Cosas que hacer con Kafka

Uno. Hay días en que  decaemos, víctimas del cansancio, víctimas de la decepción o la presión. Nos vemos incapaces de afrontar las funciones que nos están encomendadas o las  tareas a que nos hemos comprometido.

Nos sentimos  hostigados o debilitados. Quizá son muchas las expectativas; quizá pecamos de omnipotencia. Es en ese momento cuando percibimos especialmente la fragilidad o el aislamiento, la soledad o la derrota a que estamos condenados.

Pero empieza un nuevo día, y muy animosos nos proponemos salir adelante, encarando la nueva circunstancia. Digo esto y pienso inmediatamente en un relato  célebre y estremecedor, fechado en 1915: La metamorfosis, también traducido como La transformación.

¿De cuántas ediciones de esta obra dispongo? Tengo las publicadas por Alianza, por Biblioteca Nueva, por Galaxia Gutenberg y ahora por Paréntesis. Este último sello sevillano acaba de sacar otra vez  dicha historia con el título de La transformación. El pie data de febrero de 2010.

Tenemos una razón nueva para leer o releer el relato de Franz Kafka. Eso nos pasa. Con cada relectura, la historia cobra una dimensión distinta o efectivamente nueva, quizá un énfasis que antes no vimos o no supimos subrayar. Su famoso incipit aún nos conmueve:

«Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto. Se halla echado sobre el duro caparazón de su espalda, y, al alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha, que estaba visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.

–¿Qué me ha sucedido?

No soñaba, no.»

Lo grave, lo espantoso, es que lo que ocurre no sea una simple alucinación, que lo que le sucede no sea un mal sueño. De una pesadilla podemos despertar. De la fatalidad cotidiana, de la miseria ordinaria, no. Gregorio Samsa ha despertado, sí, y lo que aprecia y distingue son unas patitas en movimiento; lo que siente es un caparazón. No es, pues, un simple delirio, sino una realidad tozuda: la de su muda, la de una transformación animal.

A partir de ese momento comienza un día incierto, la refundación del mundo pequeño y previsible de un viajante. Porque Samsa es un viajante de comercio, un hombre obligado a desplazarse, a negociar con un género que no es suyo. Es un tipo baqueteado por la vida. Ha de vigilar el horario de los trenes, ha de sobrevivir con ranchos irregulares y de ínfima calidad. Pero sobre todo –y eso es lo que más le duele– ha de tener tratos superficiales, puramente instrumentales:

«relaciones que cambian de continuo, que no duran nunca, que no llegan nunca a ser verdaderamente cordiales, y en que el corazón nunca puede tener parte.»

Dos. Esto mismo, las relaciones inconstantes y distantes, es el infierno del viajante: esos tratos superficiales que enfrían en ánimo hasta secarlo. ¿Dónde están los afectos? ¿Qué hay de los vínculos primarios o de la confianza permanente? Pobre Samsa.

¿Qué es lo que él deplora? Tener que desarrollar un trabajo que no le complace, urgido por un amo o por un encargado pero sobre todo por un sistema que le arrastra. Gregorio no parece tener alternativa, forzado por una deuda contraída por el padre. Es cierto que Samsa ha pasado de dependiente a viajante, orgullosamente cargado con su muestrario de paños. No es menor verdad que eso le ha facilitado su buen dinerito, con comisiones pingües muy beneficiosas para la familia: por un lado, ha ido cubriendo la deuda del progenitor, ya retirado; por otro, le ha permitido un pequeño capital.

El trabajo penoso y eficaz, constante y semiesclavo, de Gregorio les iba a procurar un futuro, una provisión de porvenir. A su hermana, por ejemplo, ya la veía como estudiante próxima del Conservatorio… Ahora, todo esto no es más que una quimera.

Samsa se adapta a su nuevo estado y sobrevive o malvive como insecto, trepando por las paredes, encerrado en esa habitación que su hermana asea con regularidad: con comida pasada o podrida que amorosamente trae o con los restos que diligentemente retira.

La madre aún espera verlo, aunque ha sido advertida por su esposo, siempre difidente con el hijo. Y es entonces, en efecto, cuando aparece con toda su presencia la figura del padre, esa referencia ominosa que es constante en la literatura de Kafka. El padre, siempre poderoso, autoritario, resuelto, mundano y tendencialmente violento.

Tres. El padre es una figura ciertamente amenazante: ahora que Gregorio es un insecto, pero también antes, cuando Samsa era un diligente, un industrioso hijo que velaba por la familia y sus necesidades. En el padre siempre hay un punto de decepción.  Temía la exigua condición de Gregorio y teme que ahora les arruine la vida, convertido en ese bicho que es, alojado en el cuarto.

En el relato de Kafka, el padre es un ser derrengado o abatido, físicamente hundido. Pero en otros momentos es también un tipo armado, armado con un bastón o con una manzana. Puede deslomarle o puede hundirle el caparazón.

La vida familiar de Samsa va perdiendo sentido. Conforme avancen los días, más evidente será el deterioro que experimenta tras una agresión física, real, del padre: el progenitor le lanza una manzana que se hundirá en su cuerpo, pudriéndose. Si hay futuro, no es para  Gregorio. La mutación de Samsa ha forzado al padre, a la madre y a la hermana a buscarse sus respectivas ocupaciones. Los que antes estaban enfermos o indolentes ahora se esfuerzan y madrugan. Han de vivir, ¿no es cierto? Ahora que Gregorio no ingresa dinero y que su deterioro crece, lo mejor que puede hacer la familia es trabajar.

«–Queridos padres –dijo la hermana, dando, a modo de introducción, un fuerte puñetazo sobre la mesa–, esto no puede continuar así. Si vosotros no lo comprendéis, yo me doy cuenta de ello. Ante este monstruo, no quiero ni siquiera pronunciar el nombre de mi hermano; y, por tanto, sólo diré esto: es forzoso intentar librarnos de él».

No deberán librarse de él, como propone la hermana. El cuerpo arruinado de Samsa se irá apagando. No tendrán, pues, que echar al monstruo y así podrán desterrar la idea de que ese bicho que agoniza es verdaderamente Gregorio.

«¿Cómo puede ser esto Gregorio? Si tal fuese, ya hace tiempo que hubiera comprendido que no es posible que unos seres humanos vivan en comunidad con semejante bicho».

Cuatro. El prólogo de Antonio Rivera Taravillo para la edición de Paréntesis se titula Todos nos llamamos Samsa (2010). Por su parte, la introducción que firmaba José María González García para Biblioteca Nueva tenía un rótulo prácticamente idéntico: Todos somos Gregor Samsa (2000).

Podríamos encontrar coincidencias semejantes en otras editoriales. ¿Qué significa eso?  Para Vladímir Nabokov o Pietro Citati, para María ZambranoJorge Luis Borges, Samsa es un atormentado personaje, concreto y genérico a un tiempo, que encarna la condición humana: su fragilidad y su miseria, su empeño fracasado, la condena bíblica del trabajo. Lo común es interpretar a Gregorio como el individuo corriente de un siglo desastroso y violento, como el tipo que nada puede hacer frente a la fatalidad. Nada, salvo dejarse aplastar.

Samsa intenta levantarse; intenta comprender su nueva y acabada condición; intenta hacerse entender por aquellos que todo le deben. Él parece que está en el mundo sólo para saldar una deuda, sólo para cubrir un descubierto de su padre. Por eso, vive así, como un individuo joven que ha de cargar con los débitos de las generaciones precedentes, mientras los restantes se inhiben: quienes lo rodean no trabajan, no asumen sus respectivas cargas hasta que la fatalidad convierte a Gregorio en un bicho irremediable. Digo un bicho irremediable porque ya no hay vuelta atrás, ya no hay escapatoria.

El cuerpo es su cárcel, ese repugnante organismo abombado, de duro caparazón, de cortas patitas. ¿Cómo mirarse al espejo y cómo ser mirado por los otros? La suerte de Samsa es la maldición del monstruo: del monstruo de Frankenstein, por ejemplo. También Gregorio carece de comunidad humana, de relaciones que puedan desarrollarse con normalidad. Su simple visión provoca repugnancia y, por tanto, todos le huyen, le evitan o incluso le agreden.

El monstruo imaginado por Mary Shelley hablaba y se hacía entender: sólo la insensibilidad y la irresponsabilidad de Victor Frankenstein y sólo el repudio espantado de los otros le impedían tener una vida retirada pero aceptable. El monstruo de Kafka emite sonidos que él juzga lenguaje humano, lenguaje articulado. Su familia, sin embargo, únicamente escucha gruñidos carentes de sentido. Su suerte es peor: ni siquiera está hecho de restos humanos.

Samsa quiere despertar en los otros la empatía, los vínculos primarios, los afectos más inmediatos. Cuando desempeñaba su profesión se lamentaba de las relaciones inconstantes. Como contrapartida tenía al menos los lazos familiares: padre, madre y hermana… egoístas, sí, pero seres a los que identificaba como miembros de una misma comunidad moral.

Ahora ni eso le queda. La soledad más extrema es la suya. ¿Qué más se puede decir de una época tan desastrosa? Cuando Kafka concibe esta historia, triunfa el pesimismo, se extiende el desasosiego, todo se hunde.

