Hace mucho tiempo. Mucho.
Pero muchos, muchos años…, yo empecé a leer los libros de Akal y Siglo XXI.
Me parecían el colmo de la sofisticación intelectual.
Debo admitir que tal cosa, mi genuflexión, sucedía incluso antes de ingresar en la Universidad.
Cuando leía esos libros, me sentía mayor e intelectualmente más sólido.
Falso.

Yo era un joven sin apenas formación. Pero era lo que creía. Estaba, ya digo, por formar.
En ambos sellos (Akal y Siglo XXI) encontré, desde mi adolescencia, un nutriente de mucha calidad: páginas muy caloríferas y muy saludables.
Akal, y al tiempo Siglo XXI, me proporcionaban lecturas, libros, autores, clásicos y novedades que me servían para instruirme intelectualmente.
El mundo de un adolescente en 1976, pongamos por caso, era magro, escaso. Carecíamos de formación política.
De repente, un patrimonio teórico nos cayó encima. Marx, Foucault…
¿Sigo?
Por supuesto, no siempre he compartido la línea editorial de ambos sellos, que tienden hacia el izquierdismo (algo excesivo para una persona tan moderada como yo).
Pero debo admitir que ambas editoriales me fueron imprescindibles. No concibo la vida, la vida intelectual, sin Siglo XXI y sin Akal.
Si tuviera que repasar los clásicos que he leído en ambas editoriales seguramente formaría, configuraría y trazaría un mapa.
¿Cuál?
Pues el mapa de los puntos-clave, el mapa de los momentos decisivos, aquellos que constituyen hitos de mi formación académica.
Pienso, por ejemplo, en un volumen para expertos. Pienso en El Estado absolutista, de Perry Anderson.
Denso, denso.
O pienso en el largo elenco de obras de Akal, que exhuma el marxismo más remoto.
Punto y aparte.
Mucho tiempo después, en la década del 2000, durante unos pocos años, Anaclet Pons y yo estuvimos dirigiendo la colección Contemporánea.
Es una sección de Historia (de Akal). Fue después de la gestión de Elena Hernández Sandoica.
Escribimos muchos, muchos, informes de lectura. Veintitantos o más con base argumentativa y erudita.
¿Qué debíamos hacer nosotros, Pons y Serna?
Se trataba de proponer obras punteras. Se trataba de promocionar obras principalmente extranjeras (aunque también españolas) que pudieran ser objeto de edición en castellano.
Todo ello ocurrió gracias al editor Tomás Rodriguez Torrellas, a quien estamos agradecidos por su confianza.
Ahora, ni Anaclet ni yo desempeñamos esta función. Estamos de retirada. Pero estamos orgullosos de que confiaran en nosotros.
No olvidamos esa esperanza que se nos depositó.
Más allá de ello, insisto: nuestra formación intelectual no la concebimos sin Akal y sin Siglo XXI. Y ello al margen de nuestra simpatías intelectuales.