora, con mi intervención en el seminario de la Universidad Nacional de Mar del Plata, en Argentina, dirigido a distintas maestrías y doctorado y graduados, recupero ese ensayo.

Lo leo y mi impresión se confirma. Y otra vez quedo debidamente impresionado.

Su autor es, nada menos, que José Luis Rodríguez Zapatero, el antiguo presidente del Gobierno de España. En su tiempo fue amado y denostado.

Y hoy es un político amortizado del que se pueden decir cosas buenas y menos buenas…, salvo que seas hostil por principio. Salvo que le apliques un sectarismo en blanco y negro y lo insultes.

Su ensayo sobre Borges es muy ligero, unas líneas escritas por un lector fervoroso y poco más. Rodríguez Zapatero admite su trastorno, el que le produjo irremisiblemente Borges. Y admite sus lecturas y relecturas.

Quienes lo odien con porfía (que existe tal especie) podrán decir que Zapatero (como lo llaman sus hostiles) no dice nada atendible.

Quienes admiramos a Borges y seguimos la inmensa literatura y lectura parasitaria que se le adhiere podemos ser menos tajantes.

Sin duda, Rodríguez Zapatero no añade nada nuevo… especialmente significativo. Pero no sé lo voy a reprochar.

Se le pidió un ensayo o incluso un ensayito sobre el autor por el que siente una devoción inextinguible. En ese sentido cubre bien el expediente sin decir ninguna barbaridad.

Lo que afirma lo hace con la soltura del lector activo que Borges postuló.

Quien, por el contrario, quiera hacerse una idea cabal y rápida de su creación (del tipo Borges en 90 minutos) puede leer con aprovechamiento No voy a traicionar a Borges.

Por supuesto, quien quiera ahondar en el autor argentino haría bien en consultar ensayos académicos de mucha enjundia.

No juzgo con dureza a Zapatero, como harían sus oponentes más hostiles. Forma parte de mi misma generación y, arriba o abajo, lo descubrimos o redescubrimos por las mismas fechas.

Si un editor atrevido me encargara un volumen sobre Borges, creo que no sabría hacerlo mucho mejor que Rodríguez Zapatero.

En cada libro nos la jugamos.

De hecho, Mario Vargas Llosa ha escrito una obra sobre Galdós que es penosa, no así ese compendio reciente, alimenticio y brillante del autor peruano sobre el creador argentino.

Se titula Cincuenta años con Borges, que también he leído, y del que hay mucho aprovechable.

Ya ven. Borges no se acaba nunca.

Punto final.

——

De estas y otras cosas hablo el sábado 21 de mayo de 2022 en dicho seminario, al que amablemente he sido invitado. Pronto les podré dejar el enlace a dicha grabación. No les pido que me sigan. No les pido tanto.
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Reunión de Zoom programada.

Tema: Borges. Historia, escritura, reescritura y operaciones culturales.

Hora: 15 horas (hora española) y 10 horas (hora argentina) del 21 de mayo de 2022

Repito: pronto les podré dejar el enlace a dicha grabación.

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