Colofón. En una carta de Franz Kafka a la editorial Kurt Wolff, de Praga, fechada el 25 de octubre de 1915, leemos:

«Me escribieron ustedes últimamente diciendo que Ottomar Starke realizará la ilustración para la cubierta de La metamorfosis. (…). Resulta que se me ha ocurrido, dado que Starke será realmente el ilustrador, que quizás esté en su deseo querer dibujar el mismísimo insecto. ¡Esto no, por favor! No quisiera reducir su poder de influencia, sino sólo exponer un deseo, debido a mi evidente mejor conocimiento de la historia. El insecto mismo no puede ser dibujado. Ni tan sólo puede ser mostrado desde lejos. En caso de que no exista tal intención, mi petición resulta ridícula; mejor. Les estaría muy agradecido por la mediación y el apoyo de mi ruego. Si yo mismo pudiera proponer algún tema para la ilustración, escogería temas como: los padres y el apoderado ante la puerta cerrada; o mejor todavía: los padres y la hermana en la habitación fuertemente iluminada, mientras la puerta hacia el sombrío cuarto contiguo se encuentra abierta».

Ambas imágenes propuestas por Kafka son verdaderamente reveladoras. Por un lado contamos con la puerta cerrada de la pieza en que se aloja el bicho. Por otro tenemos el cuarto oscuro del  insecto. La puerta es frontera clausurada, barrera o cierre, un límite físico que  separa al bicho de la familia a la que pertenece. Es algo literal. Si no podemos traspasar el quicio, el umbral nos está vedado; si al otro lado hay monstruos,  es preferible mantener cerrada esa puerta de lo amenazante y de lo inconsciente. Y la oscuridad, según la imagen propuesta por Kafka, es el negativo de la luz, de la normalidad. Es lo patológico: lo contrario de lo que esos individuos corrientes son. O quizá no; quizá el cierre y la oscuridad contienen o revelan el fondo animal de los humanos, egoístas y laboriosos a un tiempo.

Pero vamos a parar, que nos desbocamos. Nos preguntábamos qué hacer, qué cosas podemos hacer con Kafka. La respuesta es sencilla: hay que leer o releer,  evitando al mismo tiempo la sobreinterpretación, en la que fácilmente caemos o recaemos. También aquí. Hay que obviar la metáfora desbocada de lo real, de la que Susan Sontag, fue abiertamente contraria.

Como dijo esta autora en uno de sus ensayos más polémicos y paradójicos, Contra la interpretación (1964), cavilamos sobre lo latente sin atender siempre a lo manifiesto, que es lo importante. Con frecuencia nos dejamos llevar por el símbolo olvidando lo concreto. En nuestra época, los propios autores se protegen contra esto.

Sontag citaba expresamente el caso de Thomas Mann, que solía incluir en las novelas la interpretación que él quería para sus obras. Era un gesto irónico.Y entre las víctimas de la sobreinterpretación, de la hermenáutica del texto frente a la erótica del arte, Sontag aludía concretamente a Kafka:

«La obra de Kafka, por ejemplo, ha estado sujeta a secuestros en serie por no menos de tres ejércitos de intérpretes. Quienes leen a Kafka como alegoría social ven en él ejemplos clínicos de las frustraciones y la insensatez de la burocracia moderna, y su expresión definitiva en el estado totalitario. Quienes leen a Kafka como alegoría psicoanalítica ven en él desesperadas revelaciones del temor de Kafka a su padre, sus angustias de castración, su sensación de su propia impotencia, su dependencia a los sueños. Quienes leen a Kafka como alegoría religiosa…»

Etcétera, etcétera. ¿Podemos evitar la metáfora desbocada? «La efusión de las interpretaciones del arte envenena hoy nuestras sensibilidades, tanto como los gases de los automóviles y de la industria pesada enrarecen la atmósfera urbana», se lamentaba Susan Sontag  en 1964, empleando metáforas muy circunstanciales, muy características de esa época. Entiendo su reacción antialegórica, pero no hay una atmósfera cultural incontaminada a la que aún podamos acceder. ¿Podemos leer a Kafka sin saber qué se ha hecho con él? No sé.

Hay un modo de disfrutar La metamorfosis o La transformación, que es el de compartir con Samsa su miedo real. Dejémosnos llevar: abramos la puerta e ingresemos en la oscuridad del cuarto. No sabemos qué es lo que hay. Lo que haya, el narrador nos lo dirá. No le pidamos, además, que nos dibuje al insecto. «El insecto mismo no puede ser dibujado».

65 comentarios

  1. Toca usted una de mis debilidades. Por simple adhesión a lo ya conocido preferiría «La metamorfosis», que tiene un poder de identificación culturalmente asumido en castellano del que carece el tan anodino de «La transformación», por más que ya sé que es perfectamente asumible como traducción. En fin, usted se lo ha buscado, en un acto de inmodestia que deteriora aún más mi imagen entre los contertulios le voy a largar el escrito que saqué en mi blog al regresar de mi segundo -y creo que no último, porque la cerveza checa me encanta- viaje a Praga, hace ahora ocho meses.

    http://lacuevadelgigante.blogspot.com/2009/10/buscando-kafka-1.html

    «Volví a Praga porque amo a Kafka desde la adolescencia. Debe ser la atracción de los niños por los monstruos y lo prodigioso, pero me empezó atrapando con aquello de Gregorio Samsa «convertido en un monstruoso insecto», y ya no pudo abandonarme. Y, sin embargo, presiento ya en ese lejano entonces una misteriosa empatía con aquel viajante de comercio. Atenazado por la obligación de ir al colegio y estudiar, me sentía estupidamente culpable por no llegar a tiempo a clase y temer que toda suerte de males se abalanzaran sobre mí. Nada define mejor la conducta neurótica que, me temo, ha dejado de ser designio de unos cuantos infortunados para convertirse en destino de nuestra racionalizada comunidad: si lo que descubro al mirarme en el espejo es una enorme cucaracha, ¿qué pensarán mis padres, los maestros, los curas? «Cualquiera de nosotros puede llegar a sentirse como un insecto», dice Justo Serna en Héroes alfabéticos.

    El tiempo me hizo cambiar a Samsa por el Jose K de El proceso y, muy especialmente, por el Agrimensor K de El castillo, acaso la novela que más ha influido en mi vida, novela extrañamente inacabada como Arthur Gordon Pym, con la que acaso coincida en la imposibilidad de poner fin a la desesperación más que con la muerte física, que queda fuera del proceso de escritura. Ya no me hizo falta el insecto. K, en el insistente objetivo de entrar en contacto con el Castillo, se topará una y otra vez con todas las fibras de una red que no hay manera de destejer. Dijo Cioran que la única razón por la que soportaba la vida era porque sabía que podía acabar con ella en cualquier momento. En los relatos de Kafka la pesadilla proviene precisamente de la imposibilidad de sucumbir al deseo de abandonar.

    Creo que he empezado a saber quien fue Franz Kafka. Desde siempre me lo imaginé como un tipo apocado, enfermizo y tímido, incapaz de disfrutar de la vida y salir del círculo de amargura en que su condición hipersensible le había recluido. El dolor, no había otro concepto que pudiera asociar tan fácilmente al novelista.

    Ciertamente, en Kafka se dan las condiciones de una identidad compleja y fragmentada: checo, cuando serlo suponía formar parte del imperio austro-húngaro -que tantos rastros ha dejado en la ciudad-, judío pero de habla y querencia alemana. Vivió su niñez en Josefov, el barrio judío, pero fue justamente entonces cuando las autoridades de la ciudad decidieron demolerlo para «higienizar» la zona, que tras ser abandonada por las familias hebreas pudientes, se había convertido en un reducto de maleantes y mendigos. Salvadas ya tan solo las sinagogas y el increíble cementerio donde se apilan las lápidas de siglos de muertos, lo que ahora llamamos Judería de Praga es un producto del urbanismo del siglo XX. Kafka confesaba después tener el alma desgarrada cuando, en sus interminables paseos más allá de Stare Mestó, sentía estar caminando sobre un espacio habitado por el espesor fantasmagórico de un pasado que él sí podía entrever, pero que ya se ocultaba a los que no vivieron en el viejo ghetto.

    Y, sin embargo, es en todo caso el escritor, no el hombre, quien se reconoce en esa caracterización que creemos confirmar en los retratos y que ya se ha hecho tópica. Kafka no fue exactamente un hombre trágico. Bebía cerveza, acudía a los cafés para ver a sus amigos, daba largas a sus novias porque tenía pavor a las responsabilidades del matrimonio y soñaba con paraísos tropicales. Kafka era profundamente infeliz porque le molestaban los ruidosos vecinos, la obligación profesional de gestionar durante jornadas laborales infernales como burócrata el imperio austró-húngaro y porque era más bien torpe para encender el fuego y no morirse de frío en las lóbregas viviendas que alquilaba. En todo caso -era judío, no lo olvidemos-, vivía demasiado acomplejado por el sentimiento de culpabilidad que le había inoculado Hermann Kafka, un padre demasiado empeñado en recordar a sus hijos lo mucho que había sufrido toda la vida para que ellos se dedicaran a disfrutar de la vida.

