La muerte de Paul Auster

Voy a decirlo toscamente y voy a emplear palabras ya dichas.

Somos legión los lectores de Paul Auster. Por todas partes. Sin duda, en el mundo hispano se le quiere, se le sigue, se le premia: se le admira, en suma.

Primero en Anagrama y luego en Seix Barral hemos podido leer todo o casi todo Auster en excelentes traducciones: las novelas, los ensayos.

Fotografía: Paul Auster (2023),
por Siri Hustvedt

Su creación literaria es abundante y de una pequeña parte he escrito reseñas o comentarios.

Lo he hecho no por necesitar glosa su penetrante lucidez, sino para alargar el placer o la cavilación que Auster me procura.

Y cuando lo he hecho, cuando he escrito sobre este gran autor, siempre o casi siempre he manifestado mi reconocimiento, mi admiración. Sin pegas y sin peros.

Es verdad que tiene un registro reconocible o un leitmotiv habitual, el azar y lo contingente de la vida que cada poco nos sorprende.

Por ello, por esa posible reiteración, es por lo que en ocasiones algunos lo han criticado.

Pero, bien mirado, ocurre justamente al revés. En Auster, cada nuevo libro no anuncia el siguiente, que resulta imprevisible.

Por ello, cada nueva entrega hay que disfrutarla como si fuera la primera vez que llegas a los dominios de Paul Auster.

Iniciemos la lectura. No atendamos a las revelaciones editoriales. O a los críticos que desuellan contenidos.

Descubriremos la gravedad o la liviandad del tema que trata, la catadura de los personajes, la dicha o la lobreguez de lo contado, de las vidas narradas.

Con cada nueva entrega, en fin, confirmamos que Paul Auster no sólo es un novelista mayúsculo.

Corroboramos también que es un gran ensayista, de mucha precisión, de mucho tino. Muy fino.

A comienzos de 2004 esperábamos la publicación española de su última novela, Baumgartner, como así ha sido. Ya se auguraba: quizá sea su última novela, decían.

Durante muchos meses, Auster ha estado luchando contra el cáncer, sometido a un durísimo tratamiento. Así lo reveló Siri Hustvedt.

Baumgartner apareció en inglés en noviembre pasado y, por lo que ya sabemos quienes la hemos leído, tiene la muerte como motivo y amenaza.

Leí, leí al último Paul Auster y, al abandonarme a este placer solitario, me abandoné a la mejor literatura en la traducción de Benito Gómez Ibáñez.

Me ha pasado con Baumgartner (2024).

Los sentimientos que en el libro se expresan son universales y bien concretos.

La familia y la muerte. Los vivos y los fallecidos. La amputación…, como nos recuerda el narrador de Auster.

Pero también, en su última novela, hay amor y redención.

“…Piensa [Baumgartner] en madres y padres llorando la muerte de sus hijos, hijos llorando a sus padres muertos, mujeres llorando a sus maridos muertos, hombres llorando a sus esposas muertas, y qué íntimamente se asemeja ese sufrimiento a las secuelas de una amputación, porque la pierna o el brazo perdidos estuvieron una vez unidos a un cuerpo vivo, y la persona desaparecida estuvo una vez unida a una persona viva, y si eres el que sigue viviendo descubrirás que la parte que te han amputado, esa parte fantasma de ti mismo, puede seguir siendo fuente de un dolor profundo, infame. Ciertos remedios podrán en ocasiones aliviar los síntomas, pero no hay cura definitiva…”

Redención, sí. O eso deseamos quienes hoy estamos tan tristes, tan apenados.

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