    Chequia ha superado la miserable postergación a la que fue sometido el mayor de sus genios por el estalinismo. Desde la Primavera de Praga, ya ni siquiera se toleraba la presencia de sus escritos en las librerías. Triste destino el de tales joyas de la literatura. Max Brod, admirable personaje, hubo de librarlas de la quema a la muerte de su mejor amigo, acaso porque las amaba de la manera que era incapaz su autor. Después, con la llegada de los nazis, hubo de ponerlas de nuevo a cubierto… Acertadamente, me temo, pues los escritos de aquel judío habrían tenido la hoguera por destino de haber caído en manos de las tropas de Hitler. El comunismo real debió intuir en aquellos textos un anticipo de la crítica del modelo burocratizado con el que los sistemas totalitarios pretendieron racionalizar con corsé de hierro las vidas de los individuos. Muchos años después de los tanques, Praga homenajea con un nuevo Museo al mejor de sus hijos, al hombre que amó y odió a su ciudad como a una «madre de garras afiladas».

    El autor de El proceso recibe el mayor de los honores póstumos que puede recaer sobre un escritor: se ha convertido su nombre en categoría filosófica. Y así, llamamos kafkiana a cualquier situación donde nos sentimos extrañamente obligados a actuar pero, en última instancia, se nos escapa el sentido de dicha situación, lo cual nos pone ante el más angustioso de los desafíos: seguir por donde íbamos, aunque no supiéramos por qué íbamos por allí, o detenernos para expresar nuestra rebeldía, aunque no sepamos exactamente contra qué nos rebelamos. Franz Kafka no es grande por haber criticado la indefensión del individuo ante la maquinaria gigantesca de la burocracia, no sólo por ello. Es grande porque fue capaz de describir con una minuciosidad casi insoportable los mecanismos del poder y su efecto sobre los individuos. Más que el temor del viejo siervo de la gleba, lo que sujeta ahora al nuevo hombre es la extraña lógica de la disuasión y el consentimiento, ese enigmático «no saber» con que el agrimensor o José K se topan una y otra vez en sus intentos de llegar a la verdadera esencia de la justicia o el poder político. Kafka habla de la locura del mundo moderno en su propio lenguaje, y eso le acerca a Nietzsche y marca el camino a las vanguardias artísticas o a Beckett.

    Los relatos de Kafka tienen la osadía de cifrar el precio de la Muerte de Dios. Como judío, sabía perfectamente que el designio de Dios era ser continuamente convocado pero sin llegar jamás a comparecer, convirtiendo la espera en el designio supremo de la verdadera fe religiosa, la cual es, paradójicamente, la que nunca se da por satisfecha. El guardián ante la puerta -uno de sus más célebres relatos breves- nos dice que para llegar al corazón de la Ley hace falta pedir permisos a otro guardián, tras el cual sólo hallaremos otra puerta y otra, hombres más poderosos con noes mucho más concluyentes… y eso aún a sabiendas de que el primer e insignificante guardián ya empezó a cerrarte el paso de forma inapelable. El guardián desaparece finalmente cuando, con la muerte, acaba tu espera, pues no existía más que para significar tu propia -y esteril- espera. El sentido de la vida misma queda en suspenso mientras deambulamos.

    -«¿Qué quieres saber ahora?», pregunta el guardián, «eres insaciable».

    Pero la pregunta es tan irremediable, se asocia con tanta naturalidad a este simio raro que es el hombre, que ella, como la espera, se convierten en destino.

    No poder entender ya sin Kafka este mundo al que hemos sido arrojados… No encontrar palabras de agradecimiento para Brod.»

  2. ¿Se dan cuenta de la ganancia que es tener lectores como David P. Montesinos? ¿Se dan cuenta del provecho y placer que uno experimenta al disfrutar reflexiones que aúnan erudición y ternura?

  3. Dos. Esto mismo, las relaciones inconstantes y distantes, es el infierno del viajante: esos tratos superficiales que enfrían en ánimo hasta secarlo. ¿Dónde están los afectos? ¿Qué hay de los vínculos primarios o de la confianza permanente? Pobre Samsa.

    ¿Qué es lo que él deplora? Tener que desarrollar un trabajo que no le complace, urgido por un amo o por un encargado pero sobre todo por un sistema que le arrastra. Gregorio no parece tener alternativa, forzado por una deuda contraída por el padre. Es cierto que Samsa ha pasado de dependiente a viajante, orgullosamente cargado con su muestrario de paños. No es menor verdad que eso le ha facilitado su buen dinerito, con comisiones pingües muy beneficiosas para la familia: por un lado, ha ido cubriendo la deuda del progenitor, ya retirado; por otro, le ha permitido un pequeño capital.

    El trabajo penoso y eficaz, constante y semiesclavo, de Gregorio les iba a procurar un futuro, una provisión de porvenir. A su hermana, por ejemplo, ya la veía como estudiante próxima del Conservatorio… Ahora, todo esto no es más que una quimera.

    Samsa se adapta a su nuevo estado y sobrevive o malvive como insecto, trepando por las paredes, encerrado en esa habitación que su hermana asea con regularidad: con comida pasada o podrida que amorosamente trae o con los restos que diligentemente retira.

    La madre aún espera verlo, aunque ha sido advertida por su esposo, siempre difidente con el hijo. Y es entonces, en efecto, cuando aparece con toda su presencia la figura del padre, esa referencia ominosa que es constante en la literatura de Kafka. El padre, siempre poderoso, autoritario, resuelto, mundano y tendencialmente violento.

    Tres. Continuará…

  4. Kafka se doctoró en Derecho, y aunque estuvo empleado como pasante en tribunales, finalmente fue en una mutualidad de seguros donde trabajó humildemente hasta su muerte. Pero da igual, podría haber sido un abogado de prestigio, un escritor afamado o haber desempeñado un importante cargo político. Incluso me atrevería a decir que aunque hubiera sido un exitoso hombre de negocios, como su progenitor quería, nunca hubiera obtenido el reconocimiento de su padre. Un hombre despectivo, autoritario y violento al que Kafka nunca satisfizo.

    El rey no le nombró caballero. ¿Cómo no iba a estar derrumbado emocionalmente?

  5. Se me ha olvidado comentar en mi anterior intervención la fotografía tan significativa que don Justo nos muestra de Kafka y de su padre. El hombre firme, poderoso y aparentemente (y digo bien, aparentemente) seguro de sí mismo, en una imagen nítida y clara, fuerte. Junto a él, su hijo, como una sombra borrosa, insegura, temerosa…

  6. A propósito de lo que dice la sra. Zarzuela. En la ‘Carta al padre’, de Franz Kafka está el mayor reproche que pueda hacerse a alguien. Citaba ese texto en un artículo que algunos ya me conocen (‘Padres tóxicos’). Esa ‘Carta’ es uno de los textos decisivos de la moral contemporánea. Digo bien: de la moral contemporánea, no sólo de la literatura del Novecientos.

    ¿Sabe qué, aleskander62? Me ocurre lo mismo que a usted: en Losada tengo algunas obras que me son muy queridas. De ‘La náusea’, de Jean-Paul Sartre, tengo también varias ediciones: la más entrañable y modesta es la de Losada. Al escribir este post he recordado algo que en principio había olvidado. También tengo la edición de Losada de ‘La metamorfosis’: curioso olvido…

  7. La edición de Losada que aparece en la última imagen me despierta todo tipo de recuerdos. Admirable editorial, por cierto.

    De los estudios sobre Kafka, la gente que conozco me ha hablado mucho del de Calasso y el de Canetti. Este último dijo que Kafka era «el mayor experto en poder» que había conocido. Yo adquirí en una vieja librería del centro de Praga uno llamado «Franz Kafka y Praga», bastante reciente y que, sin ser tan imprescindible ni luminoso como creo que son los que he nombrado, a mí me interesó especialmente por el trabajo fotográfico sobre la Praga de los últimos tiempos del imperio austro-húngaro y por la manera de establecer la hilazón de las circunstancias biográficas del autor y sus demonios literarios con el entorno urbano muy concreto por el que deambuló toda su vida. Debo recomendarles a todos la visita al recientemente abierto museo que la ciudad ha dedicado al mejor de sus escritores, además de la curiosa estatua -pueden encontrarla fácilmente en internet- que se le ha dedicado junto a la sinagoga española.

    Una última cosa. Serna y otros contertulios se han habituado a no contestar a intervenciones insultantes o descalificatorias, lo cual creo que marca un sello de estilo de este blog. Sí me gustaría no obstante referirme a cierto comentario que se hace en relación a la supuesta cobardía de quienes se sirven de la ironía. La ironía, más que un recurso expresivo, me parece una manera de estar en el mundo, una forma de hacer funcionar el pensamiento y establecer una relación inteligente entre las conciencias. Es cierto que el irónico no dice lo que realmente quiere decir, pero creo que es simplista reducirlo a la categoría de cobarde. Soy un cobarde en la medida en que no me interpongo ante la asamblea para defender a Sócrates o cuando miento para esconder el propósito de la deslealtad o la traición. Pero el irónico no se esconde, más bien da a entender lo que piensa de una manera indirecta y preferentemente hábil. Odiseo se dirige irónicamente a los dioses porque sabe que son más fuertes que él. Woody Allen ironiza en su trato con la muerte porque sabe que no puede vencerla, con lo que de nada le vale insultarla o golpearla como quien intenta golpear al océano. Me atrevo a decir que resulta casi imposible encontrar una inteligencia exenta de ironía. Cuando algunos, como Heidegger, carecen de sentido del humor, éste termina convirtiéndose en el mayor de sus defectos.

    Podemos hacer un uso pérfido de la ironía, claro. Podemos servirnos de ella para subrayar nuestro complejo de superioridad sobre nuestros subordinados o sobre aquellos a los que juzgamos inferiores. El sarcasmo, cuyo propósito es irónico, procede siempre de la intención de herir, pero estos son sólo algunos de los usos posibles de la ironía. Las personas sobre las cuales ironizo son a menudo personas por las que siento afecto o, cuanto menos, respeto, pues lo que pretendo es ser escuchado y tomado en consideración por ellas. Si les dijera que mienten o que son estúpidos -supuesto acto de valentía- las estaría insultando, y las relaciones basadas en el agravio directo son poco inteligentes y conducen a la barbarie y el hastío. Por cierto, hay una persona a la que quiero especialmente y a la cual me dirijo con afectuosa ironía a menudo: yo mismo.

    Y ya que estamos, como ya saben que tengo cierta propensión a la pereza y que el trabajo me parece una maldición luciferina, sentimiento que me asalta angustiosamente en semanas como éstas donde no paro de corregir exámenes, se me ocurre algo sobre Kafka. Yo creo que su verdadero dolor no procedía tanto de su mala salud, sus desengaños amorosos o su supuesta vulnerabilidad emocional. Lo que verdaderamente le ponía de tan mala hostia y le hacía compararse con un insecto era la obligación de trabajar -a veces dieciséis horas diarias- delante de una mesa de una oficina en Praga desde la que les tocaba tramar toda la monstruosa burocracia que generaba la administración del imperio austro-húngaro. Si a mí me tocara algo así, creo que necesitaria varios Max Brod para salvar del fuego a mi obra y sobre todo a mí mismo, pues terminaría por lanzarme a él de cabeza.

    Y ahora, antes de volver a sentirme como una cucaracha toda la tarde, una de Cioran citada de memoria: «La pereza se ha convertido en mí en un estado metafísico. Para hacerme soportable la necesidad de bajar a por el pan necesito leer antes para animarme la biografía de Alejandro Magno»

  8. Completamente de acuerdo, sr. Montesinos, a propósito de la ironía. La ironía es una forma de estar en el mundo. Es lo que prefiero. Quien quiera dar voces, que las dé. Y quien quiera murmurar, que se pague su megáfono.

    En cuanto a Kafka, pues qué quiere que le diga: que también tiene toda la razón. Gente como él o como Fernando Pessoa llevaron muy mal su trabajo de oficinistas, por otra parte una tarea muy digna y muy noble. Pero, claro, la genialidad de Kafka o Pessoa rebasaba el trabajo corriente, todo trabajo corriente.

    Luego está el rencor… Hay oficinistas con negociado que se creen soberanos de un reino, gentes que alimentan un dolor sin cura.

  9. “¿Era éste todavía el padre? ¿El mismo hombre que yacía sepultado en la cama, cuando, en otros tiempos, Gregor salía en viaje de negocios? ¿El mismo hombre que, la tarde que volvía, le recibía en bata sentado en su sillón, y que no estaba en condiciones de levantarse, sino que, como señal de alegría, sólo levantaba los brazos hacia él?…”. Ciertamente, Gregor ha cambiado su figura, su forma, es un monstruoso insecto con caparazón, varias hileras de patas, y antenas; pero sigue siendo el mismo ser que ama y comprende a su familia, que siente una terrible vergüenza y culpabilidad por todo lo que acarrea su nuevo estado, que él no ha elegido ni decidido, y que ante el mismo se resigna y muestra una atroz sumisión. Ama a su padre, aunque éste sea despótico y agresivo con él; ama a su hermana Grete, a pesar del asco que ésta experimenta y sus deseos de desprenderse de él. La verdadera transformación, la atroz metamorfosis no se da en Gregor, sino en su propia familia, que sólo se sentirá liberada con la desaparición de lo execrable: su hijo, su hermano. El viaje final en tranvía al campo, después de la muerte de Gregor, abre para ellos una nueva esperanza, una nueva vida llena de prometedores augurios:
    “Recostados cómodamente en sus asientos, hablaron de las perspectivas para el futuro y llegaron a la conclusión de que, vistas las cosas más de cerca, no eran malas en absoluto, porque los tres trabajos, a este respecto todavía no se habían preguntado unos a otros, eran sumamente buenos y, especialmente, muy prometedores para el futuro.”.

    Líbrenos el hado de cualquier ”sueño intranquilo”.

    Buenas, señor Serna y demás contertulios. A trompicones –no me libro ni en sueños de esa pesadilla de las caídas- aparezco, como la calderoniana Rosaura, con el “hipógrifo violento”, ante esta torre fragmentada que guarda tantos Segismundos.
    Un entrañable saludo a todos.

  10. Hombre, sr. Millón, qué alegría leerle. Efectivamente, creo que podemos compartir eso que dice: «La verdadera transformación, la atroz metamorfosis no se da en Gregor, sino en su propia familia». ¿Cómo es posible –se pregunta uno– que esa familia experimente tanto alivio al quitarse de encima al pobre Samsa? El sacrificio de Gregorio (o Gregor) «redime» a sus padres y hermana, tan egoístas. O como escribía servidor en el punto tercero: si hay futuro, no es para Gregorio. La mutación de Samsa ha forzado al padre, a la madre y a la hermana a buscarse sus respectivas ocupaciones. Los que antes estaban enfermos o indolentes ahora se esfuerzan y madrugan.

    Bievenido, sr. Millón. Tenemos que vernos.

  11. Para David P. Montesinos (y a quién le interese).

    “De 8 a 2 o 2,20 oficina, de 3 a 3,30 almuerzo, a partir de esa hora y hasta las 7,30 siesta en la cama (mayormente sólo tentativas de siesta, a lo largo de una semana no he visto en ese sueño más que montenegrinos, con una tan extremadamente repulsiva precisión y claridad en cada detalle de su complicado atuendo, que me producía dolores de cabeza), después diez minutos de gimnasia, desnudo y con la ventana abierta, luego me doy un paseo de una hora, solo o con Max o con otro amigo, luego la cena en la familia… después, hacia las diez y media (a menudo llegan a hacerse incluso las 11,30) sesión de trabajo que dura según las fuerzas, las ganas o la suerte que tenga, hasta la 1, las 2, las 3, una vez me dieron las 6 de la madrugada.”

    Así describía Kafka en una carta a su novia, Felice Bauer (a quien dedicó ‘La condena’), una jornada de trabajo en el año en que, precisamente, escribió ‘La metamorfosis’.

    Por cierto, don David, siento no coincidir con usted en esta ocasión: no llevé nada bien que no me sirvieran la cerveza muy fría y sin gas. Aún así, debo decirle que no bebía otra cosa ;-).

    Sr. Millón, cuánto tiempo sin verle por aquí. Saludos.

  12. «19 de junio de 1916. Olvidar todo. Abrir ventanas. Vaciar el cuarto. El viento entra en él. Uno ve sólo vacío, busca en todo los rincones y no se encuentra a sí mismo.»

    Franz Kafka, Diarios.

  13. Doña Isabel, me resulta doloroso contrariarle, pero mi primera cerveza fue fría y perfectamente gaseosa… las demás es posible que no lo fueran, pero ya no lo recuerdo. El pasaje que cita aparece, si no recuerdo mal, en el museo Kafka del barrio de Mala Strana.

    Bien hallado, señor Millón.

  14. A mi me gusta más ‘la metamorfosis’ como título que ‘la transformación’.

    Por lo demás, esperaré a que acabe la reseña para opinar, pero si diré que, hasta aquí, me ha resultado interesante esta oportunidad para reencontrarme con la obra de Kafka.

    Saludos.

  15. Ni fui insultante, ni descalificador. Sólo me limité a manifestar lo que se esconde muchas veces detrás de un uso desmesurado de la ironía y que usted Sr. Montesinos ha expresado muy bien en sus dos primeras líneas. Debo darle las gracias Sr. Montesinos, por su explicación del uso retórico de la ironía, ha sido usted muy aleccionador. Sin embargo, en este blog cuando no se comulga con el titular del mismo, le tachan de insultador, descalificador, murmurador, he incluso se le expulsa o se le insulta irónicamente (claro), para que no contradiga la línea de pensamiento del foro. A los que aplauden continuamente hasta llegar a la zalamería, a la lisonjería más vergonzosa, provocando una angustia incontenible, son consentidos y tratados con la misma adulación por el titular del blog. Está claro, que en este foro, no se admite la crítica, ni la directa, ni la irónica. Esto es un ejercicio de engreimiento continuó por pseudointelectuales alejados de toda realidad social y política.

  16. Cuatro. El prólogo de Antonio Rivera Taravillo para la edición de Paréntesis se titula Todos nos llamamos Samsa (2010). Por su parte, la introducción que firmaba José María González García para Biblioteca Nueva tenía un rótulo prácticamente idéntico: Todos somos Gregor Samsa (2000).

    Podríamos encontrar coincidencias semejantes en otras editoriales. ¿Qué significa eso? Para Vladímir Nabokov o Pietro Citati, para María Zambrano o Jorge Luis Borges, Samsa es un atormentado personaje, concreto y genérico a un tiempo, que encarna la condición humana: su fragilidad y su miseria, su empeño fracasado, la condena bíblica del trabajo. Lo común es interpretar a Gregorio como el individuo corriente de un siglo desastroso y violento, como el tipo que nada puede hacer frente a la fatalidad. Nada, salvo dejarse aplastar.

    Samsa intenta levantarse; intenta comprender su nueva y acabada condición; intenta hacerse entender por aquellos que todo le deben. Él parece que está en el mundo sólo para saldar una deuda, sólo para cubrir un descubierto de su padre. Por eso, vive así, como un individuo joven que ha de cargar con los débitos de las generaciones precedentes, mientras los restantes se inhiben: quienes lo rodean no trabajan, no asumen sus respectivas cargas hasta que la fatalidad convierte a Gregorio en un bicho irremediable. Digo un bicho irremediable porque ya no hay vuelta atrás, ya no hay escapatoria.

    El cuerpo es su cárcel, ese repugnante organismo abombado, de duro caparazón, de cortas patitas. ¿Cómo mirarse al espejo y cómo ser mirado por los otros? La suerte de Samsa es la maldición del monstruo: del monstruo de Frankenstein, por ejemplo. También Gregorio carece de comunidad humana, de relaciones que puedan desarrollarse con normalidad. Su simple visión provoca repugnancia y, por tanto, todos le huyen, le evitan o incluso le agreden.

    El monstruo imaginado por Mary Shelley hablaba y se hacía entender: sólo la insensibilidad y la irresponsabilidad de Victor Frankenstein y sólo el repudio espantado de los otros le impedían tener una vida retirada pero aceptable. El monstruo de Kafka emite sonidos que él juzga lenguaje humano, lenguaje articulado. Su familia, sin embargo, únicamente escucha gruñidos carentes de sentido. Su suerte es peor: ni siquiera está hecho de restos humanos.

    Samsa quiere despertar en los otros la empatía, los vínculos primarios, los afectos más inmediatos. Cuando desempeñaba su profesión se lamentaba de las relaciones inconstantes. Como contrapartida tenía al menos los lazos familiares: padre, madre y hermana… egoístas, sí, pero seres a los que identificaba como miembros de una misma comunidad moral.

    Ahora ni eso le queda. La soledad más extrema es la suya. ¿Qué más se puede decir de una época tan desastrosa? Cuando Kafka concibe esta historia, triunfa el pesimismo, se extiende el desasosiego, todo se hunde.

    Continuará…

  17. Bueno, pues yo prefiero “La transformación” a “La metamorfosis”. Simplemente me parece un título más acertado, aunque reconozco que “La metamorfosis” ha calado. En cualquier caso, comparto el interés por Kafka, en especial por “La Condena” y por “América”. Cuando fui a Praga me llevé algún libro suyo, intentando imaginar a Kafka en aquella ciudad, paseando por mismos lugares por los que yo caminaba. No lo logré. Demasiada gente, demasiada agitación para lo que yo buscaba. Imagino que poco tendrá que ver aquella Praha de Kafka con la que me encontré yo, salvo los edificios y el río… bueno, y la cerveza, que era extraordinaria.

    Decía Milan Kundera que la lucha del individuo contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido. Si consideramos cierta esta afirmación, no podemos sino considerar a Kafka, como lo considera don David, un maestro en este asunto. Por otro lado, y más allá del análisis de la relación con el padre (¿es el padre en Kafka algo parecido a la personificación de la empresa?), el escrito del señor Serna me parece magnífico, pues no sólo provoca interesantes reflexiones, sino que proporciona numerosas pistas para profundizar en el análisis. Es una honesta y apasionada invitación la lectura, o al menos eso es lo que me parece a mí.

  18. Concedamos que el señor Serna es un tipo taimado, a medio camino entre Lex Luthor y Moriarty, pero sus escritos suelen ser buenos, y además el año pasado me invitó a fartons.

  19. ¡Y peligrosos! Por culpa de sus reseñas me estoy gastando más dinero del que debiera en libros.

    Ah, Mala Strana… qué recuerdos.

  20. Creo, sr. Serna, que la coincidencia de los títulos de las introducciones adolecen del juego del pastiche, de la impregnación del libro de Nuria Amat, Todos somos Kafka, al que, por cierto, aludía hace bien poco Juan Goytisolo en un jocoso artículo publicado en El País, «Je est un autre».
    Con respecto a la quaestatio disputae de la traducción del título del relato de Kafka, yo hace ya tiempo me decidí por el de La transformación, guiado y seducido por la traducción que hizo del texto al catalán Jordi Llovet y que utilicé para un seminario que allá por el año 82 ó 83 dio Fernando Soler en la Facultad de Filosofía, producto de su memoria de licenciatura, dirigida por Román de la Calle. Es más fiel al título alemán y evita paralelismos espurios con las metamorfosis clásicas de Antonio Liberal, Ovidio, etc.
    Cada vez que leo este pequeño texto me quedo roto. Si bien encontramos líneas de comicidad grotesca en la descripción del insecto o en la actitud o en las acciones de algunos personajes como la del apoderado-gerente de la empresa donde trabaja Gregor (que a mí me recuerda su huida lenta a una escena de cine antiguo mudo, con esa gestualización exagerada, esa ralentización de los movimientos), o bien esos hilarantes tres huéspedes o la vieja asistenta.
    A pesar de eso, digo, me deja desolado la feroz visión de la familia, la degradación a la que se somete a un ser, cómo quedan reflejadas esas dos instituciones sociales (la familia y el trabajo) bajo el prisma de la dialéctica del sometimiento y la servidumbre: el despotismo, la alienación.
    Cumple, en esto, Kafka su idea de los buenos libros:
    «Pienso que sólo deberíamos leer libros de los que muerden y pinchan. Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en la cara, ¿para qué leerlo? ¿Para que nos haga felices, como dices en tu carta? Por Dios, podríamos ser igual de felices sin libros, y si nos hicieran falta libros para ser felices, podríamos escribirlos nosotros mismos, llegado el caso. No, lo que necesitamos son libros que caigan sobre nosotros como un golpe dolorosísimo, como la muerte de alguien a quien amábamos más que a nosotros mismos, como si nos viéramos desterrados a los bosques, lejos de todo ser humano, como un suicidio; un libro tiene que ser un hacha que abra agujeros en el mar helado de nuestro interior.» (Carta a Oskar Pollak)

  21. Juan Antonio, bienvenido de nuevo. Es un placer leerle.Veo que esta vez coincidimos con respecto al título de la obra de Kafka.

  22. Gracias Alejandro, y también a los demás contertulios, por sus saludos. El placer del comentar compartido era algo que echaba de menos. Mi recuerdo para su retoño.

  23. Digan lo que digan los detractores de este blog, yo siempre lo leo con la delectación que produce un bálsamo sobre la piel cansada; sobre todo, por esa bien medida ración de ironía que -casi todos- aquí se gastan.

    Una, que está siempre en metamorfosis (o transformación, señores Millón y Lillo) de vez en vez siente la necesidad de mirarse en este espejo, que es e único en el que no se ve como bicho raro, sino como persona, en armonía con las demás personas que vienen aquí a intercambiar impresiones, a expresar pareceres y gustos, con gentes con las que, si no siempre estamos de acuerdo, las más de las veces solemos coincidir, por lo menos, en que la opinión de los demás es digna de respeto. Por ello, ignoramos a los que no nos respetan.

    Y asumiendo que alguno me llamará «pelota», no puedo dejar de saludar a quienes se prodigan poco (¡hola, señor Millón) y a quienes intervienen algo más, pero poco (¿tanto la absorbe la maternidad, señora Zarzuela?) así como a los habituales (Montesinos, Lillo, doña Ana, etc.), a los que nos leen siempre, pero nos lo hacen saber de tarde en tarde (Arnau, Miguel, tan afectuosos y tan inteligentes) e incluso a los desaparecidos, como Pumby, que estoy segura de que nos lee, pero no quiero entrar en la cuestión de porqué calla.

    ¡Salud para todos!

    P.S.: ¿He leído algo sobre «fartons» o me lo ha parecido? ¡Señores, que ya estamos en temporada!

  24. ¡Ah, se me olvidaba!: también ¡salud! para nuestro anfitrión, cuya fina ironía admiro, pese a quien pese.

  25. Mis odiados amigos -dicho sea para que no nos sigan acusando de llevarnos bien-, si no les apetece otra vuelta de tuerca a la quaestatio disputae -ya le vale a Millón el latinajo- yo se la ofrezco en bandeja de plata con el único ánimo de fastidiar el reciente consenso entre los contertulios. Werwandlung, título original, debe traducirse como «transformación», muy bien, son ustedes muy listos. Pero -como diría el Doctor House- vayamos más allá del protocolo médico. Es verdad que si Kafka hubiera querido escribir La metamorfosis se hubiera servido de ese mismo nombre en alemán -metamorphose, creo que se escribe-, pero no lo hizo. Mi sugerencia es que se equivocó, que no lo pensó bien, y que, en cualquier caso, la traducción que se ha popularizado es un feliz hallazgo equivocado por parte de algún remoto traductor fundacional al castellano. Mi interpretación -presten atención, que ahora viene una cosa muy chula con la que voy a deslumbrarles- es que transformación es un genérico para cualquier tipo de cambio profundo que se experimenta, mientras que la metamorfosis -pese a que etimológicamente viene a ser lo mismo que su derivado latino- tiene una tradición de uso más asociada a los cambios biológicos, tal como la crisálida, el gusano de seda y todas esas cosas.

    Bien pensado, a medida que lo escribo me doy cuenta de que es una estupidez y que lo que pasa es que me gusta La metamorfosis. Sí, sí, no se ría, Lillo, que le veo.

    Hablando de todo un poco, conocí a Fernando Soler, citado por Millón, en la Facultad de Filosofía. Hay gente muy valiosa surgida de la factoría de Román de la Calle, personaje de actualidad en los últimos meses por el asunto de las fotos del Muvim, como todos ustedes saben.

  26. Les agradezco sus amistosos comentarios.

    Si me permiten, yo coincido con David P. Montesinos en eso del título. Miren, aunque no responda al original alemán, lo de ‘La metamorfosis’ le da efectivamente un sentido de mutación muy pertinente para entender lo que le ocurre a Samsa. Pero la ventaja de tener dos títulos es que con cada relectura podemos hacernos la ilusión de leer una obra nueva. Los libros son textos, pero son también textura: materialidad. O sea, que mi última lectura del relato de Kafka ha sido ‘La transformación’, en Paréntesis. La anterior fue ‘La metamorfosis’, en Alianza… Iré alternando, como hasta ahora.

    El sr. Millón subraya con razón el espanto que produce la actitud de la familia ante el personaje, el egoísmo con el que quieren desembarazarse del pobre individuo-insecto. Hay, además, ese elemento grotesco. Se ha destacado frecuentemente ese ingrediente en Kafka. Lo kafkiano tiene ese elemento perturbadoramente cómico.

    Seguiremos pensando. Ah, y he de acabar con el colofón de este post. Mañana, que ya es hoy.

  27. Biutiful blog? Dién iscomi.. Disis dién mai fren, disis dién, mai onlifren, dién.

  28. Colofón.

    En una carta de Franz Kafka a la editorial Kurt Wolff, de Praga, fechada el 25 de octubre de 1915, leemos: “Me escribieron ustedes últimamente diciendo que Ottomar Starke realizará la ilustración para la cubierta de La metamorfosis. (…). Resulta que se me ha ocurrido, dado que Starke será realmente el ilustrador, que quizás esté en su deseo querer dibujar el mismísimo insecto. ¡Esto no, por favor! No quisiera reducir su poder de influencia, sino sólo exponer un deseo, debido a mi evidente mejor conocimiento de la historia. El insecto mismo no puede ser dibujado. Ni tan sólo puede ser mostrado desde lejos. En caso de que no exista tal intención, mi petición resulta ridícula; mejor. Les estaría muy agradecido por la mediación y el apoyo de mi ruego. Si yo mismo pudiera proponer algún tema para la ilustración, escogería temas como: los padres y el apoderado ante la puerta cerrada; o mejor todavía: los padres y la hermana en la habitación fuertemente iluminada, mientras la puerta hacia el sombrío cuarto contiguo se encuentra abierta”.

    Continuará…

  29. Andaba yo dándole vueltas a la actualidad, intentando pergeñar una breve columna que resumiera la intensa actividad procesal leída en los últimos días…Buscaba una idea para empezar.

    Dicen que el principio y el final es lo más importante en una columna periodística. Dicen los entendidos que es lo que más impacta en el lector. El inicio es fundamental para enganchar, para excitar la curiosidad del que se asoma a esa ventana y motivarle para seguir leyendo. No siempre se consigue. El final es importante para redondear la verticalidad de la columna, y para dejar buen sabor de boca, o al menos para dar la sensación de discurso acabado. Tampoco se consigue siempre.

    Mientras le daba vueltas al proceso -¿kafkiano?- contra el juez Garzón, abandoné un momento el ordenador y fui a la cocina a hacerme un té. Al rato volví al teclado. Antes de seguir con el artículo, visité este blog. Mi sorpresa fue total cuando vi que el tema del último post era Kafka.

    Magnífico post y muy oportuno, aunque ni administrador, ni contertulios hayan cruzado hasta ahora Kafka con la actualidad. No hay necesidad de hacerlo. No es un blog periodístico, aunque, con frecuencia, lo que ocurre a su alrededor se cuela por él. Nadie es totalmente ajeno al mundo en el que vive.

    Mi visión está sesgada hacía el periodismo en detrimento de la literatura. Lo reconozco, ¡qué le voy a hacer! Podría hablar de Kafka o del teatro del absurdo, me da casi lo mismo, siempre primo la actualidad sobre cualquier otra consideración.

    La imagen de un juez –tal vez metáfora de un país- perdido en un laberinto procesal me resulta interesante para el análisis y la reflexión. Y es que en lo mío hay mucho de deformación profesional, lo siento. Poco después, tras dejar a Garzón, pensé en Camps y en sus excesos verbales. ¿Una cucaracha? Todo eso se coló en mi artículo que se puede leer en la Turia o en mi blog http://impresionesurbanitas.blogspot.com/

    Pido disculpas por la nada modesta forma de publicitarme, y aprovecho para felicitar tanto al administrador como a los contertulios que hacen posible esta magnífica ventana a la llamada blogosfera.

  30. Urbano, cuando empecé a escribir el post y conforme lo detallaba pensé, por supuesto, en la realidad que podríamos calificar de kafkiana. Por ejemplo, la realidad entre patética y grotesca del actual prfesident de la Generalitat. Pensaba que la cursilería a la que se abandona y el desvarío verbal de que hace gala son rasgos de última hora. Luego, inmediatamente, me corregí. La verbosidad interminable y su torpe lirismo son antiguos:

    http://www.elpais.com/articulo/elpepiautval/20050528elpval_10/Tes/Inacabable%20Camps

    No sé. Lo kafkiano lo vemos reflejado en tantas aspectos grotescos de la actualidad: no hace falta ser un insecto para arrastrarse patéticamente…

  31. Es un gusto entrar aunque sea sólo a leerles.

    Sr. Millón me alegra su vuelta, me preguntaba que habría sido de usted. También saludos a las chicas que se prodigan poco.

    Da la impresión de mucha animación blogguera o a así lo percibo, y confirma de alguna manera el inicio de este post. Parece,por lo que el administrador del blog comentaba al inicio de éste y en el post anterior, que se ha producido sino una transformación al menos sí una renovación. ¿O será que esto también es la primavera, que no sólo trae astenia?

    Una enjundiosa reflexión de las transformaciones humanas. Les ha faltado una “staropramen” bien fría y con gas, por supuesto. Les felicito

  32. Ya han salido los finalistas de los Premios de la Crítica 2009, entre los que se encuentran Carlos Marzal y Pedro de la Peña en poesía. También Manuel Emilio Castillo con su libro de poemas Revelación.
    En novela está Susana Fortes con Esperando a Robert Capa.

  33. LOS XX DE PREMIOS DE LA CRÍTICA LITERARIA VALENCIANA

    Los XX Premios de la Crítica Literaria Valenciana se fallarán este año el día 22 de mayo en la localidad de BENETÚSSER.

    Los premios se otorgan en tres modalidades de Poesía, Narrativa y Ensayo y No Ficción, y se conceden a las mejores obras, a juicio de la crítica literaria valenciana, publicadas durante el año recién finalizado.
    El procedimiento utilizado para la selección es el siguiente: sobre las obras de autor valenciano publicadas en el año 2009, los socios de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios – CLAVE, realizaron su votación la cual dio como resultado a los siguientes

    FINALISTAS:

    NARRATIVA

    1) Alberto Gimeno: HOTEL DORADO. Editorial Saymar.

    2) Luis del Romero: MANJAR BLANCO. Kutxa.

    3) Soledad Beltrán: LA DAMA DE SEDA. 05 Ediciones.

    4) Susana Fortes: ESPERANDO A ROBERT CAPA. Planeta.

    5) Guillermo Galván: ANTES DE DECIRTE ADIÓS. Suma.

    6) Isabel Barceló: DIDO REINA DE CARTAGO. ES Ediciones.

    POESÍA

    1) Pedro J. de la Peña: LA ZARZA DE MOISÉS. Huerga y Fierro.

    2) Rosa María Vilarroig: BRISA AHORA, TIERNA BRIZNA ANTAÑO. 05 Ediciones.

    3) Ricardo Bellveser: LAS CENIZAS DEL NIDO. Visor.

    4) Jaime Siles: DESNUDOS Y ACUARELAS. Visor.

    5) Carlos Marzal: ÁNIMA MÍA. Tusquets.

    6) Manuel Emilio Castillo: REVELACIÓN. Editorial Obra Propia.

    ENSAYO

    1) Pedro J. de la Peña: JOSE HIERRO. VIDA, OBRA Y ACTITUDES. Universidad Popular José Hierro.

    2) Francisco Mezquita: UNA NACIÓN DÉBIL. 05 Ediciones.

    3) Emilio José Sales: BAJO EL ENCANTO DE LO NOVELESCO: BLASCO IBÁÑEZ, OCHENTA AÑOS DESPUÉS. Biblioteca Valenciana

    4) Vicente Verdú: EL CAPITALISMO FUNERAL. Anagrama.

    5) Pedro García Cueto: LA OBRA EN PROSA DE GIL ALBERT. Institució Alfons el Magnànim.

    6) Pascual Serrano: DESINFORMACIÓN. Editorial Península.

    Los jurados están formados por críticos literarios, profesores de las universidades valencianas, escritores, y colaboradores en distintos medios de comunicación y suplementos literarios, todos ellos nacidos o residentes en la Comunidad Valenciana.

    Para garantizar la imparcialidad de los jurados, no se harán públicos sus nombres hasta el día en que se presenten los premios en rueda de prensa abierta.

    Con estos premios, CLAVE desea también rendir homenaje a esta localidad por su constante actividad literaria durante más de tres décadas.

    José Vicente Peiró (Presidente)
    Elena Torres (Secretaria)

    http://www.escritoresvalencianos.com/noticias.php

  34. Me resulta muy curioso el título del post. «Cosas que hacer con Kafka». Recuerda esos epígrafes tipo: cosas que hacer en Madrid o cosas que hacer los días de lluvia. ¿Qué haría yo con Kafka? ¿Llevármelo a los juzgados? Sus apreciaciones, Urbano, son muy pertinentes. ¿Pero qué haría el señor Montesinos con nuestro insigne escritor? ¿Adónde se lo llevaría? Sería capaz de secuestrarlo y tenerlo encerrado en el sótano de su casa con la cabeza cubierta con una bolsa de basura negra. Allí bajaría cada noche y obligaría al hombrecito a dictarle pequeñas historias que Monte copiaría con fruición, memorizaría y acabaría quemando, celoso de su privilegiado conocimiento. Desde luego, el genio que demuestra con sus intervenciones debe sacarlo de algún lado…

  35. Muy bien traído, Alejandro. Puedo imaginarme perfectamente al amigo Montesinos en el papel de malvado secuestrador de Kafka. Muy kafkiano, sí señor. Por cierto ¿qué haría usted con Kafka? ¿Tal vez retarlo a un duelo a espada? ¿O tal vez invitarlo a surcar los mares en un buque pirata, buscando tesoros literarios por todo lo largo y ancho de este mundo?

    Yo, lo que probablemente haría, sería pedirle consejo sobre cómo actuar ante el espejo, cuando descubra mis propias y agitadas patitas reflejadas en él. ¿En quién podría, mejor que en nuestro admirado Kafka, buscar apoyo para mis angustias metafísicas?

  36. Pues miren, sí, lo tengo secuestrado. Es la efigie de una camiseta que porto orgulloso. Yo, que llevé a Iron Maiden en el instituto, ahora me paseó con el hombrecillo. Pero no sería tan malvado como para ponerle una bolsa en la cabeza. Yo me lo imagino más bien entrevistado por Jesús Quintero. En cuanto a las angustias metafísicas, no sé qué contestaría Kafka, pero hay una escena en «Recuerdos de una estrella», donde Woody Allen trata de solucionar dichas angustias preguntándole a un alienígena que acaba de bajar de un platillo volante. «La vida no tiene sentido, amigo, no siga preguntándoselo». «Pero entonces», dice Allen, «¿qué sentido tiene estar aquí?,¿qué hacemos con nuestras vidas?»

    -«Como te he dicho, la vida no tiene ningún sentido, pero puedes hacer algo: cuenta mejores chistes»

  37. Una curiosidad, ¿alguno de ustedes conoce el «Kafka» que llevó Robert Crumb al cómic?

  38. You Talkin’ me?

    Ya que hablamos de metamorfosis y camisetas (tema que ha introducido David P. Montesinos, Monte) diré algo que es grotesco: no sé por qué ‘Taxi Driver’ me sigue produciendo una gran fascinación. Tiene su tosquedad setentera. Y tiene su mutación: Travis Bickle, el personaje que interpreta Rober De Niro, experimenta un transformación que lo lleva de veterano de Vietnam a llanero solitario, a pistolero enloquecido.

    Un psicoanálisis salvaje revelaría que me atrae y me repele la violencia de la que es capaz Travis. Pero creo que eso es un diagnóstico facilón. Lo que impresiona es cómo se moldea a sí mismo: es un demente, cierto, pero es capaz de gobernarse con obstinación, con una meta fija y única. Yo no podría hacer una cosa así: me refiero a ese autocontrol y a ese obsesivo autogobierno. Soy inconstante.

    En algún artículo dedicado a los taxis (sí, también he escrito de eso) rendí un homenaje ambivalente a Travis Bickle. En fin. En una visita que hice al Centro Georges Pompidou, en su librería, compré varios libros: uno de ellos era una pequeña joya dedicada a Travis. ¿Qué hacía yo en París comprando un volumen dedicado a una película americana de 1976? Y mi hijo mayor, en uno de sus viajes al extranjero, me trajo un souvenir con el mismo motivo: una camiseta con la efigie de Bickle. De cuando en cuando me la pongo: eso sí, siempre bajo la camisa, bien oculta.

    ¿Tiene esto algo que ver con Franz Kafka? Pues sí, yo creo que sí.

    ——–
    Por cierto, Marisa, usted nos proponía la horchata que precede al verano. Que vayamos pensando en organizar una ‘quedada’ para refrescarnos. No es mala idea. Vamos a ir pensando en fechas.

  39. Hi silly boooooy. You’re a fucked guuuuuuy. This blog’s a stupid shiiiiiiiit. Bye litle maaaaan.

  40. Colofón. En una carta de Franz Kafka a la editorial Kurt Wolff, de Praga, fechada el 25 de octubre de 1915, leemos:

    “Me escribieron ustedes últimamente diciendo que Ottomar Starke realizará la ilustración para la cubierta de La metamorfosis. (…). Resulta que se me ha ocurrido, dado que Starke será realmente el ilustrador, que quizás esté en su deseo querer dibujar el mismísimo insecto. ¡Esto no, por favor! No quisiera reducir su poder de influencia, sino sólo exponer un deseo, debido a mi evidente mejor conocimiento de la historia. El insecto mismo no puede ser dibujado. Ni tan sólo puede ser mostrado desde lejos. En caso de que no exista tal intención, mi petición resulta ridícula; mejor. Les estaría muy agradecido por la mediación y el apoyo de mi ruego. Si yo mismo pudiera proponer algún tema para la ilustración, escogería temas como: los padres y el apoderado ante la puerta cerrada; o mejor todavía: los padres y la hermana en la habitación fuertemente iluminada, mientras la puerta hacia el sombrío cuarto contiguo se encuentra abierta”.

    Ambas imágenes propuestas por Kafka son verdaderamente reveladoras. Por un lado contamos con la puerta cerrada de la pieza en que se aloja el bicho. Por otro tenemos el cuarto oscuro del insecto. La puerta es frontera clausurada, barrera o cierre, un límite físico que separa al bicho de la familia a la que pertenece. Es algo literal. Si no podemos traspasar el quicio, el umbral nos está vedado; si al otro lado hay monstruos, es preferible mantener cerrada esa puerta de lo amenazante y de lo inconsciente. Y la oscuridad, según la imagen propuesta por Kafka, es el negativo de la luz, de la normalidad. Es lo patológico: lo contrario de lo que esos individuos corrientes son. O quizá no; quizá el cierre y la oscuridad contienen o revelan el fondo animal de los humanos, egoístas y laboriosos a un tiempo.

    Pero vamos a parar, que nos desbocamos. Nos preguntábamos qué hacer, qué cosas podemos hacer con Kafka. La respuesta es sencilla: hay que leer o releer, evitando al mismo tiempo la sobreinterpretación, en la que fácilmente caemos o recaemos. También aquí. Hay que obviar la metáfora desbocada de lo real, de la que Susan Sontag, fue abiertamente contraria.

    Como dijo esta autora en uno de sus ensayos más polémicos y paradójicos, Contra la interpretación (1964), cavilamos sobre lo latente sin atender siempre a lo manifiesto, que es lo importante. Con frecuencia nos dejamos llevar por el símbolo olvidando lo concreto. En nuestra época, los propios autores se protegen contra esto.

    Sontag citaba expresamente el caso de Thomas Mann, que solía incluir en las novelas la interpretación que él quería para sus obras. Era un gesto irónico.Y entre las víctimas de la sobreinterpretación, de la hermenáutica del texto frente a la erótica del arte, Sontag aludía concretamente a Kafka:

    “La obra de Kafka, por ejemplo, ha estado sujeta a secuestros en serie por no menos de tres ejércitos de intérpretes. Quienes leen a Kafka como alegoría social ven en él ejemplos clínicos de las frustraciones y la insensatez de la burocracia moderna, y su expresión definitiva en el estado totalitario. Quienes leen a Kafka como alegoría psicoanalítica ven en él desesperadas revelaciones del temor de Kafka a su padre, sus angustias de castración, su sensación de su propia impotencia, su dependencia a los sueños. Quienes leen a Kafka como alegoría religiosa…”

    Etcétera, etcétera. ¿Podemos evitar la metáfora desbocada? “La efusión de las interpretaciones del arte envenena hoy nuestras sensibilidades, tanto como los gases de los automóviles y de la industria pesada enrarecen la atmósfera urbana”, se lamentaba Susan Sontag en 1964, empleando metáforas muy circunstanciales, muy características de esa época. Entiendo su reacción antialegórica, pero no hay una atmósfera cultural incontaminada a la que aún podamos acceder. ¿Podemos leer a Kafka sin saber qué se ha hecho con él? No sé.

    Hay un modo de disfrutar La metamorfosis o La transformación, que es el de compartir con Samsa su miedo real. Dejémosnos llevar: abramos la puerta e ingresemos en la oscuridad del cuarto. No sabemos qué es lo que hay. Lo que haya, el narrador nos lo dirá. No le pidamos, además, que nos dibuje al insecto. “El insecto mismo no puede ser dibujado”.

  41. Hablando de mutaciones y Montemorfosis, después de leerles en sus últimas intervenciones, me ha venido automáticamente a la cabeza una película que me impactó muchísimo cuando la vi en el cine hará ya 5 o 6 años, y que ahora no puedo evitar relacionar con Kafka y con Samsa. ¿Cómo no me di cuenta entonces?

    No sé si la recordarán, se llamaba “El maquinista” y la protagonizaba Christian Bale. Su personaje trabajaba como operario de una máquina en una fábrica. No podía conciliar el sueño desde hacía un año y el deterioro físico y mental que sufría llegó a tal extremo que le impedía llevar una “vida normal”. Lo curioso de toda esta historia es que su malestar se iba acentuando conforme iba sabiendo más de sí mismo, conforme iba ahondando en las profundidades de su existencia.

    Qué suerte poder leerles.

  42. Ayer justamente ví que un amigo tenía esa película en casa, ¿la considera recomendable, Isabel?

  43. Sí, muy recomendable David. Es de esas películas que cuando terminas de verlas no puedes dejar de pensar en ellas.

  44. No he visto la película a la que se refiere doña Isabel, pero en cambio, acabo de ver este vídeo que me envía una buena amiga, sabiendo que me iba a animar el fin de semana. Quiero compartirlo con ustedes. ¡Véanlo, por favor!

  45. Marisa, muchas gracias por estos 16 minutos de risa hilarante. ¡ no sabe cómo nos hemos reído! Bien puede darle las gracias a su amiga.
    Que divertido puede ser el humor absurdo con un buen guión y bien estructurado.
    No se lo pierdan.

  46. Buenas tardes todos y todas.¡Hola Dña Marisa!.He visto su vídeo y no me he reido de un pobre sirviente,que hace lo que le exige su ama,una pantomima,de la que se sale completamente borracho.Ni es cómico ni es edificante.
    Lo siento.No me ha gustado.

  47. ¡Por las barbas del profeta, don Arnau! No se trata aquí de juzgar el hecho -desgraciadamente real- de un sirviente avasallado. Lo bueno del vídeo es la actuación de un cómico profesional, que finge la borrachera del modo más gracioso que nunca he visto.

    No me dirá que no es una gran interpretación. ¿Donde ha dejado su sentido del humor? Usted me conoce, y sabe que estoy en contra de la explotación laboral. Pero nunca estaré en contra de un gran actor, interpretando un papel que, se me antoja, es harto difícil. Y lo hace maravillosamente.

    No se me enfade, querido amigo. Un afectuoso saludo.

  48. No es cuestión de tener o no sentido del humor, querida Marisa; ni de que hiera lo que le hacen al mayordomo, puesto que es una humorada. Yo creo que,como en todo, es cuestión de gustos. A mí tampoco me ha hecho gracia y no puedo explicar por qué, pero el caso es que no me la ha hecho, pero agradezco infinitamente que comparta con nosotros lo que le llama la atención y le mando un cariñoso saludo, como a todos. Tengo muchas dificultades para entrar aquí porque casi nunca estoy en mi casa. Me poaso la vida entre Sevilla y Zaragoza y en ninguno de los dos sitios tengo Internet.

    Abrazos.

  49. Mi muy querida Dña Marisa.Acepto pulpo como animal de compañía.Es decir.Acepto la gran interpretación del actor que hace el papel de mayordomo.Pero,repito,no me ha gustado.Un gran abrazo y siempre a su disposición.

  50. Vicente Verdú por El capitalismo funeral, Carlos Marzal con Ánima mía (un buen libro de poesía a mi entender) y Susana Fortes con Esperando a Robert Capa, han sido los ganadores de los Premios de la Crítica Valenciana sobre libros publicados en 2009.
    Por cierto, estoy releyendo El guardián entre el centeno y me parece un excelente y original libro.

  51. Hay que felicitar a los ganadores: Vicente Verdú, Carlos Marzal y Susana Fortes. Por supuesto que sí.

    Al mismo tiempo felicito a Isabel Barceló –cuyo libro estaba entre los finalistas– por haber llegado hasta el final. Es un reconocimiento a la alta calidad de su obra: ‘Dido, reina de Cartago’ es una excelente narración que recrea el mito de Eneas más allá de la versión de Virgilio. Nada menos.

  52. Susana Fortes me produce sentimientos encontrados, El capitalismo funeral, de Verdú, como casi todo lo que saca Anagrama, me parece un ensayo importante, casi imprescindible…

    Aleksander cita a Salinger, ay!, El guardián fue una de las decepciones de mi vida. No acabo de saber qué le ven a ese libro. Y les aseguro que lo leí con devoción, dejando pasar el tiempo adecuado entre la compra, la estancia en los estantes… y, finalmente, la lectura. Una pena, la verdad. Me pasa como con Dios, yo quiero creer… pero no sé qué me pasa, debo ser yo el culpable.

  53. Este post me tiene tan entusiasmada, que empiezo a ver cosas que no sé si serán producto de un emparanoiamiento, pero en cualquier caso lo compartiré con ustedes. A ver qué les parece:

    K A F K A
    S A M S A

    Dos nombres -bueno, apellidos- con el mismo número de letras (5); con las mismas vocales (A) colocadas en idéntica posición (segundo y último lugar); con dos consonantes que se repiten en el primer y penúltimo lugar de ambos apellidos (K y S); y finalmente, una consonante (F y M) distinta a las demás letras, en el centro.

    «¿Podemos evitar la metáfora desbocada?». Pues sí, don Justo, podemos. Pero qué quiere…

    Ah, y un beso para doña Marisa (a mí también me parece buena idea lo de los fartons ;-)

  54. Estima Isabel, su observación es muy pertinente y es algo que un amigo de Kafka ya planteó al autor. Paso a reproducir el pasaje, del que se pueden extraer muchas lecciones:

    “…la expresión de Kafka delataba a las claras que le resultaría desagradable mantener una conversación sobre su libro. Pero yo estaba poseído por el afán de hacer descubrimientos y eso me hizo perder el tacto.

    –El héroe del cuento se llama Samsa –dije–. Suena como un criptograma de Kafka. Cinco letras tanto en un caso como en otro. La letra S de la palabra Samsa ocupa la misma posición que la K de Kafka. La A…

    Kafka me interrumpió.

    –No es un criptograma. Samsa no es del todo Kafka. La metamorfosis no es ninguna confesión, aunque, en cierto modo, sea una indiscreción.

    –No comprendo.

    –¿Acaso le parece fino y discreto hablar de las chinches de la propia familia?

    –No, claro, eso no sería de buena educación.

    –¿Ve lo indecente que soy?

    Kafka rió. Quería liquidar el tema de la conversación. Pero yo no.

    –Pienso que en este caso no es aplicable la valoración de `decente´ o `indecente´ –dije–. La metamorfosis es un sueño terrible, una manifestación sobrecogedora de la imaginación.

    Kafka se detuvo.

    –El sueño descubre la realidad, que siempre supera a la ficción. Eso es lo terrible de la vida, lo descorazonador del arte. Pero ahora tengo que regresar a casa.

    Se despidió brevemente.

    ¿Lo ahuyenté?

    Me sentí avergonzado”.

    Gustav Janouch, Conversaciones con Kafka (1951).

  55. Una última reflexión al hilo de su última reflexión: el insecto no puede ser mostrado porque el insecto soy yo. Yo soy ese continuum, cogito diría un cartesiano, ante el cual y tras el cual no hay nada. En este misterio del yo que no puede hacerse transparente a sí mismo está el gran enigma cuyo acceso nos franquea el guardián ante la puerta de aquel relato en que un hombre quiso penetrar en el corazón de La Ley. Esta es la genialidad de los mayores contadores de historias, incluyendo a los dedicados a un arte visual por excelencia como es el cine: la bestia no debe ser mostrada, se presiente, determina el curso de la historia, pero su visión nos está vedada.

    Y ahora, disculpen la confesión nocturna, pero me asaltan toda suerte de dudas sobre la huelga del día 8… No sé, no lo termino de ver.

  56. Yo tampoco termino de ver esa huelga, sr. Montesinos. Se nos rebajan sueldos, se nos congelarán. Por supuesto, no es algo que me entusiasme. Como tampoco me alegra el peaje que pagamos a Hacienda. Pero a la vez me digo: si esto contribuye a reducir el déficit, la apretura estará bien. Lo siento, pero pienso en los parados. Ahora bien, es imprescindible que las grandes fortunas sean convenientemente gravadas…

  57. Yo también pienso que «es imprescindible que las grandes fortunas sean convenientemente gravadas», pero lo que no puede ser es que en la actualidad tenga una mayor fiscalidad los rendimientos del trabajo que los rendimientos del capital. Eso es lo que no puede ser.

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